El ocho, por ejemplo, es un número cualquiera. Esto es lo que me ha impedido dar por concluida una
Que no entienda no quiere decir que no sufra. Y es que algo parecido al sufrimiento es lo que sentía cada vez que repasaba la lista de los autores que habían de integrar Los libros de mi vida. Veinte. Nada más y nada menos que veinte. Y veinte es un número cualquiera, eso salta a la vista. Recuérdese al pobre Neruda, obligado a añadir una canción desesperada a veinte poemas de amor
Y una vez y otra repasaba mi lista. Había que arreglarlo. Mi libro, o lo que fuera, no podía salir al mundo con veinte, precisamente veinte, escritores de mi vida. Uno más, solo uno más y quedaría perfecto. Veintiuno es múltiplo de tres…¡ y además, de siete! número esotérico por excelencia. Así que solo faltaba un autor, uno más. Que reuniese los requisitos necesarios, por supuesto: calidad evidente e influencia en mi vida.
En realidad no tuve que pensar mucho. En seguida lo vi, ahí, sentado en un rincón, como castigado por alguna culpa, con su barba blanquinegra y sus ojos inquisitivos, reprochándome mi ingratitud. Sí, cierto, Karl, pero es que, más que tu persona como autor, tuvo influencia en mí tu doctrina, pasada por muchas manos antes de llegarme, y por eso no había pensado en ti como escritor, ¿lo comprendes? Ni por un momento pienses que soy de los que van adaptando su pasado a la ortodoxia de la actualidad. No es mi estilo…
No hay más que hablar. Decidido. Entre Teilhard de Chardin y Fedor Dostoyevski, Karl Marx. Así lo requiere mi historia. (Próximamente en este Blog)