Hoffmann III

En 1804 lo tenemos de juez en Varsovia. Parece que el castigo se ha levantado y que la carrera judicial puede proseguir sin trabas. Además de proporcionarle la seguridad necesaria para su nuevo estado familiar, esta situación le permite entregarse casi de lleno a su pasión musical. Y digo “casi” porque en ningún caso Hoffmann permite que se resientan sus deberes profesionales. En diversos momentos de su vida, esa actitud de estricto y honrado cumplidor del deber le había de situar ante dilemas dolorosos, que le obligarían a tomar decisiones de graves consecuencias.

Una actitud que, si bien puede no sorprender en un funcionario prusiano, sorprende, y mucho, en un artista. Y no un artista clásico precisamente, sino alguien que había de ser considerado el ejemplar típico del paradigma romántico: inquieto, fantasioso, bebedor, psíquicamente inestable, al borde a veces de la locura, que crea la figura romántica del doble (Doppelgänger) no por invención caprichosa, sino porque él mismo la ha experimentado. No hay duda de que Hoffmann es el trasunto de aquel personaje de su relato El caldero de oro, archivero y salamandra al mismo tiempo.

En Varsovia el juez-músico es feliz. Participa activamente en la vida cultural de la ciudad; compone, colabora con la Asociación Musical, donde dirige un concierto y estrena alguna de sus composiciones. Tiene una hija, que recibe el nombre de Cecilia, patrona de la música. Entabla amistad con Hitzig, que ha de ser uno de sus grandes amigos, y luego biógrafo, manteniendo la que, desde la infancia le une a Hippel, ya bien situado en la administración prusiana y que tanta ayuda le ha de prestar en los negros tiempos que se avecinan…

El 29 de noviembre de 1806 las tropas francesas entran en Varsovia. Polonia ha sido ocupada por los vencedores del país ocupante. Todos los funcionarios prusianos son destituidos. Hoffmann marcha a Berlín, sin nada a la vista. Pero, pocos meses después se le abre una oportunidad: las autoridades francesas han decidido recuperar a los ex funcionarios prusianos siempre que juren fidelidad al nuevo régimen napoleónico.

No se lo piensa dos veces. La lealtad está en él por encima de las preferencias políticas (si es que tiene alguna) e incluso de las necesidades vitales. Rechaza la oferta y permanece en Berlín, donde vivirá el año más duro y amargo de su existencia.

Solo en la ciudad (ha enviado a Posen a esposa e hija para que sean atendidas por la familia polaca), consume las horas entre trabajos precarios, sueños musicales y el alcohol de las tabernas. Pero es precisamente en ese año horrible cuando despunta el escritor. Hasta entonces, había publicado sobre todo reseñas de composiciones y estrenos para revistas musicales. Ahora abre un poco más la puerta de la imaginación y surge el relato que será como el punto de partida del Hoffmann escritor, El caballero Gluck, una extraña historia sobre el famoso músico, resucitado, o sobre un loco que se cree Gluck, no se sabe bien. 

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Una respuesta a “Hoffmann III

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