PAVESE. El vicio absurdo II

santo stefano belboCesare Pavese nació en Santo Stefano Belbo, localidad del Piamonte italiano, en 1908. El padre, de familia campesina del lugar, era procurador de los tribunales en Turín; la madre pertenecía a una rica familia de comerciantes. Residentes en la ciudad, los Pavese solían pasar los veranos en Santo Stefano. Allí pasó Cesare parte de la infancia – debido a la enfermedad de la hermana, vivieron en el pueblo durante unos años –, allí inició los estudios primarios, conoció a Pinolo Scaglione, muchacho del pueblo con el que le unió una amistad de por vida (es el Nuto de La Luna y las hogueras), y se inició en su devoción particular por los misterios de la tierra.

En 1914 muere el padre, y la familia queda al cuidado único de la madre, mujer enérgica, adusta y autoritaria. Cesare prosigue los estudios primarios en Turín. Luego inicia los secundarios en los Jesuitas, pero enseguida ingresa en el instituto Massimo d’Azeglio.

Encontrarse en el período de formación con un maestro que merezca tal nombre es una suerte que pocos tienen. Pavese la tuvo. El “maestro” era Augusto Monti, latinista, humanista, antifascista, hombre de gran prestigio como pedagogo ilustrado, amigo de Gramsci y de Piero Gobetti. Más tarde, gracias a la amistad con su maestro, Pavese conoció y entabló amistad con algunos de los intelectuales más brillantes de Italia: Norberto Bobbio, Leone Ginzburg, Vittorio Foà, a los que luego se sumarían otras lumbreras del mundo de la cultura como Giulio Einaudi, Elio Vittorini, Davide Lajolo e Italo Calvino. Nunca le faltaron buenas compañías.

 

Le interesa la poesía, escribe e intenta publicar poemas. Le son rechazados. Tiene 18 años. Un año después, en 1927, ingresa en la facultad de letras de la Universidad de Turín y, antes de terminar la carrera, publica su primera traducción, Nuestro señor Warren, de Sinclair Lewis, con lo que da inicio a la que será su principal actividad profesional a lo largo de toda la vida: traductor de los modernos escritores norteamericanos.  

De hecho, Pavese hizo su aprendizaje de escritor mediante la traducción de obras de algunos de los grandes de la literatura inglesa y norteamericana. Melville, Sherwood Anderson, Joyce, Dos Passos, Steinbeck figuran entre ellos. Su misma tesis de graduación versó sobre la poesía de Walt Whitman.

Hacia los veinticinco años de edad, su vida sentimental pasa por una fase amable, aunque insegura, gracias a la compañía de Tina Pizzardo, “la voz ronca” evocada en algunos de sus poemas cuando ya es solo amargo recuerdo.

La vida profesional tiene su arranque seguro y fructífero en 1933, cuando Giulio Einaudi funda la editorial del mismo nombre, en la que colaborará, además de como autor, como trabajador esforzado a lo largo de toda su vida, en compañía de algunos antiguos condiscípulos del Massimo d’Azeglio, todos decididos antifascistas.

En 1935 es detenido al mismo tiempo que Einaudi y varios colaboradores y amigos y, tras pasar unos meses en la cárcel, se le destierra por tres años – luego reducidos a uno – a Brancaleone Calabro, en el extremo sur de la península. De hecho, aunque antifascista, Pavese nunca participó activamente en la oposición al régimen, y su detención se debió a una especie de malentendido. La pronta resolución de su caso e incluso del de sus amigos – estos sí, seriamente comprometidos – se debió quizá a la relativa suavidad con que el fascismo italiano trató a la disidencia intelectual, a diferencia de la mano dura, o durísima, que siempre aplicó a la oposición obrera.

En el destierro, Pavese empieza a escribir una especie de diario privado, que continúa hasta su muerte y que se publica póstumo con el título Il mestiere de vivere (El oficio de vivir). A poco de comenzarlo, registra en él una tragedia personal: de regreso a Turín tras el destierro, se encuentra con que ella se va a casar con otro. Es uno de esos fracasos concretos, acompañado en este caso por la sensación de haber sido traicionado, que simbolizan para él el fracaso general de la existencia. Y una vieja idea, que siempre le ha acompañado, unas veces viva, últimamente como adormecida, resurge en su interior con fuerza. Escribe en el Diario:

Sé que estoy condenado para siempre a pensar en el suicidio ante cualquier problema o dolor. Es esto lo que me aterra: mi principio es el suicidio…(10-4-36).

