Pirandello ¿fascista? II

En 1904 Pirandello publica El difunto Matías Pascal, que obtiene un rápido éxito en Italia y en el extranjero, una fábula sobre la necesidad de huir, de ser otro. Pero es en la producción teatral donde su arte se va depurando hasta alcanzar cimas insospechadas. En 1917 estrena su primera obra revolucionaria, Así es (si así os parece), drama sobre la incognoscibilidad, cuya manifestación externa es la locura; en 1921 seis personajes en busca de autor asaltan el escenario e imponen a los actores la representación de sus vivencias atormentadas entre la indignación y el entusiasmo de los espectadores.

Y mientras los éxitos se suceden, su vida íntima no halla reposo. Finalmente su esposa es ingresada en una casa de salud. El infierno ha cesado, pero el paraíso permanece inalcanzable: los hijos, la diferencia de edad, los pudores secularmente arraigados, impiden que su amor otoñal por la joven actriz Marta Abba llegue a realizarse.   Quizá pensando en ella, en la necesidad de crear un teatro nacional que asegure a ambos un futuro, un año después del famoso encuentro, escribe a Mussolini solicitando ser admitido en el partido como simple militante (il posto del più umile e obbediente gregario). Meses después, obtiene una subvención de 50.000 liras para la reestructuración del Teatro Odescalchi. 

En su novela Uno, ninguno, cien mil el protagonista empieza por descubrir que, para su mujer, ni siquiera físicamente es tal como él se imagina, hasta que llega finalmente a la conclusión de que cada uno de los que le rodean lo ve de distinta manera, de que es tantas personas como miradas se posan en él, de que no es nadie en sí mismo, sino algo que continuamente se crea y se rehace desde fuera. Uno de esos Pirandellos fue miembro del Partido Fascista – aunque nunca “intelectual del régimen” -, pero no el artista, no el que escribió: “He estudiado el dualismo del ser y del parecer, la descomposición de la realidad y de la personalidad…”.

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