SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ. La doncella y el dragón III

Tras unos años de interregno en los  que ejerció el mando del virreinato el arzobispo de México, en 1680 tomó posesión el nuevo virrey Tomás Antonio de la Cerda, Marqués tomas antoniode la Laguna. Sor Juana Inés compuso el poema de bienvenida (Explicación del Arco) y ya desde el primer momento, la relación entre la monja y los virreyes, superó en cordialidad la habida con los marqueses de Mancera. Especialmente entre Juana Inés y la virreina, María Luisa Manrique de Lara, condesa de Paredes, la Lisi de los vibrantes poemas, con tonos directamente amorosos, que le dedicaba la amiga monja.

Amorosos, ¿hasta dónde? Esto es algo que siempre ha preocupado a los  modernos etiquetadores. Por suerte, también aquí tenemos al amigo Octavio para arrojar alguna luz. Así, en su pormenorizado estudio sobre la escritora, después de dedicar un buen número de páginas al tema, concluye, refiriéndose a los encendidos poemas de amistad o amor, que «no es posible hablar de safismo, salvo en el sentido sublimado de la tradición platónica renacentista«.

Los años de mandato del Marqués de la Laguna (1680-86) fueron sin duda los más felices y literariamente productivos de la vida de Juana Inés. Confortada y amparada por la amistad de los virreyes, en especial por el cariño o amor de la virreina, persona al parecer muy culta, que hizo publicar toda la obra de Juana Inés a su regreso a Madrid, se sentía tan al abrigo de envidias y asechanzas que incluso no dudó en despachar a su confesor, el poderoso Núñez Miranda. Pero el Dragón no solo tiene una cabeza. Y alguna hasta puede ofrecer un aspecto amable.

Manuel Fernández de Santa Cruz era por entonces obispo de Puebla, la segunda diócesis en importancia después de la de México. Dice un biógrafo que tenía dos obsesiones: la teología y las religiosas. Sobre teología escribió densos trabajos tratando de conciliar los aspectos inconciliables de la Biblia. En cuanto a las religiosas, fundó colegios de monjas y las visitaba, instruía y sermoneaba de continuo. Admiraba sinceramente a Sor Juana Inés y la relación entre ambos fue más bien amistosa. Hasta el extraño giro final.

Francisco Aguiar y Seijas, arzoobispo de México, se nos aparece como la cabeza más siniestra del Dragón, lunático, de devoción obsesiva y de una misoginia extrema incluso en el contexto, estructuralmente misógino, de aquella sociedad. Y se dice que existía una hostilidad soterrada entre él y el obispo de Puebla.

Es el caso que Sor Juana Inés escribió una especie de carta, que envió al obispo de Puebla, en la que rebatía ciertos puntos de una exposición teológica del famoso jesuita portugués Vieira, quien contaba con la admiración absoluta del arzobispo de México. La carta, que no estaba destinada a su publicación, la publicó en 1690 el de Puebla (quizá pensando en la ira que le iba a provocar en el de México), acompañada de un largo escrito firmado por Sor Filotea de la Cruz, pseudónimo del mismo obispo Manuel Fernández, dirigido a Sor Juana. En la carta, no se muestra el prelado contrario a que la mujer sea letrada. Lo que reprocha a Sor Juana es su dedicación casi exclusiva a las letras humanas en vez de a las divinas y le insta enérgicamente a que cambie sus actuales intereses y modo de vida por los propios de una religiosa.

Era principios de 1691. Hacía ya cuatro años que el Marqués de la Laguna había sido sustituido y que había regresado a Madrid con su esposa, dejando a Juana Inés privada de su amiga del alma y de la segura protección del supremo poder de Nueva España. Pero en la actitud de Sor Juana no se advierten cambios importantes.

No sabemos (no sé) cómo fueron las relaciones con el nuevo virrey, Conde de Galve. Parece que ni mal ni demasiado bien. En todo caso, en la carta de Respuesta  a Sor Filotea de la Cruz (es decir, al obispo de Puebla) queda claro que sus ideas, sus intereses, su voluntad y su determinación son las mismas de siempre.

La Respuesta constituye una astuta combinación (para algunos críticos, en ocasiones no bien resuelta) entre la autojustificación y la defensa a ultranza de sus ideas sobre los derechos de la mujer.

