Pero, ¿se puede hablar de la muerte o del tiempo sin ser un experto en física o en filosofía? ¿O de la injusticia o de la bondad o de la modestia sin poseer algún conocimiento de… psicología, por ejemplo? Me temo que no. Pues bien, como buen escritor que soy, yo me atrevo a todo y ahora mismo voy a disertar un poco sobre la memoria.
La memoria ha sido el gran hallazgo de bastantes escritores de la penúltima generación. Iluminados por ciertas corrientes de la psicología moderna, supongo, han tenido la revelación de que la memoria no es un ente compacto; que se puede modelar y manipular, consciente o inconscientemente, en todos los casos. Y así, han surgido memorias
Todo eso está muy bien y, como mínimo, nos da una idea de hasta donde puede llegar la sofistificación creadora. Lo malo (por llamarlo así) es que, ofreciéndose como un osado artificio literario, nos distrae de ver la terrible verdad. La verdad de que la memoria no existe.
Bueno, sí existe, pero de manera muy distinta a como suele considerarla el sentido común. El contenido de la memoria lo componemos nosotros en cada momento del presente. De manera que esta operación no es un simple (o complicado) artificio literario, sino que es el modo en que nuestra mente nos permite avanzar por la vida. Es difícil de explicar. Así que cedo la palabra al Doctor Kusev, personaje de un relato de una obra no publicada (como varias de las mías) que lleva por título Fantasías a la manera de Hoffmann :
– ¿Quiere decir que no podemos retener en la memoria algo que realmente sucedió? No le entiendo, doctor Kusev.
Y algo más tenía para añadir acerca de la memoria, pero ya no me acuerdo.
El escritor holandés Cees Nooteboom refiere lo siguiente:
«Envejecer es una forma de muerte. […] ¿Qué tiene esto que ver con envejecer como forma de muerte? Que ha habido antaño una mítica primera vez; que uno ha visto París ante sí y que veinticinco años después ya no es capaz de imaginar cómo era. Esa imagen se ha perdido, ha desaparecido para siempre, cubierta por imágenes posteriores, siempre diferentes, y al desaparecer ella ha desaparecido también el que la ha visto, es decir, yo.» (Días parisienses I, 1977).
Claro que esa idea ya estaba prefigurada, de un modo u otro, en Borges…
«Mi relato será fiel a la realidad o, en todo caso, a mi recuerdo personal de la realidad, lo cual es lo mismo.» («Ulrica»).
«Nadie recuerda la primera vez que vio el amarillo o el negro o la primera vez que le tomó el gusto a una fruta, acaso porque era muy chico y no podía saber que inauguraba una serie muy larga. […]
Los años pasan y son tantas las veces que he contado la historia que ya no sé si la recuerdo de veras o si sólo recuerdo las palabras con que la cuento.» («La noche de los dones»).
Nihil novum sub sole…
En efecto, Baphomet. Pero todavía hay quien alardea de tener “memoria fotográfica”, cosa improbable, porque no hay manera de comparar el recuerdo con el original.
hablando de Borges, una vez escuche en su conferencia la pesadilla de que el sueño era el primer genero de la ficcion, pero yo pienso que tal vez, el primer genero sea la memoria.