Rymer era un neoclásico, defensor de las normas estéticas que el teatro francés había impuesto en Europa y beligerante frente a Shakespeare, en cuya obra solo veía un mar de incoherencias e inmoralidades. A Shakespeare esto le daba igual, más que nada porque llevaba seis décadas muerto; pero también a la vida real le traían sin cuidado las ideas de Rymer, y seguía ofreciendo su propio espectáculo, ajena a las normas de los críticos moralizantes. Uno de éstos llegó a decir que solo la ejemplaridad moral justifica la existencia del arte. Pero nunca llegó a preguntarse qué es lo que justifica la existencia de un crítico moralizante.
Por extraño que parezca, una idea tan mecánica y simplista del relato artístico ha llegado hasta nuestros
Otro asunto es si alguna especie de justicia, similar a la poética en el arte, funciona en la vida real. Si el bien tiene su premio y el mal su castigo. Cierto que en este caso sería más correcto prescindir del adjetivo “poética” y quedarnos con el sustantivo “justicia”, sin más.
¿Hay justicia en el mundo? Y no me refiero a aquella que presuntamente imparten jueces y tribunales, sino a aquella otra que Thomas Rymer deseaba para los dramas o relatos artísticos. El bien, ¿acaba siempre por triunfar? El mal, ¿recibe siempre su castigo?
Los creyentes cristianos tienen la respuesta fácil (en esta y en otras muchas cuestiones). Todo se soluciona en el más allá, donde los malos son castigados y los buenos alcanzan la recompensa eterna. Los no creyentes lo tienen más difícil. De hecho, cuentan con dos opciones: reconocer amargamente que el mundo suele ser injusto o recurrir a la idea de una especie de justicia inmanente, algo que la sabiduría popular siempre ha intuido, y ha proclamado con la frase “en el pecado va la penitencia”.
En cualquier caso, el asunto es vidrioso. A primera vista, es evidente que no hay justicia en el mundo; se ha de recurrir a una segunda vista para formular un juicio más consolador, pero no todo el mundo está dotado de esta particular visión añadida.
Así que lo mejor es dejarlo. Además, ¿por qué habría de haber justicia en el mundo? Quizá es que la cosa es muy sencilla, tan sencilla como para espantarse considerándola fríamente: el mundo es como es, y punto. O como dice el filósofo: “el juicio sobre este mundo es este mundo”.
Así que, a primera vista, la virtud no siempre tiene su recompensa. O muy pocas veces. O casi nunca. Pero…¿Y el esfuerzo? ¿Y el mérito?
“Estudia, esfuérzate para ser mañana un hombre de provecho”; “siempre adelante, no te dejes amilanar por
Dudo que hoy se impartan y se reciban con la misma inocencia ese tipo de consejos. Ha habido demasiados premios literarios por en medio como para que se pueda mantener la idea de que lo excelente se alza siempre por encima de lo mediocre. Y sin embargo, la idea persiste. Leo en el comentario de un lector de una revista digital: “no hay genios ocultos”, “el artista que vale de verdad llega siempre”.
¿Seguro que no hay genios ocultos? ¿Cómo lo sabe? Es el tipo de enunciado que cierto filósofo no admitiría como científico por el hecho de no ser “falsable”. Es decir, que no hay manera de imaginar su contrario. Porque lo definitorio de algo oculto es que se desconoce, y entonces ¿cómo se sabe si existe o no?
Por el contrario, hay indicios para suponer que no es cierto lo que afirma el comentarista en cuestión. Si no
¿Cómo se puede afirmar que no hay genios ocultos, o que el artista siempre llega? Quizá solo desde la comodidad mental, desde el deseo de imaginarse un mundo en el que todo encaja, en el que reina una justicia poética de acartonado corte neoclásico.
Mi realidad,yo he aprendido a vivirla “como sí”,y ademas aplicando la famosa frase de Sartre,”el infierno son los otros”.
Te aseguro que este método me ha aliviado el lastre y me ayuda a observar la vida,como un escéptico observador.
Está bien eso de “observar la vida, como un escéptico observador.” Es, casi literalmente, lo que dice el personaje de una novela mía no publicada. Por cierto… (continúa en FB)
Gracias Antonio,me alegra haber coincidido con lo que dice el personaje de tu novela,aun no publicada.
En el caso de Franco, no creo que sufriera demasiado cuando hacía sus diabluras. Dicen que firmaba penas de muerte mientras se comía un a gallete o se tomaba el cadé en el desayuno. Como diría mi difunta madre: “Dios lo castigó” por eso del “MI pulso no me temblaraà” y ya lo creo que el Parkinson hizo su efecto de mayor (en edad, que en estatura era más bajito de Hitler, ¡menudo ario!
Saludos
Regí.
Reblogueó esto en nomecreocasinada.
Temas demasiado profundos para despacharlos con un par de respuestas. En cualquier caso, interesantísimo artículo. La vida es misteriosa, afortunadamente. Y nos permite creer en la justicia (poética o divina en el sentido amplio de la palabra). Así como en que uno recibe lo que da. Ignoro de qué modo o manera se da esa reciprocidad, pero me inclino a creer en ella pese a la apariencia que muy a menudo índica lo contrario. Un saludo
Una visión amable y esperanzada de la realidad, más que de la realidad nos habla de la persona que la tiene. Gracias, Leire.