Dido y Eneas

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(Fragmento final de la tragedia LOS DIOSES)

Aparece Eneas por la derecha, mirando en todas direcciones.

ENEAS.- ¿Dido? ¿Se ha ido?

ANNA.- Eres tú el que se va, creo..

ENEAS.- Le supliqué que me esperase un momento…No podía dejarla así…

ANNA.- Si la dejas, la dejas así. Una palabra cariñosa, un golpecito en el hombro no cambian nada….Eneas, voy a darte tres razones para que no te vayas, o para que al menos retrases al máximo la partida.

ENEAS.- Nada pueden las razones ante las órdenes del dios.

ANNA.- Entonces….¿no quieres oirlas?

ENEAS.- Sería inútil. Y, por favor, no lo tomes como un desprecio. Al contrario. Has de saber, Anna, que siempre he sentido por ti una gran admiración, que siempre me has merecido el máximo respeto. Estoy seguro que tus razones serán las más sabias y ponderadas que se puedan encontrar, pero…nada pueden las razones ante las órdenes del dios.

ANNA.- ¿Y la vida? ¿Nada puede la vida ante el delirio de la idea?

ENEAS.- No hay diferencia entre idea y vida. Una vida que no esté animada por la idea no merece llamarse humana.

ANNA.- Suena bien esa sentencia. Me hubiese gustado oírtela decir antes.

ENEAS.- Es mi parte de culpa, lo reconozco. El amor me ofuscó. A veces, en el sopor de la dicha, confusamente, se me aparecía la idea, y yo al momento la rechazaba, y pensaba, necio de mí, que quizá más tarde, en su momento, todo se resolvería.

ANNA.- Luego, siempre la has tenido presente. Luego, siempre has estado engañando a Dido.

ENEAS.- Nunca le prometí nada.

ANNA.- No se promete sólo con palabras. El amor se presume eterno.

ENEAS.- ¿Pero de qué amor hablamos, Anna? Tú sabes que hay un amor, inscrito por los dioses en el corazón del hombre, que es en efecto eterno, porque no depende de los vaivenes de la pasión. Es el amor a los padres, a los hijos; es el amor a la esposa que te ha sido asignada por la sabiduría de los mayores. Pero esto de que ahora hablamos es otra cosa. Podemos llamarlo amor, yo mismo lo hago, pero sus efectos en nada se parecen a los del otro. El amor a los tuyos te da fuerza, valor, clarividencia; este otro amor produce los mismos efectos que la amapola somnífera: un sopor agradable en el que la voluntad y el juicio naufragan.

ANNA.- Y hasta, a veces, acaba con la vida.

ENEAS.- Tú puedes entenderlo, Anna. Tú eres muy diferente de tu hermana. Te pareces a mí.

ANNA.- Es verdad que soy diferente de Dido. Es verdad que puedo entenderlo todo. Pero, según tú, ¿qué debo entender ahora?

ENEAS.- Los hombres no somos animales, que se rigen sólo por el apetito y el placer; los hombres superiores, los tocados por el dedo de un dios, no somos como los demás mortales, que tanto se parecen a los simples animales. Cada uno de nosotros tiene una misión, un destino que debe cumplir…y lo debe cumplir sobre todo y contra todo. Durante años no fui más que un guerrero, uno de los muchos que defendimos heroicamente Troya. Cuando la ciudad se vino abajo, cuando el fuego y la destrucción la convirtieron en cenizas, huí con mi padre, mi hijo y un grupo numeroso de troyanos. Mi primera idea fue fundar una ciudad no lejos de las ruinas de Troya y, con el tiempo, llegar a vengarme de los aqueos… pero entonces tuve la visión. El dios me reveló que debía partir de aquellas tierras con mis hombres, y que había de cruzar los mares hasta encontrar, en las costas de Italia, el lugar donde debía fundar un reino, reino que, con el tiempo, sería llamado a dominar el mundo.

ANNA.- Ya conozco esa historia. ¿Qué es lo que debo entender?

ENEAS.- Que un hombre señalado por el dedo del dios no debe traicionarse, que no puede cambiar su destino manifiesto por una vida dulce y placentera al lado de una mujer.

ANNA.- Te aseguro que, si asumieses aquí las funciones de esposo y rey, tu vida no iba a ser muy placentera. Para empezar, tendrías que habértelas con Jarbas.

ENEAS.- Jarbas…qué insignificancia. No tienes idea del tipo de gente que eran los enemigos de Troya…Y además, tanto da. Mi misión es inmutable: en ningún caso podría quedarme aquí.

