A.P. GUÍA ILUSTRADA IX. Un ídolo para un adolescente. Conversaciones con Petronio. Visitas y sorpresas

Si bene calculum ponas, ubique naufragium est. PETRONIUS ARBITER                                                           (Si bien lo miras, todo es naufragio)

La escasez de datos históricos fiables que se da en Catulo, se repite, aumentada, en Petronio. Pero de Catulo tenemos una obra, los poemas, de donde deducir la persona. De Petronio, la obra, Satiricón, ni siquiera se sabe con certeza si es de su autoría.

Pero “autoría”, ¿de quién? Porque el problema radica en saber si alguno de los Petronios mencionados por los cronistas es, a la vez, el autor de la obra citada y el personaje de la corte de Nerón descrito por Tácito, o si se trata de dos personas distintas.

Asumamos que sí, que, aunque no lo menciona, el personaje que describe Tácito es el autor de Satiricón. Entonces estaríamos en una vía más o menos segura para saber algo cierto del Petronio escritor, que es el que que nos interesa. Dice el autor de los Anales:

Se pasaba el día durmiendo y la noche en sus ocupaciones y en los placeres de la vida; al igual que a otros su actividad, a él lo había llevado a la fama su indolencia, pero no se lo tenía por un juerguista ni por un disipador, como a tantos que consumen sus patrimonios, sino por hombre de un lujo refinado. Sus dichos y hechos, cuanto más despreocupados y haciendo gala de no darse importancia, con tanto mayor agrado eran acogidos, por tomárselos como muestra de sencillez. Sin embargo, como procónsul de Bitinia y luego como cónsul se reveló hombre de carácter y a la altura de sus obligaciones. Después volvió de nuevo a los vicios, o a la imitación de los vicios, y fue acogido como árbitro de la elegancia en el restringido círculo de los íntimos de Nerón, quien, en su hartura, no reputaba agradable ni fino más que lo que Petronio le había aconsejado.

¿Puede construirse, con estos datos que nos aporta el historiador, toda la estructura de una personalidad? Difícilmente, si se pretende un retrato realista y más o menos completo. Pero sí hay un detalle que, a mi entender, arroja una gran luz sobre la persona retratada.

En el fragmento transcrito se dice que volvió a los vicios o a la imitación de los vicios  (vitiorum imitatione). Dada la altura intelectual y estética que se atribuye a la persona en cuestión no es posible que signifique que se dedicaba a imitar los vicios de los demás. Más bien querrá decir que, a diferencia de toda aquella gente con la que trataba, que vivía sumergida, anulada, por el peso de los vicios, él los practicaba con cierto distanciamiento estético, los imitaba, es decir, los fingía. Como si todo aquello no fuese para él más que un juego, una comedia.

La vida como juego, como comedia en la que uno elige el papel y hasta escribe el texto; ésta es la clave, creo yo, que aclara el enigma del hombre llamado Petronio.


Un ídolo para el adolescente

Conocí a Petronio en los albores de mi adolescencia. Fue gracias a una película, Quo vadis?, y un actor, Leo Genn. Quedé fascinado por el personaje. ¿Por qué? No me lo sabía explicar entonces, como apenas me lo puedo explicar ahora. Cuando, casi a continuación, leí la novela de Sienkiewicz en la que se basaba la película, quedó fuertemente asentada mi admiración por él: una persona que sabe vivir por encima de todo lo que atenaza a los mortales, no obstante estar él mismo implicado a fondo en ello.

No era el único ídolo, por supuesto. En aquella época de confusión y búsqueda que constituye la adolescencia, eran varios los modelos que de modo sucesivo o simultáneo se alzaban ante mí. Y cierto tipo de personaje, histórico o ficticio, atraía especialmente mi atención. Petronio era para mí la forma perfecta del ideal representado por ese tipo de héroe, revestido, además, de aquello que a los otros faltaba: fulgor estético y poderío intelectual.

Sería interesante revivir la vida y obra de Tito (o Gayo) Petronio Níger, pensé una vez lanzado – tardíamente – a la actividad literaria no clandestina, cuando ya contaba con tres novelas escritas, dos de ellas publicadas, y una que había de esperar treinta años para ver la luz. El hecho de que la realidad de su persona fuese tan difusa o inconcreta como antes he apuntado no había de ser obstáculo para novelar sobre el personaje. Se trataría de aplicar debidamente la intuición y la imaginación sobre el objeto elegido, del modo descrito en el capítulo anterior. 

