Quisiera detenerme aquí y dedicar unos instantes a pensar. Es difícil. Solemos pensar sobre la marcha, para solucionar un problema concreto, para escribir. Pero ¿ a quién se le ocurre dedicar unos minutos al pensamiento desinteresado, al pensar que se dirige a ordenar las ideas sobre uno mismo y el mundo para obtener quizá algunas conclusiones?
Razonar, también se llama, y consiste en ir enlazando conceptos para deducir otros conceptos que, a su vez, se relacionarán con otros también deducidos o tomados de aquí o allá. O en vez de conceptos se debería decir ideas. No sé. Y es que, a pesar de la mala fama que observo que voy adquiriendo por ahí, la filosofía nunca ha sido mi fuerte.
Bien, tampoco se trata de ponerse en plan kantiano o schopen… (lo siento, adjetivo imposible). Solo de observar lo que pasa por ahí, sin olvidar, por supuesto, algunas reflexiones aportadas por filósofos como los aludidos. La cosa puede verse desde dos puntos de vista.
Igual. Todo ha seguido igual. Al principio el pesar y el duelo, de intensidad variable según el grado de intimidad o afecto. Luego, apenas nada, algún recuerdo ocasional, una pizca de nostalgia por los antiguos momentos vividos juntos. Pero nada. Todo sigue igual.
Para los demás (excepto para alguna persona íntima: aquella con quien compartes la vida), el hecho de que no estés no cambia nada. El gran teatro del mundo sigue con la función y el público que lo llena no se entera de tu partida, igual que apenas se ha enterado de tu llegada, ni de tu presencia. Así que no vale la pena que te preocupes.
Desde uno mismo. ¿Pero es verdad que el mundo sigue en pie? El mundo es todo eso que veo moverse a mi alrededor y en mí mismo desde el momento en que nací. Antes de ese momento no había ningún mundo para mí… Pero sí para los otros, objetará enseguida el sentido común. Quizá. Pero yo tengo la impresión de que ese mundo de los otros no deja de ser una creación fantasmal de unos seres fantasmales. El único mundo real es el que se alberga en mi conciencia. Y si mi conciencia se extingue, con ella se extingue el mundo.
Pero el mundo sigue funcionando, se insistirá. Sí, pero qué mundo, insisto yo. No el que yo he conocido, que es el único que tiene realidad para mí, sino, quizá, el que se supone que contemplan y viven otros sujetos, esos a los me me inclino a considerar como simples figuras que se mueven en este mundo mío que se extingue.
Y después del final, ¿qué será de uno mismo? Es difícil de pensar. Con la muerte se acaba el tiempo, y si no hay tiempo no hay antes ni después. Y así, la vieja pregunta “¿hay algo después de la vida?” está viciada de origen, porque no es que haya o no haya algo, es que, fuera del tiempo, no hay “después”.
Cierto que el egocentrismo infantil me hizo pensar en su momento, que a mi muerte, el mundo iba a desaparecer, que nada podía existir si yo no estaba allí, y desde luego, no me basaba en conceptos filosóficos de consciencia y realidad. Era pura y llanamente una forma de conceptuarme como el centro de todo.
Obviamente en mi madurez soy capaz de percibirme como un insignificante corpúsculo cuya presencia y posterior ausencia no van a modificar absolutamente nada. Pero ahora la pregunta última es ¿cuando yo no esté, me importa realmente lo que le suceda a ese mundo, como tu dices, ajeno y propio, que se supone tiene vida propia pero a la vez es también fruto de mi pensamiento?. Sinceramente creo que sí. Que mi capacidad de empatía me permite de tal forma colocarme en el lugar de “los otros” , que, aunque yo desaparezca, puedo entender y alegrarme de que el mundo continúe y viva sin mi.
Muchas gracias por la respuesta, me quedó todo mucho más claro. Siempre pensé que la “nada relativa” o Nirvana implicaba una unión con la cosa en sí. Ahora entiendo las críticas de Nietzsche. También entiendo por qué se hace una diferencia tan tajante entre el camino del ascetismo y el del suicidio (concebido como un acto afirmación de la voluntad y un regreso al noúmeno).
