Fantasías a la manera de Hoffmann VI

TEODORO.- Eso es cierto. Y de esa honradez literaria es de donde surgen las obras vivas con personajes vivos, tan vivos que a veces no quieren morir. Me ha ocurrido hace poco. ¿Recordáis aquel primer relato del espíritu Alfredo? Yo creía que lo había terminado. Pues bien, el espíritu se me ha vuelto a aparecer, cosa nada rara entre los espíritus, supongo.

LOTARIO.- ¿Otro relato sobre Alfredo? ¡Ésa sí es una buena noticia! ¿Lo tienes aquí? ¿Nos lo puedes leer?

TEODORO.- Naturalmente, para eso estamos. Ahí va.

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                                            FINDEpaseo mar

SILVESTRE.- Tengo la impresión, querido Teodoro, de que con esta historia nos quieres decir algo.

TEODORO.- Las historias siempre dicen algo, querido Silvestre.

SILVESTRE. – Ya me entiendes. No es lo mismo narrar unos hechos despreocupadamente, o sin más preocupación que la de mantener una forma bella y eficaz para atrapar al lector, que tramar un relato con un objetivo trascendente, quiero decir, con una actitud alegórica, o metafórica, o simbólica, no sé cuál sería aquí el adjetivo más correcto.

TEODORO.- No ha sido esta mi intención, te lo aseguro. Y por otra parte, no sé cuál podría ser aquí la cosa simbolizada, o alegorizada, o lo que sea. Os aseguro que, al menos en esta ocasión, no se me ha ocurrido ni significar ni demostrar nada. Simplemente, me he dejado llevar por la misma inercia de la historia.

LOTARIO.- Así es como procede todo buen escritor, creo yo.

OTOMAR.- Sí, este tema ya lo hemos tratado en otra ocasión: que el buen escritor, el artista, no pretende demostrar nada, sino sólo mostrar, pero mostrar de la manera más efectiva, o sea, conmovedora, que sea posible.

CIPRIANO.- Muy bien, con este relato Teodoro no ha querido demostrar nada, sino sólo mostrar, como buen artista que es, en eso estamos de acuerdo… Y sin embargo, los significados están ahí, y exigen ser comentados.

TEODORO.- ¿Los significados? ¿Tú también, Cipriano? Me tenéis sobre ascuas. ¿Quiere alguien ilustrarme sobre esos significados de los que el autor no tiene ni idea?

OTOMAR.- No te alteres, Teodoro, eso es normal. No sólo en literatura, también en la vida corriente suele ocurrir que uno hace cosas que sólo los otros pueden interpretar correctamente.

CIPRIANO.- Para empezar, tomando los dos relatos del espíritu Alfredo en conjunto, lo primero que destacaría es el hecho de que la historia parece contada por un narrador que es también personaje, pero no de la manera corriente del que cuenta una historia que ha vivido, sino de otra, bastante más original, aunque hay precedentes, del que crea la historia que va viviendo, o mejor dicho, del que vive la historia que va creando. Aquí ya tenemos un enfoque claramente filosófico, pero que no se decanta por uno de los extremos de la habitual dicotomía, realismo o idealismo, sino que contempla ambos simultáneamente como caras de una misma moneda: el objeto existe y el sujeto también, pero uno no es concebible sin el otro. 

TEODORO.- Te juro por los dioses que no había pensado en nada de eso.

OTOMAR.- Ese es precisamente el don del artista. ¿Acaso Cervantes, o Shakespeare, o Kafka, habían pensado en todo lo que se ha descubierto en sus obras respectivas?

SILVESTRE.- La inocencia creadora, sí… Aunque no me imagino a nuestro amigo Teodoro tan inocente.

TEODORO.- No, claro. Hay un aspecto que tuve muy claro desde el principio. Y es que el espíritu Alfredo no es diferente del espíritu de cualquier ser humano. Quiero decir que representa la parte no material de la persona. Aquella que puede sentirse como encarcelada en la prisión del cuerpo del modo que nos ilustra la filosofía platónica, y también la cristiana. Pero yo he adoptado un enfoque inverso al habitual. Lo normal, desde el punto de vista místico o platónico, es que el hombre aspire a liberarse de su carne mortal para regresar como espíritu puro a las estrellas. Yo, en cambio, he imaginado un espíritu puro que, fascinado por los logros culturales y científicos de la humanidad, desea encarnarse para vivir la experiencia humana desde dentro.