Y empecé a escribir.

Conversaciones con Petronio

En el año 65 del siglo I, Lucio Antonio Turno, 21 años, natural de Nápoles, donde siempre ha vivido,  joven culto y aspirante a escritor, se presenta en Roma con el fin de conocer a Petronio, al que desde la lejanía admira, como de distinta forma admira a Séneca. Logrado su objetivo, se establece entre los dos una relación basada en principio en el modelo maestro-discípulo, pero que enseguida alcanza el nivel de una sincera amistad. Cuando se produce el primer encuentro con Petronio aún no hace un año del gran incendio que ha asolado gran parte de Roma, pero en aquel momento, en la última etapa de su restauración, la ciudad se ofrece bella y esplendorosa. Ya desde el principio, Lucio, – tímido, pero lúcido y obstinado en la búsqueda del sentido de la vida y de su acomodo en ella – advierte una clara ironía en las alusiones de Petronio al César Nerón, del que se supone que es  amigo, confidente y asesor en las cuestiones estéticas que, de tan distinta manera, preocupan a emperador y cortesano. 

A lo largo del primer mes de la primavera, los encuentros se suceden casi a diario, y de cada uno de los diálogos toma Lucio fiel nota. Los volúmenes que se irán formando con esas notas constituirán el “obsequio”  que, en su ancianidad, Lucio enviará a Tácito para mostrar que una cosa es historiar los acontecimientos y otra muy distinta vivirlos, o quizá para demostrar sus propias cualidades como escritor creativo.

Los temas de conversación son muchos y variados, pero siempre apuntan a lo esencial del vivir humano: el paso del tiempo y la vejez; la doble moral o dualidad de las personas; la gran importancia del amor, y de la amabilidad como su necesario sustitutivo; la inconsistencia de los seres humanos, que necesitan ser amados, aun engañándose al respecto; la contraposición entre el arte y la vida, con alusiones a la obra de Petronio, especialmente del Satiricón; la mujer, en sus diferentes aspectos, y su importancia de hecho en la política romana; la dudosa libertad de elección en el amor, y en todo lo demás; la receta epicúrea; las personas como portadoras de máscaras; la cuestión jerárquica entre ética y estética; la vaciedad y angustia del ser humano una vez cubiertas las necesidades básicas, lo que con frecuencia le empuja a “vivir peligrosamente”; los únicos remedios contra el sentimiento de vacío vital: el arte y el amor, con los inconvenientes de su temporalidad y fragilidad. Estas divagaciones entre maestro y discípulo se ven de vez en cuando interrumpidas por ciertas intrusiones de lo que podríamos llamar la vida en directo. La primera, la aparición del poeta Lucano, cuyo extraño comportamiento ante Petronio, lleva a Lucio a pensar en la existencia de algo que a ambos interesa que permanezca oculto, y, a los pocos días, la visita de Mela, padre de Lucano, que se ve interrumpida por la noticia de la detención de su amante, lo que provoca la salida precipitada del visitante. Hecho que, junto con el anterior, mueve a Lucio a preguntar abiertamente a Petronio. Pero este responde con las palabras de Horacio Tú no preguntes, nefasto es saber, consejo que, de diversas maneras, se repite hasta la mitad del relato con el fin evidente de que el joven Lucio proteja su ignorancia sobre cierto asunto.

Un día, Lucio conoce a Pola en casa de Petronio. Esposa de Lucano, la joven dama ofrece una imagen nada corriente de belleza, distinción, serenidad e inteligencia que enamora al momento al joven Lucio, y que, a continuación, ella ya ausente, propicia el diálogo antes aludido sobre las mujeres en general. El encuentro, interrumpido por la aparición de Petronio, no tendrá continuación más que en una breve y emotiva despedida poco tiempo después.

Visitas y sorpresas

A otros personajes conoce Lucio por iniciativa de Petronio. Como a Escevino, amigo y antiguo compañero de “vicios”, el cual, por cierto, aparece tan cambiado a los ojos de Petronio que, entre las aclaraciones pedidas por éste y las explicaciones ofrecidas por aquél, se revela el misterio que tan intrigado tiene a Lucio: existe una conspiración para derribar a Nerón en la que Petronio no participa, pero de la que está perfectamente enterado, lo que, al no denunciarla, le convierte automáticamente en conspirador. 

Y he aquí que, de pronto, el tímido (cada vez menos) aspirante a escritor se ve convertido también en un peligroso conspirador contra el César, dado que por su cabeza no pasa ni por un instante la posibilidad de la delación. Petronio, por su parte, tiene muy clara sus razones, que luego se verán.