Este nuevo enfoque acerca del Nirvana es interesante, pero me parece esencialmente contradictorio (intuyo que existe un salto de fe que ni siquiera Schopenhauer se animó a dar). Mediante el ascetismo, el yo empírico es aniquilado, y con ello también desaparece el mundo fenoménico. Hasta ahí lo que parece quedar intacto es la conciencia vacía por un lado (nada relativa), y el mundo como un todo por el otro (la voluntad), lo cual nos lleva a un dualismo ontológico (está muy bien citado el párrafo MVR II, iv. cap. 50 [trad. PLdeSM, p. 703]) totalmente inconsistente con la Voluntad nouménica.
Si somos coherentes con el sistema metafísico schopenhaueriano (¿monista? ¿inmannentista?), la conciencia vacía, liberada del mundo como representación, debería mostrarse como puro noúmeno (en el último párrafo que citaste, él mismo describe este proceso como una especie de “…éxtasis, ensimimamiento, UNIÓN CON DIOS”).
Sin embargo, en mi opinón personal, esta unión definitiva con la cosa en sí tampoco es posible: considero que la conciencia como tal siempre estará enjaulada dentro de nuestros cinco sentidos. Una conciencia libre de percepción sensorial equivaldría a un estado de coma (sin embargo, quienes se recuperan de estas situaciones no suelen recordar haber tenido experiencias místicas).
Para sintetizar, la total ruptura de la relación sujeto-objeto se me sigue haciendo inconcebible. Sin embargo, no niego la existencia de estados de conciencia más allá de las categorías de espacio, tiempo y causalidad, pero entiendo que la única forma posible de alcanzarlos consiste en la anulación del logos (pensamiento/lenguaje/razonamiento). Dando por supuesto que las categorías kantianas forman parte del lenguaje y por ende no son trascendentales (idea que creo que se encuentra presente en Schopenhauer), una vez anuladas la percepción sensorial sería plena, abriéndose “las puertas de la percepción” en toda su plenitud y alcanzándose un acceso directo al mundo fenoménico (sin embargo la cosa en sí permanecería vedada).
Creo que esta fue la apuesta de uno de sus discípulos: “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo” decía Wittgenstein.
P.D.:
Acabo de encontrar la introducción a un libro que intenta establecer relaciones entre Wittgenstein y el Zen (relación posiblemente forzada). Creo que la alegoría resume bastante bien la noción schopenhaueriana de “santidad, ascetismo o nirvana” que yo tenía antes de tu aclaración:
“Cuando el verbo no existía, el hombre moraba en la tierra y recibía en silencio los poderes de la naturaleza, y sin comprender aún su ley, se avenía a ella. Todo era silencio apacible. El ser fluía haciéndose uno con el universo. Luego, la palabra irrumpió y el hombre se hizo poderoso. La palabra advino y el ser se agitó y ya no fue apacible. Y recibió a la naturaleza sólo para doblegarla, para servirse de ella. La continuidad del ser con la tierra se interrumpiría para siempre. Vinieron luego los dioses oscuros y la luz se llenó de tinieblas. La palabra copuló con el silencio, y de esta unión se engendró el sempiterno abismo que a ella se encadena. Desde entonces, librando entre ellos secreta guerra, uno no pudo ya existir sin el otro. La palabra mató a la cosa y el símbolo la tomó en su relevo. Desde entonces, el hombre se hizo menesteroso de sentido y trascendencia, y buscando la palabra, sólo acudió al silencio. “
Ahora noto que hay un réplica tuya aquí. Me parece que sería de provecho consultar con Víctor, el administrador del foro, para que te ayude a habilitar un usuario allí. Por lo pronto, aquí está mi respuesta:
http://www.schopenhauer-web.org/foro/viewtopic.php?pid=7202#p7202
He intentado registrarme en la página “Schopenhauer-web.org” que desde este blog ha sido recomendada, pero no he tenido forma de acceder a ella… Como lector neófito de la misma he avanzado muchísimo en mi concepción de la metafísica schopenhaueriana, especialmente a partir de los tres enlaces aquí expuestos. Sin embargo me han surgido innumerables dudas, las cuales pude ir anexando precariamente en una tesis central: se me plantea una fuerte disyuntiva entre la experimentación de una vivencia mística y la posibilidad real de acceder a través de ella a la Voluntad nouménica.
