Fantasías a la manera de Hoffmann IV

cervezaPrimavera de 2008. En el mismo lugar, reunidos los mismos amigos. Pasados los rigores del invierno, en la mesa domina hoy la cerveza sobre el ponche.

TEODORO.- Han pasado tres meses desde la última reunión. Mucho tiempo. Quizá deberíamos intentar vernos más a menudo.

CIPRIANO.- Soy de tu misma opinión.

OTOMAR.- Y yo. Pero es tan difícil que estemos todos disponibles…

LOTARIO.- Y eso que no tenemos grandes obligaciones, que digamos. Imaginaos lo que sería entre personas seriamente ocupadas…

SILVESTRE.- Pues yo creo que está bien que los encuentros sean tan espaciados.

TEODORO.- Vaya con Silvestre. El único que está en desacuerdo… Supongo que tendrás tus razones para pensar así.

SILVESTRE.- Naturalmente y, si las expongo, es posible que lleguéis a estar de acuerdo conmigo. Unas reuniones semanales o quincenales o incluso mensuales no se llevan bien con el objetivo que perseguimos. ¿Cuál es ese objetivo? Narrar historias que nos lleven a reflexionar sobre determinados aspectos del arte y de la vida. Y bajo la advocación de Hoffmann, sí, pero no como sus clones, no lo olvidemos. Y para reflexionar se necesita tiempo, y para escribir historias también. Así que nada mejor, creo yo, que tres largos meses en los que uno pueda meditar sobre lo que ha oído y, si se da el caso y la inspiración, componer una nueva historia que ofrecer a los compañeros.

CIPRIANO.- Ah, claro, fuiste tú, Silvestre, el que te comprometiste a ofrecernos la próxima historia. Y ahora quieres decir…

SILVESTRE.- Que he necesitado todo ese tiempo para escribirla, sí lo confieso. Y que si no fuese porque ha mediado todo ese tiempo quizá no podría ofrecérosla.

TEODORO.- Pues adelante, Silvestre, adelante con tu relato, aunque nada tenga que ver con el mundo del maestro.

SILVESTRE.- ¿Quién dice que nada tiene que ver con el mundo del maestro? Pero una cosa es copiar sus tics y otra muy distinta abandonarse a su espíritu, y os aseguro que esta historia está perfectamente dentro de su espíritu. Se desarrolla en Barcelona.

CIPRIANO.- Estuviste allí, ¿no?

SILVESTRE.- Sí, hace más de veinte años. Para ampliar mis conocimientos de filología románica pasé dos años en la universidad de Barcelona estudiando filología y literatura catalanas.

LOTARIO.- ¿Y qué nos has traído de ahí, después de tanto tiempo?

SILVESTRE.- Una historia digna del maestro… al menos en la intención.

TEODORO.- No nos hagas esperar más, Silvestre, somos todo oídos. [ Clicar AQUÍ]

                                           EL MOSÉN

OTOMAR.- “Y tomándome de la mano me dijo con una extraña sonrisa: soy el caballero Gluck”. Fin.

LOTARIO.- Es evidente. La idea y el desenlace es evidente que tienen mucho que ver con El caballero Gluck, de nuestro Hoffmann.

CIPRIANO.- De acuerdo, pero de eso se trata ¿no?

OTOMAR – No exactamente. Homenajear sí, plagiar no.

TEODORO.- Yo no he visto ningún plagio por ninguna parte. Lo que he visto ha sido un relato muy bien construido, dentro del espíritu del maestro, pero con un carácter muy propio.

SILVESTRE.- Gracias, Teodoro, con lo que acabas de decir tengo bastante. No necesito ningún comentario más.