Otro personaje que Petronio presenta a Lucio es Séneca, al que ambos rinden visita en su villa de las cercanías de Roma, de manera que el joven puede tener un brevísimo de diálogo con su admirado filósofo.

Séneca hace poco que vive retirado de la vida pública, habiendo decidido finalmente abandonar la corte del tirano contra la voluntad de éste, por lo que su futuro, y su vida, se hallan claramente en peligro. Sobre esto y sobre cierto asunto relacionado con la conspiración gira la conversación que, en presencia de Lucio, mantiene con Petronio, sin que falte en ella el contraste entre las respectivas visiones del mundo, tan distantes y en cierto modo tan cercanas.

A la salida de la visita, Petronio se dirige a Lucio:

A propósito, ¿qué te ha parecido el personaje, visto en carne y hueso?¿Tienes ya clara la jerarquía de tus dioses?

-Sí. Primero está Petronio y luego viene Séneca.

-Y eso, ¿por qué?

-Porque Petronio contiene a Séneca, pero Séneca no contiene a Petronio.

En la mañana del día de abril en que se han de iniciar los Juegos Cereales, coinciden la noticia de la muerte del padre de Lucio – quien es requerido a casa de Petronio, donde le espera su tío Silio para marchar ambos hacia Nápoles – con el descubrimiento de la conspiración para derribar a Nerón y el despliegue inmediato de toda la constelación de rastreos, detenciones, torturas, delaciones, heroicidades y muertes, propia de estas situaciones.

Todavía en casa de Petronio, cuando Silio y Lucio se disponen a emprender viaje, tiene lugar la aparición de Pola, quien se presenta con el propósito de instar a Petronio a que interceda a favor de su esposo Lucano, y la breve y tierna despedida entre ella y Lucio.

Ya en Nápoles, Lucio mantiene correspondencia con Petronio, quien le va informando del desarrollo de los acontecimientos que, de momento, parecen haber alcanzado el descabezamiento total de la ya llamada conjuración de Pisón, por el nombre de su líder y aspirante a sucesor de Nerón. Las aguas han tornado a su cauce con un saldo no tan sangriento como cabía esperar: algunos ejecutados y muchos muertos por propia mano a la primera indicación del tirano, entre ellos Pisón, Escevino, Mela, Lucano y Séneca, tuviesen o no – como este último – relación directa  con la trama conspirativa. Su caso, el de Petronio, continúa en la cuerda floja con el agravante de haberse manifestado abiertamente la enemistad entre él y Tigelino, jefe de la guardia pretoriana y al mando supremo de la represión. Otro acontecimiento desgraciado que agrava aún más la posición de Petronio ha sido la muerte de su segura aliada Popea, esposa de Nerón,  muerte que el sentir popular atribuye – con cierto fundamento – al mismo marido y César. De Pola no sabe nada.

Con el otoño, Lucio vuelve a Roma. Las conversaciones se reanudan, ahora con el tema principal de los acontecimientos políticos: siguen cayendo cabezas que poco o nada tenían que que ver con la conspiración pero que no son del agrado de Nerón, o de Tigelino. Lucio no puede dejar de expresar su preocupación por Petronio, asunto sobre el que éste continuamente le tranquiliza. Un día Petronio hace entrega a Lucio de una carta que ha recibido, sellada, dirigida al joven. Es de Pola. En ella, manifiesta su determinación de vivir apartada de aquel mundo de necios y asesinos, previene a Lucio contra Petronio, al que no considera una buena persona, y se despide para siempre.

Una mañana luminosa, Petronio desaparece. Deja a Lucio unas líneas escritas en las que, junto con unos consejos para la vida, le comunica que parte hacia el sur para verse con unos amigos. A continuación, el lector se encuentra con un párrafo en el que el historiador Tácito da cuenta de la última cena de Petronio, árbitro de la elegancia.

Como antes he apuntado, todo el relato integra el envío que, a sus 73, años, sin haber logrado convertirse en el gran escritor que soñaba ser, Lucio hace llegar a Tácito. En las líneas que lo acompañan el anciano y desconocido escritor advierte al célebre historiador de una posibilidad sorprendente, que solo el lector de la novela en directo podrá conocer. (CONTINÚA)    

Conversaciones con Petronio puede leerse completa en este mismo blog, iniciándose con este enlace y clicando continúa al final de cada uno de los capítulos.

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