El mensaje en cuestión iba inicialmente dirigido al usuario Baphomet, te agradecería muchísimo si pudieras transcribírselo de mi parte y plantear la discusión dentro del foro… ¡Sepan disculpar mis limitaciones conceptuales, mi conocimiento académico es bastante reducido!
————————————————————————————–
Que tal Baphomet, he leído con mucha atención la diferenciación entre sujeto y objeto que realizaste en varias discusiones dentro del foro y me haz aclarado mucho el tema (personalmente te agradezco la dedicación, he aprendido mucho).
Sin embargo, se me ha planteado una fuerte incertidumbre: partiendo de la base de que tanto el yo como el mundo conocible pertenecen al ámbito fenoménico, no termino de entender algo que haz sugerido en más de una ocasión: ¿es realmente posible mediante un estado “místico” anular tal distinción y acceder experencialmente (no-cognoscitivamente) a la “cosa en sí” sin ninguna mediación?…
Lo primero que se me viene a la mente es que si anulamos el pensamiento estamos anulando al logos (el “Yo trascendental”), pero seguiríamos percibiendo al mundo a través de 5 sentidos (esto es lo que imagino que sucede al ingerir drogas del estilo del LSD, aunque quizás la experiencia mística consista en un procedimiento diferente que aun no alcanzo a inteligir).
Sintetizando la cuestión: Una vez anulado el sujeto cognoscente, ¿es posible franquear la barrera perceptiva y alcanzar el noúmeno (V-x) o debemos conformarnos simplemente con acceder al mundo fenoménico en toda su plenitud (V-y), sin los límites impuestos por el pensamiento, pero con la inevitable mediatización de los sentidos? Se me ocurre que, si la mediatización se vuelve inevitable, el estado místico terminaría consistiendo en un acceso irracional y pleno al fenómeno en toda su extensión, en una multiplicidad sensorial casi infinita (pues las categorías o los objetos en sí –fenoménicos- quedarían aniquilados momentáneamente). Sin embargo, el único acceso (o más bien regreso) posible y definitivo al noúmeno estaría reservado a la muerte. Se me ocurre que quizás esta concepción “limitada” de la experiencia mística marca la ruptura de Nietzsche y su proyecto antimetafísico respecto a Schopenhauer y su “metafísica de la nada” [Puesto que el acceso a V-x es imposible incluso mediante el Nirvana, la teoría de Schopenhauer queda falsada: V-x no existe].
P.D.: Por otro lado se me acaba de ocurrir que la cuestión no reside en aniquilar el Yo trascendental, sino en aniquilar la categoría de tiempo… al acceder a la realidad sin la mediatización del tiempo, ni las categorías ni las percepciones son inteligibles, y por lo tanto existiría la posibilidad de entrar en contacto directo con lo nouménico (sin dejar de existir en el mundo fenoménico, como ocurre en el caso de la muerte). Pero ¿Cuál sería la diferencia entre este estado y una larga siesta sin ensoñaciones? Imagino que lo que distingue este estado respecto del estado de sueño es la presencia de una “conciencia vacía” (¿podríamos llamarla no-voluntad?), aunque no sé qué lugar ocuparía dentro de la concepción metafísica de Schopenahuer.
A pesar de mi afán de síntesis, la respuesta terminó siendo más larga de lo que había pretendido y, por lo tanto, rebasa los límites de lo que se espera en un blog. Por eso, me limito aquí a dejar el enlace correspondiente del foro:
http://www.schopenhauer-web.org/foro/viewtopic.php?pid=7201#p7201