[Ensayo de prólogo y de título definitivo para la edición en papel de Los libros de mi vida junto con Los libros de mi vida. Lista B, que nadie me ha propuesto, todavía]
Para algunos supervivientes, entre los que me cuento, la lectura es una manera de ampliar la vida. También está el cine, la música y el arte en general. Pero yo suelo hablar solo de lo que conozco un poco.
Entre las varias maneras que se puede vivir la vida, pienso ahora en dos: la que se vive en dos dimensiones y la que se vive en tres o más dimensiones.
Vive la vida en dos dimensiones la persona que va avanzando en una dirección sin más visión ni perspectiva que aquella que le ofrece el paisaje inmediato. Trabaja – o se las ingenia – para vivir lo mejor posible: tener dinero, comida, sexo, afecto, amor, seguridad, prestigio, poder. Si no lo consigue, o consigue muy poco de todo eso, se considera un desgraciado; si lo consigue, muchas veces también. En todo caso su campo de acción tiene unos límites precisos, que son los propios – en primera instancia -, de una existencia que no suele prolongarse más allá de los cien años.
Vive la vida en tres dimensiones la persona que, si bien participa de todas o de algunas de las aspiraciones comunes antes citadas, dispone además de un acceso secreto a una pluralidad de vidas, pensamientos, experiencias, de las que puede gozar como si fuesen propiamente suyas. Ese acceso, que no es en verdad secreto pero como si lo fuera, se llama Literatura. Y el que lo conoce y traspasa recibe el nombre de lector, o lectora.
En la vida diaria, quiero decir, física, inmediata, tenemos muy pocas oportunidades de conocer y tratar a personas sabias, agudas, interesantes, profundas, amenas, divertidas en el mejor sentido de la palabra. Quizá porque no sabemos descubrir en nuestro vecino alguna de esas virtudes (pienso que si tuviésemos por vecino a Dante Alighieri diríamos “qué tipo tan antipático y envarado que apenas saluda”), quizá porque las personas con esas características son tan escasas que tienen que repartirse aquí y allá por toda la geografía y la historia universal. Pero nosotros no podemos andar por toda la geografía y la historia universal para encontrarlas. ¿O sí?
Veamos, ¿por qué lees? Buena pregunta, como aquella tan famosa que todo escritor ha de escuchar del entrevistador de turno: usted, ¿por qué escribe? Aunque, mirándolo bien, esta es una pregunta bastante absurda, porque es evidente que preguntar a un escritor – de los de verdad, me refiero – por qué escribe es como preguntar a un niño por qué juega.
El por qué lees sí que tiene su jugo. Y es que se puede leer con finalidades tan diversas como las que van desde para pasar el rato hasta para comprenderme y comprender el mundo. Reconozco que, sin que me lo propusiese al principio, mi finalidad ha estado siempre más próxima de lo segundo que de lo primero.
Y hace poco, en este tramo de mi vida situado sin duda hacia el final, he tenido la idea, en realidad, he sentido la necesidad, de convocar a todos aquellos escritores que me han acompañado, confortado e iluminado a lo largo de mi existencia. Y han ido apareciendo.
Primero, aquellos que desde la infancia me han ido despertando a la realidad del mundo y de las ideas o me han acompañado (coincidido) en momentos especiales de la vida. A ellos dediqué la primera serie – con breves apuntes autobiográficos – a la que puse por título Los libros de mi vida.
Apenas cerrada esta serie, compuesta por semblanzas de 21 escritores, caí en la cuenta de que muchos de los considerados “grandes” habían quedado fuera. Era natural, puesto que se trataba de una selección confesadamente personal y subjetiva. De todos modos, quise enmendar en lo posible el “fallo” convocando a otros escritores que, aun no habiendo tenido un significado especial en mi vida, contaban con toda mi admiración. Y así redacté 21 semblanzas más de escritores y titulé la serie Los libros de mi vida. Lista B.
Las 42 semblanzas de escritores las he ido publicando en mi Blog. Y, por las reacciones contenidas en los comentarios de muchos lectores, se me ha ocurrido que podrían ser un excelente instrumento para estimular la lectura de la literatura de calidad. Así me lo han dado a entender algunos lectores y lectoras. Una de ellas ha afirmado con rotundidad que, si en su lejano bachillerato le hubiesen presentado a los escritores y sus obras de esta manera, su impresión de la literatura hubiese sido muy diferente de lo nada atractiva que fue.
Pues bien, ahí lo dejo. Las editoriales especializadas (o no) en temas educativos de la juventud, las agencias editoriales, los gestores de proyectos oficiales, como ese llamado Plan de fomento de la lectura, tienen esto a su disposición.
Si no lo toman, yo me quedo como estoy. Pero muchos jóvenes y no tan jóvenes que, sin saberlo, esperan algo así, también se quedan como están, es decir, de espaldas a parte de lo más grande que ha dado la humanidad.
Y esto sí que sería triste.
Está muy bien. No he pinchado en los enlaces porque ya conozco su contenido desde ayer a través de otra u otras entradas de tu blog. Me gusta todo, pero de quedarme con algo, lo hago con tus palabras y foto sobre la inadecuada enseñanza de la Literatura. Conozco ese mundo, aunque desgraciadamente no como profesor de esa asignatura, sino de Historia.
Saludos