Es una costumbre instalada en la mente y en todos los miembros, es “el vicio absurdo”, como lo llama en otra ocasión.

Lo malo es que, de momento, no recibe consuelos de la otra parte: su primera colección de poemas, Laborare stanca (Trabajar cansa), publicada en el mismo año, pasa casi desapercibida.

Y es precisamente entonces cuando se vuelca en el trabajo con una dedicación absoluta. Pasa casi todas las horas del día enfrascado en las tareas más diversas de la editorial, continúa sin tregua con las traducciones y, en 1939, escribe sus dos primeras novelas cortas, La cárcel, basada en experiencias propias, y De tu tierra (Paesi tuoi), primera incursión en el mundo rural y su trasfondo mítico, que no se publicará hasta finales de 1941, con una buena acogida por parte de la crítica. 

En 1943, estando en Roma por asuntos de trabajo, es llamado a filas. Pero no se incorpora, debido al asma, y pasa unos meses hospitalizado. Es el momento en que la guerra, que hace años viene librándose en el exterior, irrumpe en Italia. Los aliados desembarcan en Sicilia y a continuación en la península. Se firma el armisticio con un gobierno del que ha sido eliminado Mussolini (detenido, fugado, capturado y finalmente «ejecutado»), y el fascismo junto con el ejército alemán, que ha pasado de aliado a invasor, crean la República Social Italiana, títere de Berlín. Surge la guerrilla, los partisanos actúan en amplias zonas y tienen en jaque a los nazi-fascistas. 

       

Cuando Pavese regresa a Turín, bombardeado y ocupado por los alemanes, no encuentra a los suyos: han marchado al monte, a unirse a la guerrilla. Él también se va, pero a Serralunga, a una casa de las colinas junto con su hermana y familia. Ahí medita en y sobre la soledad; el resultado será La casa en la colina, que escribirá unos años después. Y es que, si bien tiene sus convicciones o, mejor dicho, sus tendencias políticas, nunca ha sido un hombre de acción. Finalizada la guerra, regresa a Turín, entra en el partido comunista y colabora en L’Unitá y en otras publicaciones. En sus artículos se muestra siempre ajeno a cualquier sectarismo político o social: cuando, años después, publique en la revista Cultura e Realtà un artículo sobre el mito suscitará críticas e incomprensiones en la misma izquierda en la que milita. 

En los cinco años siguientes escribe y publica la mayoría de sus obras, entre ellas, quizá las mejores: Entre mujeres solas y La luna y las hogueras. Pero nada es suficiente para curarle de su “vicio absurdo”. Ni la obtención del premio literario más prestigioso de Italia (Strega, 1950), ni el éxito artístico y social, al que se ha acostumbrado sin darle mayor importancia.

De todo ello da cuenta en su Diario, a veces difícil de descifrar porque, cosa rara, está escrito en efecto para él mismo; y también en su segunda y última colección de poemas, Verrà la morte e avrà i tuoi occhi (Vendrá la muerte y tendrá tus ojos).

Y es que, en 1949 un amor llega del otro lado del océano, de la América de sus sueños literarios. Pero, apenas alcanzado, se desvanece. Y, cuando se está desvaneciendo, escribe:

Uno no se mata por el amor de una mujer. Se mata porque un amor, cualquier amor, nos revela en nuestra desnudez, miseria, indefensión, nada. (25-3-50).

Y el 28 de agosto de 1950, en una habitación de un hotel de Turín – como en el primer intento de la Rosetta de Entre mujeres solas -, Cesare Pavese da cumplimiento a su destino.

Diez días antes ha escrito las dos últimas líneas de su Diario:

Todo esto da asco.

No más palabras. Un gesto. No escribiré más.

(De Los libros de mi vida. Lista B)

2 comentarios

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2 Respuestas a “PAVESE. El vicio absurdo II

  1. Buenos días, interesantes tus artículos. Sabes de alguna ubicación de libro El vicio absurdo digitalizado?

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