Borges o la invención del laberinto II

 

El jardín es un laberinto, y laberinto es una de las palabras sagradas de Borges. Como lo son tigre, espejo, biblioteca, espada, coraje… Cada una con su carga simbólica. Porque, como es propio de todo escritor consistente, la obra de Borges tiene un perfil definido, es un mundo hecho de felices correspondencias. Y sin embargo, no creo que se deba buscar en ella una filosofía en el sentido estricto de la palabra. Los que lo intentan se dejan engañar por la falsa apariencia que él mismo rechaza con estas palabras: Pero yo no tengo ninguna teoría del mundo. En general, como yo he usado los diversos sistemas metafísicos y teológicos para fines literarios, los lectores han creído que yo profesaba esos sistemas, cuando realmente lo único que he hecho es aprovecharlos para esos fines, nada más.

Y está bien que así sea, porque lo propio del artista no es creer, sino crear.

Jorge Luis Borges nació en Buenos Aires, Argentina, en 1899, en el seno de una familia distinguida, por la historia y por la cultura. El padre, escritor también y profesor de inglés; el abuelo paterno, militar de muerte heroica; la abuela materna, inglesa que siempre habló su lengua con el hijo y los nietos; la madre, Leonor, delicada, entera y convencida siempre del talento del hijo, a quien acompañó y ayudó toda la vida.

Georgie, que así se le llamaba en familia, fue un niño afortunado teniendo en cuenta cuales iban a ser sus intereses. Aprendió a hablar en español e inglés al mismo tiempo. Y afirmaba que no recordaba una época en que no supiera leer y escribir. En los dos idiomas, por supuesto.

A los quince años viaja con los padres y la hermana Norah a Europa, donde el estallido de la Gran Guerra obliga a la familia a permanecer en Suiza. En Ginebra cursa estudios secundarios y aprende francés y – por su propia cuenta – alemán. En 1919 la familia se traslada a España. En Madrid, Borges entra en contacto con los ambientes literarios, en especial con el movimiento ultraísta, cuyo principal promotor, Guillermo de Torre, se convertiría en su cuñado.

A su regreso a Buenos Aires, en 1921, se dedica de pleno a la actividad literaria, propaga el ultraísmo, colabora en varias revistas literarias y, en 1923, publica su primer libro de poemas, Fervor de Buenos Aires. Poco después, conoce a las hermanas Ocampo, escritoras y animadoras de la vida cultural bonaerense, y a Adolfo Bioy Casares, con quien mantendría una larga amistad y una estrecha colaboración literaria. En 1938 muere el padre, y Borges tiene que emplearse en una biblioteca pública.

Durante la década de los 40 produce quizá lo mejor de su obra, incluyendo Ficciones y El Aleph, traduce (Kafka, Virgina Woolf) y participa activamente en la revista Sur, de proyección internacional. Pero, a mitades de la década, su oposición al peronismo le acarrea la destitución de su empleo y otras represalias, que se extienden a la familia.

(Entre paréntesis, ante el tratamiento que en 1976 daría Borges a la Junta Militar – “un gobierno de caballeros” – cabe preguntarse si en su actitud antiperonista influyó más el sentimiento liberal y antidictatorial o el rechazo visceral ante un movimiento popular y plebeyo).

En 1955, tras la restauración de la democracia, es nombrado director de la Biblioteca Nacional, cargo que desempeñaría hasta 1974 (cuando fue destituido por los nuevos peronistas), no obstante la ya irreversible ceguera. Su obra empieza a ser traducida y conocida en todo el mundo, proceso al que da el espaldarazo definitivo la obtención, junto con Beckett, del Premio Internacional de Editores en 1961. A partir de ahí le llueven invitaciones y distinciones, entre ellas el Premio Cervantes en 1980.

En 1967 se casa con una antigua amiga, pero el matrimonio dura solo tres años. Ya en su ancianidad se casa con María Kodama. Muere en Ginebra en 1986.

Algunos estudiosos han destacado que en toda la obra de Borges no hay sexo, excepto en una líneas de Emma Kunz, ni amor, ni ternura, ni tiene la mujer una presencia más que ocasional y decorativa. Pero en más de una entrevista él ha manifestado que en realidad no es la persona fría que puede deducirse de su obra, sino un hombre muy sentimental y vulnerable. ¿Entonces?

En una adivinanza cuyo tema es el ajedrez ¿cuál es la única palabra prohibida?

Reflexioné un momento y repuse:

– La palabra ajedrez.

Podemos entonces suponer que sí, que Borges era cálido y sentimental, pero solo en el fondo, es decir, en el centro de ese laberinto de palabras y ficciones que construyó como refugio frente al mundo.                                                                                                                                     

 (De Los libros de mi vida)

1 comentario

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Una respuesta a “Borges o la invención del laberinto II

  1. Rafael Velazquez Leon – Venezuela – Escritor
    Rafael Velazquez Leon

    Me gustaron las dos partes.

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