SCHOPENHAUER AD CANEM. tres

La actividad cognoscente del cerebro puede ser de dos clases, la que se dirige al exterior y la que se dirige al interior del propio sujeto. Hasta aquí me he ocupado del conocimiento de lo exterior y he apuntado que ese conocimiento sólo puede serlo del fenómeno, no de la cosa en sí.teatro

Habrás observado que el mundo exterior se nos presenta como un espectáculo de formas y de imágenes sin sustancia real. ¿Que esto no es cierto, Butz? ¿Que tú ves las cosas como muy reales? Te engañas, te engañas y se engañan cuantos opinan como tú. Y la prueba está en que incluso quienes niegan lo que he dicho se comportan como si lo creyesen.

Sí, Butz, todo el mundo, tú también, cada uno de los seres del universo se comporta como si lo único real, lo único cierto, importante e imprescindible fuese él mismo, y lo demás perfectamente secundario, prescindible, no propiamente real, como si todo lo que le rodea fuese algo fantasmagórico comparado con su propio ser sintiente y doliente. ¿De dónde viene esta íntima convicción, arraigada en todos los seres con tanta fuerza que, como luego veremos, sólo la verdadera filosofía o la mística práctica pueden desarraigar? Precisamente de lo que te decía: de que del mundo exterior sólo conocemos el fenómeno.

Y es que, por mucho que la ciencia investigue todos los objetos del universo, siempre se queda y se quedará en la superficie. Porque, después de todo, ¿qué es lo que nos da la ciencia? La ciencia sólo nos puede dar las leyes del comportamiento de las cosas, la identificación de las causas, que siempre remiten a otras causas, hasta que topa con unas fuerzas irreductibles a causas, punto en que se detiene sin que pueda determinar en qué consisten esas fuerzas.

Sabemos cómo se transmite la vida, pero no qué es la vida, qué hace que la vida se transmita en vez de no transmitirse. Sabemos cómo se forma la electricidad, pero no qué es la electricidad, qué hace que la electricidad se forme en vez de no formarse. Estas fuerzas originales están fuera de la representación y por lo tanto no les es de aplicación el principio de razón suficiente, que es como decir que están fuera de la ciencia.

Y es que la ciencia sólo nos da la determinación necesaria de la aparición de un fenómeno en el tiempo y en el espacio, su necesaria subordinación a la ley física, pero de la esencia íntima de ese fenómeno no sabe qué decir, o lo despacha con palabras tales como “fuerza” o “principio vital” o “ley natural”. Y aún te diré más: aunque la ciencia física más avanzada llegase a encerrar todo el universo en una fórmula única, ésta sólo podría referirse al cómo del universo, a su representación, es decir, a algo que se forma en nuestro cerebro, no al qué, no a su verdadera esencia. 

Volvamos pues a nosotros mismos, regresemos a aquel cuerpo en cuyo cerebro se representa un mundo del que sólo conoce las leyes de actuación. ¿Qué hace que ese cuerpo se sienta tan real frente al fantasmagórico mundo exterior? La percepción inmediata de su propio ser, eso es. Él se siente, advierte cómo en su organismo una serie de procesos trabajan sin cesar por la propia conservación. Sí, Butz, mi cuerpo, como cualquier otro objeto de la realidad, es representación, pero también es algo más. Y es que lo siento, percibo cómo se mueve, cómo sus órganos funcionan, cómo busca el bienestar, cómo rechaza el malestar, cómo huye del dolor, cómo quiere el placer, cómo quiere vivir por encima de todo, cómo quiere, cómo quiere… mi cuerpo es voluntad, y eso es lo que le mantiene vivo, esa voluntad es la esencia íntima de su existencia o, dicho de otro modo, mi cuerpo es la objetivación visible de la voluntad.

Y ahora, una aclaración muy importante. Cuando digo “voluntad” no me refiero a aquella supuesta facultad de una hipotética alma racional que “libremente” decide una acción −ya sabes, “yo tengo mucha voluntad”, “mi voluntad es hacer esto”−, no, me refiero al mismo hecho de querer, que no es distinto del hecho de actuar. La voluntad y el acto son la misma cosa. Podría haberlo llamado “fuerza natural” o algo así, pero, por razones que sería largo explicar, he preferido llamarlo “voluntad”. Tenlo presente, Butz, y nunca lo olvides, porque éste es el escollo en que siempre se estrellan cuantos intentan refutarme sin haberse enterado de lo que hablo.

La voluntad de que yo hablo es una fuerza ciega, inconsciente que sólo quiere ser, vivir, perpetuarse, y lo quiere actuando, y además ¡atento! esa voluntad es idéntica en mí y en todos los seres del universo. ¿Sorprendido? Pues no te sorprendas. Ha ocurrido una cosa, Butz, y es que, gracias a aquella introspección en mi propio cuerpo, se me ha desvelado el misterio oculto en los otros cuerpos.

Estos sólo existían en mi cerebro, eran pura representación, pero ahora que conozco la esencia íntima de mi cuerpo, y que no puedo suponer que la naturaleza me haya distinguido con una condición única, he de concluir que la esencia de los otros cuerpos, que la esencia de todos los objetos, que la esencia del universo entero es lo mismo que percibo en mi cuerpo: es la voluntad.

La voluntad es lo que hay detrás de lo que aparece como representación bajo las formas de tiempo, espacio y causalidad, es la cosa en sí. Kant ¿recuerdas? había establecido la diferencia entre fenómeno, cognoscible, y cosa en sí, incognoscible. Pues bien, yo, mediante la experiencia de mi propio cuerpo y la observación de la naturaleza, he llegado a la conclusión de que podemos saber algo de la cosa en sí, y lo que podemos saber es que la cosa en sí es ni más ni menos que voluntad o, para ser más exacto, que la voluntad es la manifestación inmediata de la cosa en sí en cuanto entra en la representación…

¿Te canso, Butz? Lo comprendo, comprendo que tales discursos a estas horas de la noche te parezcan excesivos, pero… no me importa ¿sabes? Si te aburres te duermes, te doy permiso. Lo mismo le diría a cualquier lector en el caso de que, como antes he imaginado, en vez de sólo pensamiento fuese esto letra impresa. Le diría: lector, si te aburres te duermes, te doy permiso, o cierras el libro y te dedicas a pensar por tu cuenta, si es que sabes cómo funciona eso, o pasas por alto unas páginas hasta dar con un pasaje más entretenido, haz lo que quieras, lector, haz lo que quieras, Butz, pero yo sigo.

(CONTINÚA)

2 comentarios

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2 Respuestas a “SCHOPENHAUER AD CANEM. tres

  1. Una leccion magistral.Felicidades,estoy ansioso por leer el resto..

    • antoniopriante
      antoniopriante

      Tú eres responsable en parte, lo sabes. He seguido tu consejo. El contenido es el mismo que en la anterior ocasión. Solo he juntado el capítulo 3 con el 4, convirtiéndolos en el actual 3, porque eran más cortos que los otros. O sea, que en vez de seis, ahora son cinco en total.

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