La tragedia de la página en blanco

O del papel en blanco, que también se la llama así. Consiste esta tragedia en que un señor o señora, que es o se cree escritor o escritora (parece que me vuelvo terriblemente correcto), se halla situado o situada ante un papel o pantalla en blanco. Y el señor o señora (en adelante, “escritor” para abreviar) intenta llenar ese papel o pantalla con palabras, frases, historias significativas, si no portentosas. Pero nadie acude a la convocatoria; no hay palabras, ni frases, ni historia significativa alguna. Y el escritor sufre y se lamenta porque nadie acude a su llamada y no puede seguir creando literatura como es su obligación.

De distintas maneras, esta tragedia ha sido representada y comentada infinidad de veces. Y sin embargo, todavía no sé si acaba bien o mal. Aunque el tenerla calificada de tragedia ya es todo un indicio.

Para mí, que debe de ser algo parecido a lo que les pasaba a los místicos cristianos (Teresa y compañía): que atravesaban oscuros períodos de sequedad del alma. Pero como eran místicos y cristianos, se resignaban y se dedicaban como nunca a las labores serviles, como arar el huerto o pelar patatas. Hasta que el Señor regresaba para inundar de nuevo sus almas.

Pero el escritor de ahora mismo, como no suele ser ni místico ni cristiano, no se resigna. Pelea, patalea, berrea, como el niño mal educado que exige que se le devuelva, ya, su juguete preferido.

Escritor, no insista, por favor. Deje el papel o la pantalla tranquilamente en blanco. Y, sobre todo, no se le ocurra colocarnos cualquier cosa solo para llenarlos. Piense que a los lectores se les debe algún respeto. Nadie le obliga a escribir (lo terrible, comprendo, es si solo se vive de eso).  Y siempre habrá por ahí alguna patata que pelar mientras se aguarda con fe y resignación el regreso del Señor.

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