Unamuno o la agonía de existir II

 

El primer libro que compré y leí de Unamuno fue una colección de artículos periodísticos titulada Visiones y comentarios. Aunque no consta la fecha en que fueron escritos, se ve bien por el contenido que lo fueron durante la República, es decir, en la última década de su vida. Y aunque los temas son muy del momento social y político, no faltan en ellos las profundas divagaciones del filósofo, o del místico. He ido a buscar uno que me impresionó, porque alude a un momento capital en toda vida humana. Lleva por título El día de la infancia y empieza comentando unos versos del poeta catalán Verdaguer:

Ai soledat aimada,

ma companyona un dia,

lo jorn de la infantessa

que no tingué demà…

Porque el niño, apunta Unamuno, en su soledad creadora, vive en infinitud y en eternidad un solo día, y la infancia se acaba cuando llega el otro y el otro día, y se descubre que hay un final. Es cuando el niño descubre la muerte, que uno se muere. Luego, el artículo deriva hacia algún tema de la actualidad política.

También Contra esto y aquello consiste en una recopilación de artículos publicados en la prensa, tres décadas antes, en los que combina comentarios del presente con la visión poética y las reflexiones filosóficas. El problema es que ni conservo el libro ni he de dedicarme ahora a buscarlo. Así que, aunque creo que lo leí casi al mismo tiempo que Visiones y comentarios, no estoy en condiciones de ofrecer ni un solo detalle concreto.

nieblaDe sus novelas leí cuatro o cinco, pero solo de una de ellas guardo un recuerdo claro. Se titula Niebla y se había publicado en 1914. Es – como todas las de Unamuno – lo que antes se llamaba “una novela de tesis”, es decir, una fábula pensada como ilustración o demostración de una ideología determinada o simplemente de la idea que del mundo tiene el autor. Casi todas las novelas son “de tesis”, pero las mejores son aquellas en que el autor no lo sabe o no se lo ha propuesto. No es este el caso de Unamuno, obviamente, que siempre es muy consciente de lo que quiere demostrar en sus obras de ficción (lo que, a mis ojos, no le hace un gran novelista, que digamos). Pero vayamos a la fábula y a la tesis.

Augusto Pérez es un señorito, rico, abúlico y soñador. O, más que soñador, “encantado”, que decían mis mayores. Un día se enamora (o cree que se enamora) de una joven muy guapa. Muy guapa y muy despierta. A la joven no le hace gracia el muchacho y, primero, se lo dice; luego, picada por los celos, lo acepta. Y después de conseguir un beneficio práctico de él, lo rechaza y se va con otro y con el beneficio. Augusto, más que traicionado o engañado, se siente burlado. Y no lo soporta. Piensa en suicidarse, pero antes decide ir a ver a Don Miguel de Unamuno, del que había leído alguna cosa sobre el suicidio.

Unamuno lo recibe, y el pobre Augusto apenas tiene que contarle nada. Lo sabe todo. Y lo sabe, le dice el escritor, porque él, Augusto, no es un ser vivo sino un personaje de la novela que está escribiendo, un ente de ficción, y ni siquiera puede suicidarse, porque el requisito indispensable para poder suicidarse es…estar vivo. Y cuando le dice que no se preocupe, que ya le matará él, como suelen hacer los autores con los personajes que ya no les sirven, cambia de idea y se revuelve contra el dictado de su creador. ¡Quiere vivir!

-¡Quiero ser yo, ser yo! ¡Quiero vivir! – y le lloraba la voz.

[…] No puedes vivir más. No sé qué hacer ya de ti. Dios, cuando no sabe qué hacer de nosotros, nos mata.

[…] ¿Conque no? No quiere usted dejarme ser yo, salir de la niebla, vivir, vivir […] Pues bien…también usted se morirá. ¡Dios dejará de soñarle! […] ¡Se morirá usted y se morirán todos los que lean mi historia, todos sin quedar uno! ¡Entes de ficción como yo!

Y en efecto, el pobre Augusto se muere. Y el pobre Unamuno, unos años después. Y el pobre que escribe esto, quién sabe cuándo. Y el pobre que lo lee también. Y no se sabe si al final quedará alguien para contarlo.

Miguel de Unamuno y Jugo nace en Bilbao en 1864. Cursa la carrera de filosofía y letras en Madrid. En 1891 obtiene la cátedra de griego en la universidad de Salamanca y en 1900, a los 36 años de edad, es nombrado rector de la misma universidad, cargo que ostenta – con algunas interrupciones debidas a imperativos políticos – hasta su jubilación en 1934. Miembro del partido socialista antes del cambio de siglo, pronto se desvincula de toda opción política concreta en aras de una libertad e independencia intelectual insobornables.

Destituido y desterrado a Fuerteventura (Canarias) por la dictadura de Primo de Rivera en 1924, con el advenimiento de la República fue repuesto en su cargo de rector y se convirtió en una de las personalidades más destacadas de la opción republicana, siendo elegido diputado a Cortes por la coalición republicano-socialista (1931). Pero el desencanto llegó muy pronto. En las elecciones siguientes (1933) no volvió a presentarse, sus artículos eran cada vez más críticos con la política republicana y llegó hasta el extremo de ilusionarse con la idea de que el “alzamiento” de 1936 daría a España lo que necesitaba: una de mano de hierro ilustrada para regenerar el país. La prueba de la realidad deshizo enseguida aquella ilusión y, después de acreditar una vez más la honradez y la valentía que en todo momento había mostrado, Dios dejó de soñarle, quiero decir que se murió.

Además de las obras que he citado o aludido también leí Vida de Don Quijote y Sancho, en la que el autor va desgranando sus ideas y obsesiones sobre el hilo de la novela de Cervantes, con aportaciones siempre muy personales o pintorescas. Fue un placer.

Quedaba pendiente la obra más estrictamente filosófica, como La agonía del cristianismo o Del sentimiento trágico de la vida. Y pensaba que algún día me dedicaría a ella. Pero ocurrió que, de pronto, se alzó por el norte un astro luminoso que empezó a disipar las nieblas ibéricas con una luz nunca vista por aquí. Y ya no me acordé más del señor don Miguel de Unamuno. Hasta ahora, para escribir esto.

(De Los libros de mi vida)

1 comentario

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Una respuesta a “Unamuno o la agonía de existir II

  1. J. A. R.
    julioaguilarweb

    Sí, la angustia orteguiana del célebre “no es eso, no es eso” acometió a otros muchos: Unamuno, Marañón, etc. El caso que mejor conozco es el del médico-historiador, que pasó de “partero” de la República a filofranquista, como tengo demostrado en un artículo que no me decido a enviar.
    No quiero emplear la expresión “envejecer mal”, pero creo que las novelas del bilbaíno han quedado obsoletas. Yo leí, como tú, cuatro o cinco, en mi caso seguidas, y me dio esa sensación de algo vetusto. No recuerdo con nitidez nada.
    No sé aún quién fue el astro luminoso que, ya que citas “Niebla”, comenzó a disiparte las nieblas ibéricas, No me lo digas, cuando repase los 21 + 21 me mojaré.
    Espléndida jornada dominical

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