Hoffmann I

¿Puede alguien ser a la vez músico excelente, escritor fascinante, caricaturista chispeante y jurista honrado y competente? Sí, a condición de que se llame Ernst Theodor Wilhelm Hoffmann y haya nacido en Königsberg en 1776.

Creció entre mujeres: madre abandonada por el marido y mentalmente inestable, dos tías y una abuela. Una de las tías (Sophie) fue su primer amor. Infantil, por supuesto, pero imborrable. También había un tío en la casa.

Tío Otto era una persona muy seria, con esa seriedad que muy pronto aprendió a despreciar el sobrino. Y es que, aficionado y practicante de la música, Otto no era un músico de verdad. Años después, el ya célebre Hoffmann, había de distinguir con original criterio dos clases de personas: los músicos y los  no músicos. Y él quería sobre todo ser músico, pero no ya en el sentido amplio con que a veces usaba la palabra (que englobaba a todo artista) sino en el más estricto y común. Su pasión por la música determinó que cambiase el Wilhelm de sus nombres de pila por Amadeus. Es decir, que entre Shakespeare y Mozart no dudó un momento. Aún no sabía cómo las suele gastar el destino.

No obstante sus tempranos estudios musicales, por obediencia y por inercia tomó la senda que le marcaba la tradición familiar (y el buen sentido burgués). Estudió leyes. Y con cierta desgana y muy poca afición, a los veintiún años acabó la carrera con excelentes resultados. Tras un año de prácticas en el Tribunal Supremo de Prusia, en 1799 fue nombrado juez de primera instancia de Posen, ciudad polaca atribuída a Prusia en uno de aquellos  “repartos” que de vez en cuando sufría Polonia.

Parece que la seriedad de la vida se estaba imponiendo. Y sin embargo, ya por entonces había compuesto algunas piezas musicales, y varias novelas que no publicó y que pronto se perdieron. Pérdida que sin duda no lamentó demasiado, pues el joven Hoffmann, artista de nacimiento, solo se veía triunfando y entrando en la posteridad como inspirado sucesor de Mozart y de Gluck,  como compañero de Weber y de Beethoven. Pero, lo dicho, a veces el destino  se divierte jugando con las intenciones y expectativas de los individuos.

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