ANNA.- Está bien, Eneas. Te entiendo.

ENEAS.- Lo sabía, sabía que eres muy diferente de Dido, y que me entenderías. Anna, a ti también…algún día se te revelará el dios, estoy seguro. Tú y yo pertenecemos a la misma raza.

ANNA.- Te equivocas, Eneas, te equivocas por completo. Es verdad que soy diferente de Dido, pero no es verdad que me parezca a ti. No pertenezco a tu raza, ni a la de Dido, ni a la de nadie. Te entiendo, sí, como entiendo a Dido, como entiendo a cuantos se debaten y sufren bajo el poder de algún dios. El dios de Dido le manda amar y ser amada; el tuyo te manda guerrear y fundar reinos. Lo entiendo. Pero ni por un momento pienses que el dios de Eneas es mejor que el dios de Dido. Simplemente, es otro. Ella es esclava de su dios como tú eres esclavo del tuyo. No veo la diferencia…Vete, Eneas. ¿A qué esperas? Vete ya…no vaya a castigarte el dios por la tardanza.

ENEAS.- (confuso) Yo…quería…(decidido) Me voy, sí me voy. (se da la vuelta y va hacia la derecha; antes de salir, se vuelve un momento) Me has decepcionado, Anna…Confiaba en ti…me has decepcionado…

 En el momento de salir, Eneas se encuentra con Acates, que entra.

ACATES.- Ah, te buscaba. Todo está dispuesto.

 ENEAS.- Vamos. Es hora de partir.

 Acates se fija en la presencia de Anna. Sale con Eneas, pero al momento regresa solo. Se acerca a Anna, suplicante.

ACATES.- Una palabra, Anna, sólo una palabra y me quedo.

ANNA.- ¿Serías capaz de dejar a tu jefe, abandonar a tus compañeros, renunciar a un futuro tan glorioso? ¿A cambio de qué?

 ACATES.- De ti.

 ANNA.- Yo sólo soy un fantasma.

ACATES.- Tú eres lo más real y precioso que he conocido nunca.

 ANNA.- Un fantasma de tu mente…hecho con los vacíos de tu alma.

 ACATES.- Te necesito, Anna. Una sola palabra y me quedo…¿Qué dices?

 VOZ DE ENEAS.- Acates…Zarpamos…

 ACATES.- Por favor…¿no respondes?

 ANNA.- Te llama…No le hagas esperar…¡Vete! ¡Huye!…. (para sí)) ¡Líbrate del dios de Dido!

 Acates se va por la derecha. Se oye voces y cantos de hombres y golpes de remos contra el agua, sonidos que irán disminuyendo a lo largo del parlamento de Ana.. Ana se desplaza un poco, como para ver zarpar las naves, y sus primeras palabras las dirige hacia ese lugar.

ANNA.- Adiós, Eneas. Ve con tus naves, tus hombres y tus sueños lo más lejos que puedas. Sin duda te espera una vida gloriosa…a ti o a los hijos de los hijos de los hijos… Aquí no dejas nada… Sólo a esa mujer que desde la torre ve cómo navegas… mientras ella naufraga. Sólo a esa mujer, que tú has vaciado de lágrimas y de vida…No te culpo: haces lo que debes, lo que te está ordenado. Todas las víctimas lo hacen…También Dido…(se vuelve en dirección al palacio y ve que, de la torre, empieza a elevarse una columna de humo). Eneas, si por un momento pudieras apartar la mirada de la ruta prometida, y volverla a esta ciudad que pudo ser tu patria, verías cómo desde su torre más alta se eleva, convertida en humo y en cenizas, la que pudo ser tu esposa. No te culpo: haces lo que debes, lo que te está ordenado. Todas las víctimas lo hacen…Y, sin embargo, hay un lugar donde los dioses callan, con el silencio de aquello que no existe, un lugar transparente donde se ve danzar a las Didos y los Eneas, sin que se oiga música ni ritmo: siguen tal vez la melodía que un dios invisible les sopla en los oídos…Pero vivís, todas las Didos y todos los Eneas vivís la realidad cruda…Anna sólo os sueña…No os puedo culpar, figuras de mi sueño: hacéis lo que debéis, lo que os está ordenado… Los dioses no perdonan.

                                                                                                               

1 comentario

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Una respuesta a “Dido y Eneas

  1. Obrigada Antonio por mas este dialogo, sempre animado por tao belas frases.

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