Desde que me rayó la primera luz de la razón, fue tan vehemente y poderosa la inclinación a las letras, que ni ajenas reprensiones –que he tenido muchas–, ni propias reflejas –que he hecho no pocas-, han bastado a que deje de seguir este natural impulso que Dios puso en mí.

El hecho de haberse dedicado a la literatura profana en vez de a la sagrada lo atribuye al gran respeto que le infunde la teología y a que entiende que, para llegar a tal nivel, primero había de estudiar todas las ciencias. No es seguro que ella misma se creyese esta argumentación.

En lo que sí que se muestra tan certera como segura es en la defensa del derecho de las mujeres a acceder al conocimiento (ciencia y artes) en la misma medida que los hombres. Y a tal extremo llega su empeño que no duda en poner como ejemplo de mujeres sabias a la antigua Hipatia (filósofa asesinada por monjes cristianos) y a la gnóstica Eunoia. Recurso más bien sorprendente en una religiosa católica.

Toda la carta, bastante extensa, expresa una seguridad y una convicción en la legitimidad de su modo de vida, que no admiten la menor duda.

Dos años después, se produce un cambio radical. Se desprende de sus libros, instrumentos musicales y científicos; lo entrega todo al siniestro arzobispo de México, su nada oculto perseguidor; llama a su antiguo confesor Núñez, al que había despedido tan decididamente, y escribe una especie de confesión o autoinculpación que firma como «yo, la peor de todas».

Poco después, en 1695, se contagia de la peste que se había declarado en México al cuidar (sin cuidado propio) a sus hermanas religiosas. Y muere, puede decirse que como una santa.   

¿Qué había ocurrido? ¿Fueron las presiones insoportables del Dragón lo que determinaron aquella decisión que pretendía anular toda su brillante vida anterior? ¿O hubo algo más, algo más decisivo? Escribe un comentarista: «Una mujer que luchó tan incansablemente durante tantos años para defender sus derechos no se hubiese doblegado si a ello no le hubiese inclinado un convencimiento íntimo«. 

Parece que el Dragón alentaba también dentro de la Doncella.

(De ESCRITORAS)

3 comentarios

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3 Respuestas a “SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ. La doncella y el dragón III

  1. J. A. R.
    julioaguilarweb

    Hola, Antonio,
    Antes de nada, espero que vaya bien aquello que me comunicaste.
    En cuanto a estas tres entregas sobre Sor Juana Inés, que he leído atentamente, decirte que me ha sorprendido la última frase, «Parece que el Dragón alentaba también dentro de la Doncella».
    Dentro de no mucho tiempo, si termino tres libros sobre ella que estoy leyendo, tendré una opinión más o menos fundada.
    Saludos y ánimo

    • antoniopriante
      antoniopriante

      El asunto va bien, dentro de lo que cabe. Gracias. La frase en cuestión dice, en versión metafórica, lo mismo que se dice un poco antes en el texto: «no se hubiese doblegado si a ello no le hubiese inclinado un convencimiento íntimo». Es decir, que, debido al adoctrinamiento ultracatólico de aquella época y sociedad, en el fondo ella estaba convencida de que el Dragón (los obispos) tenía razón, que su modo de vida no era el propio de una mujer y monja.

      • J. A. R.
        julioaguilarweb

        Hola, Antonio,
        Lo primero, me alegra que eso de lo que hablo en clave (porque los Comentarios son públicos y yo respeto la intimidad) vaya bien, aunque sea «dentro de lo que cabe». Ya sabes que no me refiero a nada de tus artículos, sino a lo otro.
        También pensaba que lo del Dragón y la Doncella iría por donde me dices, pues aunque aún sé poco de aquella extraordinaria mujer, y sin querer arrogarme ninguna percepción excepcional, es lo que había barruntado. No es difícil si se sabe, no sólo un poco de Historia, sino simplemente si se tiene un adarme de olfato de lo que ha sido la vida y, en parte y según en qué lugares, sigue siendo. Espero corroborar cuando finalice los tres libros esta idea. Y, si no es así, ya te lo diré. No respondas, dedícate a lo tuyo.
        Saludos

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