SILVESTRE.- Experiencia que resulta frustrante, ¿no?

TEODORO.- Eso parece, pero no consigo ir más allá.

OTOMAR. – De la historia de Claudia, por ejemplo, ¿no puedes comentarnos nada?

TEODORO.- No sé…En realidad la puse ahí porque pensé que aquella continua presencia femenina en el bar, que parecía obsesionar a Alfredo, exigía un desarrollo.

LOTARIO.- Si me permitís, yo creo que estamos ante una bellísima historia de amor y además con final feliz, contra lo que puede parecer.

OTOMAR.- ¿Historia de amor? ¿Final feliz? Yo solo he visto a un Alfredo salido, a una Claudia chiflada y una explosión final que se lleva a los dos por los aires.

LOTARIO.- Ése es el sentido literal de la historia, pero está también el alegórico.

TEODORO.- Adelante, Lotario. Explícanos todo lo que yo no he sabido ver en mi propia obra.

LOTARIO. – Claudia no es un espíritu puro, ni mucho menos, sino una adolescente como tantas. Pero algo tiene en común con Alfredo, o mejor dicho, Claudia detecta en Alfredo algo que le fascina, pero que no sabe lo que es. Sumergida en su vida material de goces inmediatos y apariencias efímeras, de pronto encuentra a alguien que le despierta la nostalgia de algo que ni siquiera conoce pero que, como persona, lleva dentro de sí. Arrastra a Alfredo a su casa con la intención inconsciente de develar el misterio, pero ahí se encuentra con un hombre de carne y hueso que sólo desea llevarla a la cama. Y es que Alfredo está realizando el viaje inverso. Ella quiere saber, no muy conscientemente, qué es el espíritu; él está obsesionado en probar las presuntas delicias de la carne. El encuentro parece imposible, pero…El rechazo de Claudia acelera en Alfredo el desencanto ante la experiencia humana. Aunque, más que ese rechazo, lo que le decepciona es la experiencia de verse sometido a los dictados del deseo, de perder la libertad para sentirse humillado bajo el despótico yugo de la naturaleza. Este desencanto se hace patente durante el paseo nocturno con el narrador, cuando, mirando a las estrellas, piensa que quizá debería regresar allá y también cuando, intentando correr por la arena, sufre físicamente el ahogo de la materia que le oprime y le impide alzar el vuelo para salvar a su amada. Por su parte, Claudia, hondamente decepcionada ante la negativa del amado a mostrar su auténtico tesoro, decide tomar la vía directa para alcanzar su objetivo. Y en ese momento llega Alfredo y ambos se funden en un abrazo y el fuego libera sus espíritus, que vuelan raudos y felices a la celestial morada de las estrellas.

SILVESTRE.- Aplausos, Lotario. Ha sido un bello, bellísimo comentario.

CIPRIANO.- Lo mismo digo.

OTOMAR.- Y yo… Ahora sólo falta saber si el autor del relato comentado está de acuerdo.

TEODORO.- Qué queréis que os diga…Puesto que, cuando lo escribí, no tenía nada de eso en mi intención consciente, sólo habría que ver si esa interpretación… muy bella, como justamente se ha dicho, se contradice con la literalidad del relato. Y yo creo que no, que no se contradice…

CIPRIANO.- Entonces, estamos todos de acuerdo en felicitar a Lotario por su aguda intuición.

LOTARIO.- No, más bien hemos de felicitar al autor por su inspirada creación.

TEODORO.- Pues yo propongo que brindemos y nos felicitemos todos por la fortuna que tenemos de saber gozar del arte de contar y escuchar historias, aunque nunca podamos llegar a la altura de nuestro Hoffmann.

TODOS.- ¡Salud!

(CONTINÚA)

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