CIPRIANO. – Tú aguantarás todos los comentarios que hagan falta, como todo el mundo. Y el primero que se me ocurre va precisamente en tu favor, a propósito de lo que se acaba de decir. Y es que yo veo que hay un aspecto fundamental en que tu relato se diferencia del de Hoffmann. Y es que en el relato de Hoffmann se da la impresión de que es el mismo Gluck, muerto décadas atrás, el que se aparece al narrador. Mientras que en el de Silvestre está claro que se trata de un simple loco, que se cree el famoso poeta Verdaguer…

LOTARIO.- Lo cual es mucho menos misterioso, mucho más prosaico que lo que se cuenta en el relato de Hoffmann.

TEODORO.- ¿Menos misterioso? ¿Simple loco? ¿Os he de recordar la tesis del personaje de El espíritu Alfredo?

CIPRIANO.- Que no hay que buscar monstruos ni en la tierra ni en los cielos, ni siquiera en la imaginación. Porque los monstruos somos nosotros.

TEODORO.- En efecto. O sea que, al menos para mí, es mucho más interesante conocer una persona que se cree Napoleón que conocer a Napoleón mismo, entre otras cosas porque esto es imposible.

OTOMAR.- ¿Y qué hacemos con la fantasía?

TEODORO.- Recurrir a ella debidamente. Hay una fantasía estéril, gratuita, que nada tiene que ver con nuestra tarea. Nuestra fantasía es hermana de la poesía…o quizá es la misma cosa. Y opino que en el relato que nos ha ofrecido Silvestre se da al mismo tiempo un ambiente fantástico y un fondo poético.

SILVESTRE.- Gracias de nuevo, Teodoro. Y yo añadiría algo, si es que como autor puedo opinar…

OTOMAR.- Eso es, por lo menos, dudoso.

CIPRIANO.- Vamos, Silvestre, habla. No seamos tan estrictos.

LOTARIO.- Todo el mundo tiene derecho a opinar sobre una obra; incluso su autor.

SILVESTRE.- Yo añadiría que al aspecto fantástico y poético del relato habría que añadir otro: el científico. Psicológico, para ser más exacto. ¿De dónde le viene al Mosén ese trastorno, que le hace creerse un gran poeta de más de un siglo atrás?

LOTARIO.- Ésa es una buena pregunta, sobre todo para el autor, que será quien mejor la podrá responder.

OTOMAR.- Un momento, un momento. Creo que quedó claro que el autor no tiene el monopolio sobre la interpretación de su obra.

LOTARIO.- Que no tenga el monopolio no significa que no pueda opinar. Adelante, Silvestre, ¿cuál es, según tú, el trasfondo psicológico de la historia, del personaje?

SILVESTRE.- Yo creo que el Mosén es una persona muy sensible, introvertida, con un mundo interior poderoso, pero carente de cauces de expresión. Su enamoramiento juvenil y eterno no tiene la más mínima posibilidad de realizarse, por varias razones: su insuperable timidez, el abismo social que le separa de su amada (dato importantísimo en su juventud y en su país) y también su auténtica vocación religiosa. Así que ese enamoramiento se sublima automáticamente en impulso poético…

OTOMAR.- ¿Psicoanálisis? Cuidado, no nos oiga el doctor Kusev…

LOTARIO.- Silvestre, ¿me dejas que continúe yo? Ahora lo veo todo muy claro.

SILVESTRE.- Por supuesto.

LOTARIO.- Sí, su libido reprimida se sublima en actividad artística, poética. Pero resulta que tampoco por ahí puede dar salida a su energía, porque sus facultades son escasas y los resultados decepcionantes. Y entonces…enloquece. Es decir, con algunos datos de su propio mundo – lugar de nacimiento, sacerdocio, tendencia poética – se crea una nueva personalidad robada de un poeta famoso con el que coincide en esos datos. El Mosén es una persona que aspira a la excelencia, pero carece de medios, tanto materiales como intelectuales. Y entonces se apropia de la personalidad del que sí alcanzó un alto grado de excelencia, aunque también sufriera el inclemente acoso del poder y la riqueza, lo que permite a nuestro hombre sentirse aún más identificado con él.

SILVESTRE.- Muy bien. Yo no lo hubiese dicho mejor.

(CONTINÚA)

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