Este es el caso de Mary Wollstonecraft Godwin (Mary Shelley), nacida en Londres en 1797.
El padre, William Godwin, fue un radical intelectual toda la vida. Nacido y educado en el fundamentalismo calvinista, el conocimiento de los enciclopedistas franceses lo llevó al radicalismo revolucionario y, al modo de Rousseau, a proclamar la bondad natural del hombre y a negar la necesidad de las instituciones públicas y de las convenciones sociales (Investigación sobre la justicia política, 1793), con lo que no siempre fue muy consecuente en la vida práctica.
La madre, Mary Wollstonecraft, había vivido en Francia la Revolución y, buena
Mary siempre se sintió poco querida por el padre, quien además no se esforzó en aplicar a la educación de la hija sus novedosas ideas pedagógicas. Este sentimiento de desamparo paterno no la abandonó a lo largo de toda la vida y no es difícil advertir su resonancia en Frankenstein y, más claramente todavía, en Mathilda.
La época de mayor popularidad de William Godwin como figura destacada del radicalismo intelectual y político coincidió con la adolescencia de Mary. Fue por
Empieza entonces lo que se puede considerar la segunda etapa de la vida de Mary, caracterizada por los viajes por Europa, con largas estancias en Italia, los hijos – tres, los dos primeros muertos prematuramente – y la creación de sus dos principales obras literarias.
Y sobre todo, el gran amor por Percy, siempre correspondido, no obstante las infidelidades del poeta – y quizá también de ella – , consecuentes ambos con sus ideas “avanzadas”.
Lo cierto es que, salvo una breve crisis con motivo de la muerte de la hija Clara, la pareja estuvo perfectamente compenetrada no solo en lo sentimental sino también en lo intelectual y artístico. En este sentido, hay que destacar la colaboración de Percy en la gran obra de Mary. Él la convenció de que el relato breve originario se había de convertir en una novela, él prologó la primera edición (1818), anónima, y que el público conocedor le atribuyó. Él había corregido y aun reescrito algunas páginas. Y sin embargo, no cabe duda de que la autoría plena corresponde a ella.
La idea, la inspiración en el desarrollo, la intención, más bien soterrada, que ha originado interpretaciones contrapuestas, el estilo algo ingenuo y genuinamente
Pero ocurrió que la obra atrajo en seguida al público popular: muy pronto se adaptó al teatro de barrio y, durante el siglo pasado, las adaptaciones cinematográficas fueron numerosas; muchas, efectistas, pero ninguna con la riqueza de significados posibles de la novela de Mary Shelley.
En esta época de gran creatividad, Mary escribió, además de la novela del monstruo, Mathilda, sobre las especiales y delicadas relaciones entre una hija y su
En julio de 1822 se produjo un hecho que dio inicio trágicamente a lo que se puede considerar tercera etapa de la vida de la escritora. Percy Shelley murió cuando el velero en que navegaba con unos amigos naufragó ante la costa de Viareggio. A partir de ese momento, la vida de Mary, a punto de cumplir 25 años, cambió drásticamente de orientación.
Los ideales radicales heredados del padre y avivados por el marido, cedieron el puesto a las necesidades prácticas, sobre todo de respetabilidad social. Así lo exigía el futuro de su hijo, Percy, el único que le sobrevivió y que entonces contaba tres años. Único descendiente del padre de Percy Shelley, Mary se había impuesto la tarea de conseguirle el reconocimiento, la fortuna y el título del abuelo. Y lo consiguió.
Durante esta etapa se fue consolidando la fama de Mary como escritora de valía. Publicó la novela Valperga, escrita antes de enviudar, y otras cuatro novelas más, todas ellas sobre las vicisitudes de los afectos familiares y del amor puro o desinteresado. También colaboró en proyectos editoriales, como la redacción de biografías para unas Vidas de hombres eminentes de Italia, España y Portugal (1835-38).
Pero su principal interés fue siempre conquistar y mantener la respetabilidad que, dadas las ideas y forma de vida de su etapa anterior, la “buena” sociedad le había negado. Y este esfuerzo se trasluce incluso en su intento de dar a la edición de Frankenstein de 1831 un toque más conservador, como en el detalle de convertir
Mary recibió varias propuestas matrimoniales, entre ellas la del escritor Mérimée, que rechazó. En respuesta a una de ellas (y se supone que a todas en términos parecidos) manifestó que “Mary Shelley será el nombre que se escribirá en mi tumba”. Y así fue.
Y no solo en su tumba – murió en 1851, a los 54 años – , sino también, y en lugar destacado, en la historia de la literatura universal.
(De Escritoras)
Releyendo la vida de Mary, tal como la explicas, comprendo perfectamente esa necesidad de “respetabilidad” social que reclama en una etapa de su vida, cuando la influencia paterno/marital que la ha llevado a navegar contracorriente desaparece. Y además no lo hace por ella misma sino por su hijo. Conozco muy bien esa sensación, no el aspecto propiamente de la respetabilidad, sino la de tener muy cerca alguien “muy inteligente”, con gran influencia sobre las personas que le rodean y que su propia esencia es el permanente enfrentamiento contra cualquier ideología, corriente o simplemente logro social. Esto que al principio puede parecer, diferente, deslumbrante, al cabo de toda una vida resulta absolutamente agotador. Hace años que tengo la sensación de ser un salmón desovando río arriba, contracorriente. Lamento ser tan personal en esta nota, no es mi estilo ni me gusta, pero es que acabo de tener otro de esos varapalos a los que no acabo de acostumbrarme y sigo y sigo, corriente arriba. Lo siento Antonio.
Genial, Antonio, ¡Como disfruto leyéndote!
Gracias, Jesús. Eso que dices es la mejor recompensa para un escritor. Creo que tú ya lo sabes.