– Bella imagen.
– Sí lo es – contesté sin desviar la vista de la estatua.
– Pero muy antigua.
– La antigüedad no está reñida con la belleza.
– Puede estar reñida con la verdad.
Le miré. Vestía una larga túnica que le cubría hasta los pies. Una gran cruz le pendía de un amplio collar. Ostentaba una papada enorme, unos ojos pequeños y una apreciable calvicie. No tuve que pensar mucho para identificar al personaje. Como yo no respondiera, prosiguió:
– Y no tiene riendas con que gobernar. Ya no puede correr.
– Le quedan las alas. Puede volar.
– Solo los ángeles del Señor tienen alas.
– ¿Y qué son los dioses, sino ángeles de la divinidad suprema?
Calló. Una mirada fría, dura, penetrante, como yo solo había visto en algunos celosísimos agente públicos, me recorrió de arriba abajo.
– Sé quién eres, Décimo Magno Ausonio. Te conozco por tus obras y por tu fama. Admiro la perfección de tus obras, pero me asombra su vaciedad. Y estas palabras tuyas confirman lo que tu fama propaga: que, aunque cristiano de nombre, eres infiel de corazón y que a espaldas de nuestro Augusto, a quien deberías la máxima lealtad, haces causa común con los enemigos de Cristo.
– Solo un enemigo de Cristo puede comparar los ángeles con los dioses.
– Paciencia, Ambrosio. A los dioses, siempre los hemos tenido con nosotros. Roma creció al amparo de su religión, y a la sombra de esos dioses dominó al mundo. Y cuesta acostumbrarse a una nueva manera de pensar y de hablar. Al fin y al cabo, todo aquello que los hombres adoran debemos considerarlo como un solo y único ser. Todos contemplamos los mismos astros, el cielo nos es común y el mismo Universo nos envuelve. ¿Qué importa entonces la filosofía con que cada uno busca la verdad? A tan gran secreto no se puede llegar por un sólo camino.
– A tan gran secreto, dices, no se puede llegar por un sólo camino. Escucha, Ausonio, y cuando digo Ausonio digo Símaco y digo Pretextato y digo quienquiera que piense como vosotros. Lo que vosotros ignoráis, lo hemos aprendido nosotros de la boca del propio Dios; lo que vosotros buscáis por medio de conjeturas, nosotros lo poseemos con certeza por haberlo aprendido de la sabiduría y de la verdad de Dios. Vuestros métodos no son los nuestros.
– En efecto, y el arte del diálogo, del que suele resultar alguna luz, no se puede practicar con quien ya posee toda la verdad… y nada menos que de boca del propio Dios.
A los pocos días abandoné Mediolanum. No quería participar en una batalla que ya sabía perdida.
(De La ciudad y el reino)
Al fin encuentro un momentito para hablar contigo. Será la larga pausa de Semana Santa que te ha inspirado el tema religioso pero esa conversación entre Ausonio y Ambrosio es de las que no dejan indiferente.
Primero sacudes mi plácida pasividad con tu propuesta anterior pidiendo opinión acerca de si la moral es la consecuencia de la voluntad de operar en un sentido u otros independientemente del carácter, o si, según Schopenhauer. la ética individual viene determinada por la personalidad, siendo únicamente en este proceso de adquisición del carácter cuando interviene la libertad de elección pues una vez asentado será concluyente para pensar o actuar de determinada forma. Y sí así fuera, ¿cómo se produce?. Ya ves, fuimos muchos los que nos sentimos atraídos por dejar nuestro granito de arena, con mayor o menor fortuna, pues en estos casos, ya se sabe, todo está claro hasta que se quiere explicar de forma sencilla y coherente.
Pero, volviendo a este maravilloso enfrentamiento entre el filosofo pagano en busca de la Verdad, versus el religioso fanático, poseedor de la Verdad, lo cierto es que como bien dices, es una batalla perdida. Antes y ahora.
