EL PASEO DE LA VIDA

Lo llamábamos “el paseo”. Estaba a doscientos metros del colegio. Por las tardes, cuando salíamos de clase, nos solíamos reunir allí un grupo de alumnos. Teníamos 16-17 años. Siempre había la hermana de alguien y la amiga de la hermana y la amiga de la amiga de la hermana, lo que en conjunto animaba y daba interés a las reuniones, que a veces acababan en la bolera próxima.maristas

Cuando ahora, tantos años después, paso por ahí, no puedo evitar un sentimiento de nostalgia. El panorama que ofrece es muy distinto. Aunque el marco general se conserva (el paseo central, las calzadas laterales, etc), el contenido, sobre todo el humano, no se parece en nada al que creo recordar.

Los largos bancos que bordean el lado oeste del paseo, están llenos de restos humanos sentados, quiero decir, de personas que ya han vivido y que, sin más horizonte ni esperanza, esperan pacientemente la muerte. Yo mismo podría ser una de ellas. Bastaría con que me sentase en el banco y por la edad, aspecto, etcétera, sería indistinguible de los demás.

Pero no. Yo soy escritor, y me mantengo activo, como ahora mismo… Bien, quizá alguna de esas personas que observo con disimulo tenga también un pasado interesante y, sobre todo, un presente, que es de lo que se trata. Ese anciano de mirada melancólica y de largas arrugas verticales que le surcan una y otra mejilla, por ejemplo. Estaría bien saber algo de él. Pero tengo un problema.

He dicho que soy escritor. Lo que no he dicho es que carezco de las dos o tres características que se consideran fundamentales en todo escritor: no soy buen observador, los detalles se me escapan hasta el extremo de que, cuando acabo de estar con una persona, soy incapaz de recordar cómo iba vestida; no soy lo bastante curioso o atrevido como para abordar a un desconocido en busca de cualquier información…ah, y no me gustan los gatos.

Pero esta vez hago un esfuerzo, un esfuerzo descomunal y me acerco al hombre de las largas arrugas verticales.

– Hola, cómo va todo.

– Bien – responde, sin apenas dirigirme la vista.

– ¿Vive usted por aquí?

– Sí.

– Cómo ha cambiado esto, ¿eh?…aunque no mucho, según se mire ¿Lo recuerda usted de cuando era joven?

– No.

– Ah, ¿no? ¿No vivía aquí entonces?

– No.

– Bueno, yo tampoco. Pero el colegio quedaba cerca y en los dos últimos cursos, solíamos venir aquí un grupo de amigos al acabar las clases, nada, a charlar, comentar cosas del cole, de los profesores y compañeros y tontear un poco con alguna chica, que nunca faltaban. Cuánto tiempo hace de todo eso…¿Sabe que me he espantado calculándolo? Hace solo un momento, viniendo para aquí, he estado contando y recordando… y no me lo creía, palabra, ¿sabe cuánto? ¿cuánto? ¡Sesenta años! Sí, hombre sí, no ponga esa cara, ¡sesenta años! Claro que sí, yo tenía 17, ahora tengo 77, calcule usted mismo, ¡qué barbaridad! No me lo acabo de creer. De hecho, nadie se lo acaba de creer. Todos los de nuestra edad dicen sí tengo tantos años pero, por dentro, me siento como si tuviese veinte. Pues claro que sí, cómo no, todo anciano se siente por dentro como si tuviese veinte. ¿Y sabe por qué? Porque en nuestro interior hay algo, que unos llaman alma y otros voluntad, que es eterno y nunca cambia. Lo malo es que ¡todo pasa tan deprisa! Tan deprisa que ese niño que hay en el fondo de cada cual no tiene tiempo de enterarse. Sí, usted lo habrá notado: en el fondo de nosotros hay un niño que, de pronto, pregunta asustado ¿qué ha pasado? La vida ha pasado, ni más ni menos que la vida, en un suspiro, en un abrir y cerrar los ojos, como dice la sabiduría popular.

¿Y cómo ha ido? Ah, eso es lo fundamental. ¿Usted ha observado los rostros, las miradas, las actitudes de todos esos hombres y mujeres sentados por ahí? No es difícil saber cómo les ha ido. Frustraciones, angustias, dolores, y también esperanzas, satisfacciones, alegrías…de todo hay, y mirando atentamente cualquiera de esos rostros puede uno deducir en qué medida ha ido mezclado todo eso. Y es que, considerando los casos extremos, las vidas de muchos seres humanos no se parecen en absoluto, como si perteneciesen a especies distintas. Para unos, un infierno inexplicable; para otros, un agradable paseo por un jardín de flores, no exentas espinas. La mía ha sido más bien un paseo, con algunos malos ratos, por supuesto, pero el balance es desde luego positivo. A usted tampoco parece que la haya ido muy mal. ¿Suele venir por aquí? Seguiremos hablando, entonces. Adiós.

