(Continuación) ¿Por qué Schopenhauer? ¿Por qué he escrito una novela con Schopenhauer no ya como protagonista, sino como personaje único y absoluto que, en la soledad de su estancia, se representa el mundo y la existencia que le ha tocado
En cierta ocasión me preguntaron qué tienen en común los protagonistas de mis novelas. Estuve a punto de contestar: que son poetas. Pero enseguida caí en la cuenta que nuestro filósofo no lo es. Y entonces, sin meditarlo, me surgió la respuesta correcta: que todos son auténticos, que son personas de verdad, no muñecos ni fantasmas, que son personas que buscan la verdad en el arte, en el pensamiento, en la vida, como sea y al precio que sea. No hay duda de que Schopenhauer es una de
Lo conocí en mi adolescencia. Todavía joven, leí su obra fundamental. Y a pesar de que me deslumbró y hasta me emocionó, procuré disimular y no hacerle mucho caso. Y es que los vientos que soplaban en mi juventud no eran nada propicios a los filósofos burgueses y pesimistas. Había una tarea, un combate prioritario, y muchos jóvenes universitarios de buena fe estábamos implicados en él.
Muchos años después, ya en plena tarea de “resucitador de escritores muertos”, como me ha calificado un crítico literario, me acordé de pronto del viejo Schopenhauer y me dije ¿por qué no? Y acudí al reencuentro y volví a sentirme fascinado por él. Pero fascinado ¿por qué?
Lo que me atrajo del personaje, lo que me motivó para elegirlo de protagonista no fue su condición de filósofo, es decir, no fue ni su actitud filosófica ni el contenido de su pensamiento. Lo que me motivó para escribir sobre él fue su condición humana, su condición de hombre auténtico a la que antes he aludido, y también su cualidad arquetípica, y es que, al menos para mí, Schopenhauer es el perfecto arquetipo del pensador solitario, del intelectual libre, insobornable, independiente de toda influencia clientelista, al margen de cualquier grupo, moda o tendencia dominante en la época. Cualidades, por cierto, que tuvieron su lado negativo. Y es que esa radical independencia frente a todo grupo o capilla hizo de él un filósofo marginado, hasta el extremo de que su obra estuvo a punto de pasar desapercibida y que sólo en la ancianidad alcanzó la fama que algunos creemos que merecía.
Es cierto, Antonio, hay algo de envidiable en Schopenhauer (y en otros muchos filósofos): esa independencia suya; esa autonomía; ese querer ser uno mismo ¡Y el PODER serlo! Qué pocos pueden afirmar eso sin caerse al suelo 😉
Recuerdo que en la antigüedad los filósofos se pavoneaban de ser los únicos hombres realmente libres por vivir a su aire. La mayoría, desde reyes, mercaderes o soldados, podían vivir colmados de riquezas y poder, cierto, pero sus vidas dependían constantemente de los “negocios” con los demás.
Sin embargo, este aspecto que “nos” seduce de Schopenhauer es, a su vez, motivo de rechazo por parte de otros muchos, que esgrimen: ¿qué va a contar sobre la vida alguien que jamás ha pegado golpe?
¿Surgirá de aquí el viejo prejuicio de que la filosofía no sirve para nada, puesto que los filósofos, por lo general, nunca han seguido una vida de “provecho”? Quizás, pero este es un dilema antiguo… y que por lo general sólo lo plantean las mentes vulgares y cortas de miras.
De todos modos, Antonio, comparto la misma impresión que tuviste al leer a Schopenhauer: es un autor seductor. Pero quizás no por los mismos motivos.
Su pensamiento siempre me ha parecido morboso y peligroso ¡Cómo no me iba a parecer interesante entonces! Aunque no para tomármelo en serio, sino como caso a ser estudiado. Schopenhauer es un caso clínico: su desprecio hacia lo mundano, lo corporal, lo comprensible y sensible, lo doloroso y excitante, hacia toda forma de combate, conflicto y lucha, en fin, hacia todo cuanto nos hace sentir vivos, denota un espíritu senil incapaz de levantar cabeza; hecho que él mismo reconoce abiertamente -Aquí fue muy sincero.
En cualquier caso, que Schopenhauer no tenga razón con su filosofía (pues su sistema, como cualquier sistema trascendental, no pasa la prueba del Parménides de Platón), no quita que su pensamiento nos permita reflexionar sobre problemas milenarios, como por ejemplo: ¿Qué poder tiene nuestro lenguaje sobre nuestras percepciones, pasiones y sensaciones? ¿Hasta qué medida nuestras verdades aparentes esconden verdades auténticas y eternas? ¿Existen verdades auténticas y eternas? Y en caso de que éstas existan, ¿cómo estar seguros de que lo son y que no nos engañamos como colegialas tontas al juzgarlas auténticas y eternas? ¿Es la vida algo fugaz, sin sentido y vacía o bien es de algún modo eterna, plena y bella? ¿¡O las dos cosas a la vez?! O ninguna de ellas…
Saludos y esperando la continuación.
Gracias por tus comentario. Pero sin comentarios por mi parte. Al principio a esta serie de cuatro entradas había pensado titularla: Yo no soy filósofo. Pues eso.