Así de entrada, me ha recordado una estupenda película “Ágora” de Alejandro Amenabar que no gozó de las simpatías del público. Creo que, en general, las personas de religión cristiana se sintieron molestas con la imagen que daba de esos primeros cristianos, violentos, manipuladores, enemigos de los nobles paganos y aniquiladores de antiguas y sabias formas de conocimiento (en este caso la destrucción de la Biblioteca de Alejandría y el posterior y cruel asesinato de la mentora y filósofa Hipatia).
Si entendemos las religiones como un conjunto de enseñanzas propuestas por algún Iluminado con el fin de guiar los colectivos hacia formas de comportamiento más beneficiosas para el conjunto, personalmente la mayoría de credos me parecen sensatos (con claras excepciones) y desde luego, los fundamentos de la religión cristiana son admirables. Pero !ay! cuando esos fundamentos se convierten en movimientos organizados. Cuando no se permiten escuchar otras opiniones. Cuando unos cuantos ambiciosos se consideran los elegidos, poseedores de la Verdad absoluta transmitida directamente por Dios, entonces se convierten en los grupos de poder más peligrosos y perversos pues manipulan las mentes y los corazones a través del miedo.
En el caso de Ambrosio creo que su objetivo (que raro) fue someter los emperadores a las órdenes de Dios (o mejor de la Iglesia) y convertir a los ciudadanos, soldados a las órdenes del Emperador. En otras palabras, el poder de la Iglesia por encima del poder del Estado.
Personalmente en cuanto a cuestiones de fé, mi evolución es clara y creo que irreversible, pues cada vez me siento más convencida de mis convicciones y lo digo sin altaneria, sin rencor y sin ánimo de convencer. Si hay algo: Energía, Naturaleza, Dios, lo de menos es el título, que de alguna forma ha generado este caos “organizado” que es el Universo, yo soy incapaz de saberlo. No puedo pues creer ni defender ni amar algo tan lejano y ajeno a mi conocimiento ya que simplemente no me afecta y si lo hace no lo se constatar. Si por contra, se trata de un Dios cercano, tampoco puedo, pues mi dubitativa fé choca frontalmente con los principios de la razón o de la ciencia. Si me atengo a las histórias bíblicas, el Dios bíblico me parece prepotente, egocéntrico y sumamente cruel, dominado obsesivamente por el principio de autoridad y sometiendo constantemente a sus “hijos” a una obediencia ciega y sin sentido.
Que los principios en que se basan los Santos Evangelios son encomiables, sin ninguna duda y que hay muchísimas personas que en nombre de Cristo han actuado y actuan de forma admirable, estoy totalmente de acuerdo. Pero, mi pregunta es: porqué detrás de una buena acción se necesita el respaldo y la “mano” del Señor. Porqué no aprender a ser altruistas, a ser empáticos, a ser compasivos de forma racional cuando el instinto natural a veces nos oculta estas cualidades. Porqué no podemos creer en las posibilidades del ser humano, sin tener que ampararnos para lo bueno y para lo malo en ese Dios que yo no entiendo bien que es lo que hace por nosotros.
En fin, un amigo muy querido me dice que en los malos momentos es un gran apoyo, y que son muchísimos los casos de conversiones al final de la vida. Quizá sí, pero me gusta más pensar en un proceso de maduración personal. Que en esos momentos, seré capaz de reconocer mis errores sin dramatismos, con comprensión. Me gustará pensar que he intentado ser una buena persona, porque es nuestro deber y nuestro placer preocuparnos por uno mismo y por los demás. Que no he sentido más envidias de las inevitables. Que he sido humilde. Que si no he hecho grandes cosas, al menos pequeños gestos que aunque nadie recuerde yo sabré que los he hecho con mi voluntad, con mi capacidad de amar, con mi sentido de la ética y de la moral y no porqué sienta el temor de una vida eterna en una especie de infierno sentenciado por la arbitrariedad divina.
Ostras, me estoy pasando, releyendo esto que he escrito no me gusta el tono tan subjetivo, me gusta ser más impersonal, pero ya está. Espero no ofender a nadie, desde luego, no es ésta mi intención.
Como siempre, gracias Antonio por estas publicaciones tuyas tan………perfectas.
Querida Eugenia, pues…qué quieres que te diga…