[En el último capítulo de las Conversaciones con Petronio, su autor, Lucio Antonio Turno, nos dice: “En algún lugar, que no recuerdo, debo de conservar la recopilación de las sentencias y reflexiones petronianas más brillantes y profundas”. Pues bien, parte de esa recopilación se ha encontrado; aquí está.]
Por lo general, vivimos demasiado implicados en nosotros mismos. Si nos acostumbrásemos a vernos desde fuera, como un objeto más de nuestra curiosidad, en vez de padecer, contemplaríamos. El sufrimiento se convertiría en espectáculo, en teatro, en pura representación.
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El arte tiene a veces efectos prodigiosos: un tirano cruelísimo llora de pena ante las tribulaciones de un personaje de ficción. Pero no todo lo prodigiosos que sería de desear: concluida la lectura o la representación, el tirano reanuda el ejercicio cotidiano de la crueldad. El sentimentalismo, la lágrima fácil, nada tiene que ver con los buenos sentimientos.
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Los buenos sentimientos con los demás nacen de la oscura convicción de que todos somos lo mismo; el sentimentalismo, de algún efecto no conocido de la digestión.
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Cuando la pasión nos inflama nos sentimos capaces de hacer grandes cosas; cuando nos abandona, a veces las hacemos.
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Contra lo que el vulgo opina, el dinero no da la felicidad. De lo contrario, los más ricos serían los más felices, cosa que sabemos que no es cierta. El dinero sólo sirve para solucionar problemas. Pero también puede crearlos. Y ésos no se solucionan con dinero.
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El placer pasa, de acuerdo. Pero su recuerdo permanece. ¿A quién le interesa el recuerdo del dolor?
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La mezcla de placer y de dolor es un vino exquisito que, en su variedad auténtica, solo se da en la adolescencia. Se habría de buscar la manera de conservarlo sin que perdiera su aroma y sabor originales.
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Solo hay una manera segura de pasar desapercibido por el mundo: no haciendo daño a nadie.
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Si nos conociésemos a nosotros mismos, conoceríamos a los demás.
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Razonar no es la mejor manera de convencer. Convencen los hechos, no las palabras.
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Dar muchas explicaciones confunde y no convence. Y si nadie las ha pedido, delata.
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Puesto que uno no puede gustar a todos, más vale que se dedique a gustarse a sí mismo.
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Debemos respetar el sueño de la ignorancia. Los hay que despiertan para enloquecer.
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Cuando volvemos la vista atrás comprendemos que aquello que elegimos no pudo ser de otra manera. La elección se revela destino.
La vida juega con nosotros como nosotros debemos jugar con la vida.
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La afirmación de Séneca de que los esclavos son seres humanos como nosotros no es todo lo provocadora que pretende ser. Debiera haber dicho que nosotros somos seres humanos como los esclavos. Al fin y al cabo, la situación del esclavo suele remediarse hacia los treinta años. La nuestra no tiene remedio.
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Dentro de un tiempo no existiré. “¿Por qué te preocupas?”, dice el filósofo. “Tampoco existías hace un tiempo y eso nunca te ha preocupado”. Ya, pero el filósofo escamotea un dato esencial: que entre la primera y la segunda inexistencia hay una explosión de deseos infinitos que acaban en nada, una aparente promesa rota.
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Todo el mundo se cree con derecho a ser feliz. Pero nadie sabe decir quién ha otorgado o reconocido ese derecho.
El éxito de las religiones orientales se debe a que ellas sí prometen la felicidad. En otro siglo, en otro mundo, naturalmente. Porque los de aquí y ahora, ya se sabe lo que pueden dar de sí.
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En el fondo, hasta el más lúcido piensa que mañana, su mañana, será mejor. Sin esta ilusión no soportaríamos la vida.
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A partir de cierto momento la vida es una caída. La caída física empieza a los cuarenta años, la intelectual mucho más tarde. Pero así como de la primera somos conscientes, la segunda ataca siempre a traición: deteriorado el órgano pensante, ¿cómo puede advertir su deterioro?
Así que, si hemos de terminar, el mejor momento será cuando, recién iniciada la caída física, la mente se mantiene en perfecto estado. Y habría de recordar que ya tengo 45 años.
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La Historia es una obra de ficción en la que los personajes vienen impuestos.
La filosofía es una parte de la literatura de ficción, cuyas obras tienen el mal gusto de querer convencernos de algo.
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Los que afirman que la literatura es sólo oficio merecen ser carpinteros.
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El objetivo verdadero de todo escritor es llegar a escribir aquel libro que le hubiese gustado leer en su juventud.
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El pensamiento de los grandes hombres es un fondo común que todos tenemos el derecho de utilizar y manipular, y la posibilidad de ampliar.
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Lo ideal sería que cada palabra que pronunciamos tuviese un significado y fuese dirigida a producir un efecto. En literatura es imprescindible.
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El artista da vida al personaje, aunque lo tome de la Historia. El Eneas de Virgilio está vivo; el de la Historia…ni siquiera se sabe si existió.
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Si escribes una obra dando vida al personaje Petronio, ése será el que vivirá. Mientras que el Petronio de carne y hueso que tienes delante…ni siquiera se sabrá si existió.
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Concluida la obra, en el momento de la revisión, el autor ha de preocuparse más de lo que sobra que de lo que falta. Expurgando, reduciendo, el escritor más novato puede lograr resultados aceptables. Por lo general, escribimos -y hablamos- demasiado.
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El poder se conquista, la justicia se compra.
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Leyendo la Historia de Roma de Tito Livio uno saca la impresión de que los romanos hemos conquistado el mundo actuando en legítima defensa.
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Construir y pleitear: los dos grandes vicios de los romanos. Y también guerrear y dominar; pero esto, si creemos a Livio, siempre obligados.
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Cada cual ve en ti una máscara distinta. Sólo quien te ama te ve como tú mismo te ves: único e imprescindible.
Amar a alguien significa rescatarlo de la masa gris de la humanidad para convertirlo en una persona única, imprescindible.
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El amor apasionado nace de la fuerte sospecha de que aquella persona, y no otra, es precisamente la mitad que nos falta. Dadas las características del amor apasionado, nunca tenemos la oportunidad de comprobarlo.
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Las vidas más felices acaban en la muerte. Si lo miras bien, todo es naufragio.
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Se mire como se mire la vida es una broma pesada. Pero es de mala educación no soportar las bromas. Y en este caso, además, resulta inútil. Así, que sigamos el juego con toda la paciencia, el ingenio y el buen humor de que seamos capaces.
Jesús, el placer para mí es contar con lectores como tú.
Gracias, Antonio… Y ya sabes que es un placer leerte.
Veo que mis respuestas se ordenan de una manera bastante loca, y no lo he podido/sabido remediar. Disculpas.
Gracias a ti, Ana, por tu atención.
Ocurre, Jesús, que no son del Petronio histórico, sino del novelesco. Solo uno pertenece en parte al autor del Satiricón, el cual en su versión original dice «Si bene calculum ponas, ubique naufragium est.» Por otra parte, se pueden rastrear diversos orígenes ilustres de algunas reflexiones. Por ejemplo, Josep Pla escribió que los catalanes tenían dos grandes vicios heredados de los romanos: construir y pleitear. Y muchas gracias por seguirme y, de algún modo, por ponerme tan alto.
Antonio, me gustaría saber la procedencia de estos aforismos, reflexiones…etc, de Petronio. Son magníficos y no sé si hay algun libro publicado que los contenga.
Sabiduría de la experiencia,,,,gracias..