Larra íntimo I

Hace poco más de un siglo la periodista Carmen de Burgos escribió:

En Fígaro [Larra] hay una fuerza que le mantiene siempre vivo y joven cerca de nosotros… Larra no envejece como los otros; Larra conserva su prestigio de escritor, su prestigio de hombre y hasta su prestigio de suicida. Es eternamente joven, eternamente original.

Quizá es lo que mejor conserva en estos momentos: su prestigio de suicida. Y se comprende. La España de hoy poco tiene que ver con la España de los años treinta del siglo XIX, así que lo que dijo el escritor, el periodista de actualidad, poco importa ya (por más que muchos insistan en colocarnos como sea su “vuelva usted mañana”). En cambio, la persona, el hombre aureolado por el fogonazo del disparo final, conserva todo su atractivo romántico. Pero ¿quién era esa persona? ¿Cómo era el hombre llamado Larra cuando no ejercía de corrosivo fustigador de los vicios públicos?

El carácter moral de este escritor consiste en ser excesivamente generoso, desprendido de todo interés, ambicioso de gloria, muy amante de su patria, cariñoso con sus padres, buen amigo, bastante enamorado, algo orgulloso, noble en sus maneras y porte, aficionado a la alta sociedad y muy estudioso.

Es posible que no haya descripción más ajustada y verdadera del carácter de Larra que la contenida en estas líneas escritas por su tío Eugenio. El joven Larra tenía en el hermano de su padre a un amigo y un confidente. Hubo entre los dos una especial relación de cariño, y el tío pudo escribir tan acertadamente del sobrino porque le quería, y querer bien a una persona es la única manera segura de conocerla. Siglo y medio después alguien podrá retratar a Larra como una especie de enano egoísta y acosador de mujeres, contradiciendo la clara imagen que nos dejó don Eugenio. No hay que tenerlo en cuenta. Son cosas que se cuecen al calor del prejuicio (feminista, en este caso) y la ignorancia.

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