– Adiós – responde el hombre, y entorna los párpados como si le molestase un sol inexistente.

De vuelta a casa me siento alegre, sereno, confortado. Aunque sea por una vez, he superado una de mis limitaciones. Imagino que también el hombre de mirada melancólica y largas arrugas verticales está sintiendo la misma especie de euforia. Sí, seguro que está pensando lo mismo que yo, no hay nada tan liberador como abrirse a un desconocido.

7 comentarios

Archivado bajo A veces estoy loco, De senectute, La letra o la vida

7 Respuestas a “EL PASEO DE LA VIDA

  1. Hola Antonio,con todos los respetos creo que donde citas «restos humanos»,yo hubiera escrito quizás algo así como «espectros humanos»,te lo digo porque lo de restos humanos me suena a cadavérico;
    ,al igual es una observación mia derivada de mi deformación profesional,pero te lo digo con todo cariño,y ademas para conocer tu opinión y tu intención literaria.El escrito me ha encantado.
    Un abrazo.
    Norberto.

    • antoniopriante
      antoniopriante

      Yo creo que el narrador (que no soy exactamente yo en estos «a veces estoy loco») tiene interés en resaltar el aspecto acabado, cadavérico, del personal, o sea, que dice «restos» con toda la intención. Y gracias. Un abrazo.

  2. antoniopriante
    antoniopriante

    Estoy muy intrigado. Me gustaría aclarar eso de la «hoja» en inglés, que ni he puesto ni veo por ninguna parte. ¿Podrías enviarme el texto por el procedimiento de «copiar y pegar» o algo así al correo que encontrarás clicando en «contacto»? Por cierto, ¿estás en facebook? También nos podríamos comunicar por messenger.

  3. J. A. R.
    julioaguilarweb

    Buenos días,
    Lo que quería comentar es «Sobre el autor», pero no sé qué pasa, hay algo que está sólo (yo, tilde) en inglés y no entiendo.
    En cuanto a este relato cortito, me gusta, aunque no su última frase. Por otro lado, esa fotografía final me recuerda a los Jardines de Albia, en Bilbao.
    Y, otro detalle sin importancia: me salen 78 años, así que quizá lo escribió hace tiempo. ¡Ah!, lo de «las razones habituales» de rechazo de un libro por las editoriales me ha hecho gracia (en el buen sentido).
    Saludos cordiales (en despedidas cortas no escribo [.] )

    • antoniopriante
      antoniopriante

      Hola, Julio. Por partes: No veo que haya nada en inglés ahí donde dices… a no ser que te refieras a un comentario en catalán en «se ha dicho». Lo de la última frase creo que sí tiene un problema, creo que no he sabido trasmitir la idea que tenía in mente, que en el fondo se reduce a que, por mucho que se hable de comunicación y empatía y esas cosas, en el fondo todo se lo monta uno solito. El banco de la foto final estaba en el «paseo» (Paseo San Juan, de Barcelona) hasta principios de los 50, creo, es decir, poco antes de los hechos recordados. Lo de 77 años responde a cuando escribí el original perdido. La principal de las «razones habituales» en aquel caso fue que faltaba morbo de sexo y violencia, y esto en una novela (o película) de romanos es inadmisible.
      Gracias.

      • J. A. R.
        julioaguilarweb

        Sí, hay una hoja o como se llame que está toda ella en inglés. Comprenderás que el catalán lo entienda bastante bien a pesar de no haber dedicado un minuto de mi vida a estudiarlo.
        Pues sí, creo que deberías, quizá, trabajar un poco más esa frase, añadiendo algo de lo que me cuentas en tu Respuesta.
        ¡Ah! Sigo diciendo que se parece bastante a un lugar de Bilbao.
        Ja, ja, también a ti se te ha perdido un original (o varios, no lo sé). Lo digo porque tengo escrito «La carpeta perdida», sobre el olvido de Marañón en un taxi de París de su «Tiberio. Historia de un resentimiento». Iba a ser ése del olvido el tema de mi primer artículo en «La Lechuza», pero cambié sobre la marcha y me dediqué a los ecos autobiográficos de dicha obra. Por cierto, mi artículo más querido, «Marañón y Ortega», lo perdí, sólo que yo a la moderna, es decir, por un virus (cuando no sabía ni lo que es eso).
        Vaya, lo que me cuentas sobre «las razones habituales» es un reflejo de ciertas cosas que suceden en nuestro tiempo. A mí se me daría dos bledos. Esta expresión la tomo de «El café», ya sabes que de un Larra más que joven, adolescente. Miraré cuando pueda el enlace que tienes sobre él.
        Gracias a ti
        PD.- Entro la primera vez a las personas de «usted», pero si me tutean no tengo inconveniente, como acabas de comprobar.

Responder a norberto galindo planasCancelar respuesta