La tarea que me impuse hace un año está llegando a su final. A un ritmo de entre dos y tres semanas han pasado por aquí veinte de aquellos escritores que de una u otra manera han marcado la evolución espiritual – no hay que tenerle miedo a la palabra – del lector que siempre he sido, del escritor que siempre he aspirado a ser. Falta uno, pero creo que con éste me he de tomar más tiempo.
Si dijese que estoy satisfecho, sentiría que falto a la verdad; si dijese que no lo estoy, también. En realidad, he hecho lo que he podido, como todo el mundo. Se trataba de rememorar obras y autores que, además de lo dicho, han aparecido y pasado entretejidos en los acontecimientos de mi vida, y a los que me inclino a dar más importancia que a estos “acontecimientos” personales. Sin ellos, sin esos dioses del cielo del arte y del pensamiento no me puedo imaginar mi existencia. Yo los he elegido porque ellos me eligieron. No podía ser de otra manera.
Y ahora se me ha ocurrido que, antes de terminar la obra iniciada hace justo un año, podría empezar a publicar otra que empecé hace más tiempo. Se trata de algo que escribí a ratos perdidos a lo largo de dos años (2003-04), una especie de ensayo literario dialogado, donde dos personajes que se me parecen bastante – uno mayor y otro joven – divagan sobre libros, escritores, arte y todo lo que se les ocurre relacionado o no con esas aficiones. Hace unas semanas publiqué un primer fragmento. Para probar. La respuesta que mereció por parte de un bloguero literario de primer orden como Jaime Fernández me ha decidido a sacar toda la serie, levemente corregida.
El título es Alter, Ego y el plan. Lo del “plan”, todavía no lo he averiguado.