Yo no sé cómo Corso, entre cuyos parientes hay personas tan inocentes como mi esposa Gemma o tan encantadoras como su hermano Forese y su hermana Piccarda, ha llegado a reunir en su persona todos los vicios, todas las malignas cualidades de los enemigos de la justicia, pues si hay dos conceptos que hoy se excluyen mutuamente, estos son Corso Donati y Bien Común. El egoísmo, la prepotencia, la violencia, la brutalidad, la barbarie, en suma, por muy noble que sea su familia, son los rasgos característicos de su persona y sus acciones.
¿Quiénes pueden sentirse representados por un individuo así? ¿Quiénes pueden creerse que su causa puede ser defendida por alguien que no tiene más causa que sus intereses singulares de gran señor? Cuatro como él…Pero también, todos los magnates, güelfos o gibelinos, que nunca han aceptado el gobierno que libremente se ha dado el pueblo; pero también, esa parte del pueblo bajo, obtusa y gregaria, siempre dispuesta a aclamar a quien sabe deslumbrarle con la espada; pero también, y esto es lo peor y más amargo, aquella potencia extraña que no cesa en sus intrigas para devorar nuestra república y que ha convertido a Donati en su peón avanzado…
Sí, es duro y amargo tener que llamar a Roma “potencia extraña”, cuando ella es la madre de Florencia, la forjadora del mundo civilizado, la creadora de aquel orden supremo que nunca debió romperse. Pero esa Roma ya no existe. Abandonada por los nuevos emperadores, que ya ni siquiera osan visitarla, es hoy un lugar siniestro donde reinan la corrupción y el engaño.
El que, blasfemando, dice ser el sucesor de Pedro y es en realidad el asesino de la pobreza que predicó Cristo, amasa oro para levantar ejércitos, reclama alianzas para estrangular enemigos, mantiene agentes para derribar gobiernos, y todo ello con el fin perverso de imponer su dominio temporal sobre tierras y ciudades, arrebatando al emperador sus atributos y a los pueblos sus libertades. Por eso, Guido, la actitud que hay que mantener ha de estar inspirada en la razón del bien, que siempre, por tarde que sea, sale triunfante de la sinrazón del mal. Por eso, Guido, las acciones precipitadas y violentas, los actos temerarios y salvajes, como tu loco intento de matar a Donati, no tienen sentido ni han de tener cabida en nuestro modo de actuar. Aspiramos, yo al menos, a vivir en una república ordenada: pues ordenemos primero nuestros actos.
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