Cuando decimos de alguien que es inteligente, audaz, sabio, fuerte y cosas así, todos saben a qué nos referimos y admiran (o envidian) a la persona en cuestión. Cuando decimos de alguien que es malvado, cruel, perverso, ignorante, mezquino y cosas así, todos saben a qué nos referimos y rechazan o evitan a la persona en cuestión.
Pero hay calificativos dotados de una extraña ambigüedad, de manera que, cuando se pronuncian, dejan en suspenso el juicio, pues no acabamos de saber si eso que se predica es bueno o es malo. Astuto por ejemplo, o ahorrador, o meticuloso…Y en suspenso se queda hasta hasta que no sabemos más de la persona en cuestión.
El más extraño de los calificativos es el de “bueno”. ¿Qué es ser bueno? ¿En qué consiste esa extraña cualidad que, en principio, todo el mundo aprueba, pero que, en la práctica todos rehuyen? Si se nos permitiese elegir un solo calificativo para definirnos, ¿quién elegiría el de “bueno”? ¿Quién no preferiría inteligente, bello, audaz o, incluso, astuto y hasta perverso? Todos preferiríamos cualquier calificativo antes que el de “bueno”.
Y es que la bondad es siempre sospechosa. Sospechosa de necedad, de pobreza de espíritu, de bobería. Porque, ¿cómo es posible que, habiendo tantos medios de prosperar – engañando, defraudando, mintiendo, traicionando, robando (cierto que también están los méritos propios, pero pasa que hay que venderlos, y ahí ya no entra la bondad) -, haya alguien que permanezca en la mediocridad más honrada? Solo un bobo.
En España, por ejemplo, hay un término muy usado por la derecha en general, y por su sección de ex progres en particular. “Buenismo”. ¿Qué es eso? Buenismo es la actitud de la persona – obviamente desinformada o de muy pocas luces – que cree que los conflictos se pueden solucionar por las buenas, que las guerras son evitables, que, aunque es mejor enseñar a pescar a los pobres, es conveniente mientras darles de comer algún pez, que las civilizaciones más opuestas pueden entenderse poniendo un poco de ganas y de buena fe… y otras cosas igualmente
Además, me resulta inimaginable que, para calificar la actitud contraria a la del buenismo, se pudiese acuñar el término “malismo”.
Solo esto lo explica todo.
Lamentablemente estoy de acuerdo con el significado peyorativo que normalmente la gente atribuye a las escasísimas buenas personas. Y es que ciertamente entre su “bobo” idealismo y la realidad práctica de la vida, la distancia es infínita. Lo que pasa es que, a lo mejor, en lugar de personas de pocas luces, es lo contrario. Son conscientes del primitivismo de las relaciones humanas y aspiran a una interrelación social más perfecta, que no humana, pues ya sabemos que para la mayoría de las personas lo humano y lo instintivo están a un mismo nivel.
Cultores de la metaética como Moore, solían decir que el término ‘bueno’ debería desterrarse del ámbito de la ética y su análisis de la moral, ya que es muy ambiguo: se puede hablar tanto de una buena persona como de un buen automóvil.
Para los antiguos griegos —y especialmente para Aristóteles— ambos sentidos estaban íntimamente relacionados y no había nada de sospecho en ello.
Por su parte, Schopenhauer eleva la bondad al summum de la perfección identificándola con la compasión, fundamento de la moral:
«[…] así como las antorchas y los fuegos artificiales se vuelven pálidos y deslucidos ante el Sol, también el espíritu y hasta el genio, e igualmente la belleza, se eclipsan y oscurecen con la bondad del corazón.» (MVR II, ii. cap. 19 [trad. PLdeSM, p. 272]).
Y, sin embargo, sabemos que en la vida diaria no practicó esa virtud, ni mucho menos.
Justamente a esto me refería en el tema anterior, Antonio. Y no ya desde el punto de vista de una contradicción entre teoría y praxis —que de algún modo podría llegar a justificarse— sino dentro de su propio sistema de pensamiento. Lo mínimo que podemos exigirle a un genio filosófico es un cierto grado de coherencia. Y, sin embargo, ahí tenemos también, por ejemplo, a un Nietzsche…
Me ha gustado la lectura de este comentario, Antonio. Quizá sí debiéramos comenzar a acuñar algún término para contrarrestar el veneno semántico que aportan “la derecha en general, y … su sección de exprogres en particular”. ¿No te parece? Propongo “falsicinismo”. Sus ingredientes son “falsedad” y “cinismo”, e incluso hay ecos de una doctrina política cuyo último propósito es la eliminación de todos sus opositores.
Saludos,
Jorge
La verdad es que no me apetece bajar un escalón más. No estaba en mi intención comentar aspectos de actualidad tan rabiosa.
Saludos. Aquí ya hemos entrado en la primavera. Allá toca el otoño, ¿no?