ANAÏS NIN. La seducción del Minotauro I

Última mirada a Barcelona y últimos pensamientos. Las montañas se alzan con belleza majestuosa. El Sol poniente muestra sus últimos pálidos rayos. Aquí y allá nubecitas blancas penden del cielo. Mientras contemplo el paisaje, los pensamientos se precipitan en mi mente. Vamos a dejar Barcelona, a dejar este hermoso país. Nunca más veré este cielo azul que tanto me gusta. Nunca más podré rozar con mis labios el dulce rostro de mi queridísima abuela…

Quien esto escribe es una niña de once años. Está embarcada, con madre y hermanos, en el vapor Montserrat, que zarpa rumbo a Nueva York. Es el 25 de julio de 1914. Falta el padre. Pensando en él escribe. Y no dejará de escribir ni de pensar en él hasta que arribe al umbral de la muerte, incluso después de haberlo recuperado, de extraño modo, y de haberse vengado de él, de rara manera.

Solo hace un año vivían todos juntos en Arcachon (Francia), aunque el padre, como siempre, pasaba temporadas ausente debido a sus compromisos artísticos. Eldescargajoaquin nin padre, Joaquín Nin, pianista, compositor, musicólogo; refinado, culto, cautivador, hedonista, donjuan, narcisista. Nacido en La Habana, de padre español (catalán) y madre cubana. La madre de la niña, Rosa Culmell, cantante de ópera, nacida en La Habana de padre danés (embajador en Cuba) y madre de origen francés, había dejado su carrera artística para acompañar al marido y cuidar de los hijos.

Pero el marido se perdía de vez en cuando en brazos de alguna admiradora o alumna. Hasta que la separación en Arcachon se convirtió en definitiva. Y el dolor que aquello infligió a la niña de once años persistió en el tiempo, primero como plegaria continúa a Dios para que le retornase el padre, y después – Dios también ausente – trasformado en indagación continua de sí misma y del mundo de los sentimientos a través de la creación artística.

Porque la niña Anaïs tuvo claro desde el principio que había de ser una gran escritora, de celebridad merecida, cuya tarea consistiría en desenredar, en clave poética, el mundo de los sentimientos. Pero esa celebridad deseada no la alcanzaría hasta la última fase de la vida. Y además se le presentaría un poco torcida y desfigurada en relación con lo soñado.

Y es que en el último tramo de su vida Anaïs se convirtió (la convirtieron) en adalid de la libertad de la mujer y del erotismo sin complejos. Y lo fue, sin duda, pero fue muchas cosas más por encima de las etiquetas que le iban poniendo. Y eso, no obstante las aclaraciones pertinentes que iba dejando en sus escritos.

Creo en la pareja, no en la abolición de las diferencias

Las feministas [radicales, precisaríamos hoy, a la vista del conjunto de su obra y vida] manifiestan una falta de humanidad propia de revolucionarios, como si estuviesen dispuestas a guillotinar a toda persona que tenga las uñas limpias

Contra el odio, el poder y el fanatismo, los sistemas y los planes, yo pongo el amor y la creación, una y otra vez, a pesar de la locura del mundo.

El caso es que la tan esperada celebridad se inició de repente en 1966 con la publicación de parte de su Diario. Pero, a pesar de la nube de vibrantes elogios que le dedicaron comentaristas que hasta entonces la habían ignorando, apenas nadie señaló la esencia real de la fuerza de Anaïs Nin.

Lo que hace indestructible a Miller es lo mismo que me hace indestructible a mí. En los dos, lo esencial es el artista, el escritor. Y es precisamente en nuestra obra como podemos reunir los fragmentos, volver a crear la unidad.

La obra de Anaïs la componen varias novelas, unos relatos cortos, una obra directamente porno-erótica, surgida en circunstancias especiales, y sobre todo el Diario.

Aquel cuaderno donde iba vertiendo la nostalgia y desolación de la niña fue el preludio de lo que, con los años, se convertiría en la obra magna de una mujer. Quizá, o con seguridad, la primera mujer que ha desarrollado por escrito todo el relato de su vida, exterior e interior, sin omitir nada, ni las fantasías, ni los sueños ni los detalles más escabrosos de la realidad.

Una vida que transcurrió en escenarios diversos. La infancia en Europa (París, Berlín, Bruselas, Arcachon, Barcelona). La adolescencia, en Estados Unidos y Cuba. La mujer casada, en París, primero como la señora burguesa que entonces era, aunque siempre indagando en el mundo y en sí misma a través del Diario, y luego, en cuanto dio con el acceso preciso (una obra: Women in love; un hombre: Henry Miller), como personaje integrante (compañera, amante, autora, «musa») de la mítica bohemia de París de los años veinte y treinta del pasado siglo.

Y la última etapa, forzada por el estallido de la guerra en Europa, otra vez en Norteamérica, donde finalmente y con mucho esfuerzo alcanzó el deseado reconocimiento como escritora y el no tan esperado como icono de la liberación de la mujer y como figura destacada de la contracultura  americana (underground).

Además, fue paciente y oficiante del nuevo culto del psicoanálisis. Tenía que pasar por ahí para profundizar en la búsqueda de su propia alma, para restañar la herida del abandono paterno, para absolverse por el extraño modo de vengarse del verdugo. Seduciéndolo. Y así, se confesó con el psicoanalista Allenby, al que también sedujo, y luego con el psicoanalista Otto Rank, al que  sedujo también y del que además se convirtió en alumna, ayudante, y oficiante del psicoanálisis durante pocos meses. Unos meses que pasó en Nueva York, intercalados en su etapa parisina. Pero, enseguida que consideró cumplida y superada la experiencia, Anaïs regresó  a París, escenario de los mejores años de su vida.

Y es que, aunque como literata escribió siempre en inglés (podía hacerlo también en francés, que dominaba, o en español, que también dominaba), se consideraba por encima de todo francesa.

Casualmente, Anaïs Nin había nacido en Francia.

(CONTINÚA)

(De  ESCRITORAS) 

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