ANTONIO MACHADO. El sol de la infancia I

antonio machado

El poeta – y en esto no se distingue de las demás personas – ve el mundo a través de su mundo. Lo que le distingue de los demás es que sabe explorar y expresar la íntima relación que hay entre el individuo sintiente y la realidad externa. Y expresarla de forma atractiva, o bella, o estremecedora, de esa forma, en fin, que llamamos arte.

Una tarde parda y fría 

de invierno. Los colegiales

estudian. Monotonía

de lluvia tras los cristales.

¿Quién no ha sido colegial? ¿Qué colegial, en clase, no ha seguido el deslizarse de las gotas de lluvia tras los cristales una tarde parda y fría de invierno, mientras estudia o sueña en las lejanas vacaciones?

La primera vez que leí estos versos yo ya no era un niño, y recuerdo que sentí de repente el aroma, la presencia viva de aquellas tardes melancólicas en una escuela rutinaria como la que evoca el poeta.

Pero no fue la suya una infancia triste y melancólica, como puede deducirse de los versos citados, sino más bien luminosa y rica en sensaciones que habían de alimentar buena parte de su poesía.

Nació en Sevilla, y nada menos que en la Palacio de las Dueñas, donde sus padres tenían alquilada una parte como vivienda.

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,

y un huerto claro donde madura el limonero.

Hasta el traslado de la familia a Madrid a los ocho años de edad su patria fue Andalucía. Más tarde, la vida y la fuerza del pensamiento imperante entre los intelectuales de su generación (llamada “del 98”) le hicieron preterirla a una patria de adopción, Castilla, alma adormecida de una España a la vez amada y odiada.

Aunque Machado nació poeta – como todos los poetas que nacen – parece que no fue hasta los 23 años, con ocasión de un viaje a Sevilla desde Madrid, que compuso un poema, y no publicó por primera vez hasta los veinticinco. Tan tardío tratándose de un poeta, que hay que suponer que escribiría ocultamente (y destruiría) miles de versos inconfesados. Lo que se sabe es que, desde 1899 hasta la fecha de publicación, en 1903, escribe una serie de poemas a los que da en conjunto, y en la primera versión, el título de Soledades. 

Todo poeta, quiera o no, lo es de su tiempo. Y el tiempo literario de finales del siglo XIX y principios del XX, estaba presidido por el simbolismo y el modernismo. La influencia de la poesía de Verlaine, de Rimbaud y de Mallarmé era inevitable y, entre los poetas hispanos, la de Rubén Darío, con quien trató y simpatizó durante dos de sus breves estancias en París.

Pero Antonio no era ni mucho menos unos de esos escritores que se quedan en la forma, que se dedican a manufacturar productos de acuerdo con los vientos de la moda, y cuyos nombres se olvidan con la misma facilidad y rapidez con que se encumbran.

El suyo es un simbolismo o modernismo intimista que remite a Bécker y que sabe expresar las nostalgias, temblores y temores del alma a través de símbolos transparentes.

El agua, o la vida cuando brota o corre; el huerto, la ilusión, sobre todo del recuerdo infantil; las galerías, espacios donde aguardan los recuerdos; el mar, la plenitud del ser despojado de la individualidad; la tarde, el tiempo del declive melancólico de las fuerzas de la vida; el camino, la senda que seguimos hacia el final, pero que solo existe cuando la trazamos al avanzar, como las estelas en la mar. 

En 1907 se publica una refundición, ampliada, del libro con el título Soledades. Galerías. Otros poemas, en la que desaparecen algunas composiciones y se añaden otras. En ella se muestra aún más parco en la utilización de los recursos que imponía la moda; sus versos son menos sonoros, más sobrios, más íntimos. Diríase que el poeta de la interioridad ha alcanzado ya tal plenitud que no puede avanzar más en el mismo sentido.

Campos de Castilla, colección de poemas publicada por primera vez en 1912, año aciago para el autor, representa en cierto modo un cambio de rumbo, un dirigir la mirada, no sólo al mundo del ensueño y del recuerdo, sino también a la realidad que vive y se mueve ante el poeta.

La vieja Castilla, a la que empezó a conocer en 1907, es el escenario central de los poemas. Las tierras, la gente, el paisaje, la soledad de sus campos, el hosco futuro que sobre ella se cierne, como sobre toda España si no se impone un giro salvador y quizá violento (España que alborea / con un hacha en la mano vengadora, / España de la rabia y de la idea).

La obra es un intento de pasar del extremado subjetivismo de Soledades a una mirada objetiva sobre el mundo circundante, que además exige un esfuerzo narrativo. Y así, incluye la historia La tierra de Alvargonzález, episodio rural de dimensiones trágicas. Y hacia el final, una serie de consideraciones – siempre de menor fuerza poética – sobre el triste panorama humano del país (La España de charanga y pandereta… etc.), que solo puede remediar «la España que alborea».

Pero en ciertos poemas, añadidos en la segunda edición, la obra muestra, intacta, la poderosa fuerza lírica del autor que aquí se nutre de un paisaje asociado al recuerdo, tan vivo como soñado, de la amada Leonor, la esposa-niña desaparecida al tiempo que se publicaba la primera versión de la obra:

Soñé que tú me llevabas…

Sentí tu mano en la mía,

tu mano de compañera,

tu voz de niña en mi oído,

como una campana nueva… 

En Nuevas canciones, publicada en 1924, se impone la vena popular, por una parte, y la reflexiva, por otra. Respecto a esto último, hay que tener en cuenta que al lado del manantial lírico, cuya frescura y hondura es evidente desde los primeros poemas, se iba desarrollando y tomando fuerza una mirada filosófica, que él consideraba amenazadora para la auténtica poesía (en cambio, sus convicciones cívicas, siempre en el sentido laico y progresista, le acompañaron sin conflicto íntimo toda la vida).

Hacia sus treinta años escribe:

Poeta ayer, hoy triste y pobre

filósofo trasnochado,

tengo en monedas de cobre

el oro de ayer cambiado.

Y es esta nueva necesidad de comunicar sus reflexiones, especialmente aquellas que considera demasiado audaces o no muy seguras, la que le lleva a crear los apócrifos (o heterónimos) Abel Martín y Juan de Mairena, los cuales se expresan sin ambages y a menudo con ironía: los grandes filósofos son poetas que creen en la realidad de sus poemas, dice Mairena.

Pero Antonio Machado fue, por encima de todo, un gran poeta hasta el último momento, hasta aquel momento triste y oscuro en el que, por última vez, soñó con el sol de la infancia. (Continúa)

(De Los libros de mi vida. Lista B)

2 comentarios

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2 Respuestas a “ANTONIO MACHADO. El sol de la infancia I

  1. nicolasfalconblog – En todas partes – En la imaginación están todos los viajes; en la literatura..., la dicha de vivirlos
    nicolasfalconblog

    No puedo decirte otra cosa que, bravo. Con Machado, sin duda hay un antes y un después. Por supuesto que hay poetas muy buenos, pero no como Machado. Él está hecho de otrra pasta desconocida y soñada para el resto.
    Buena reseña, Antonio. Un saludo.

    • antoniopriante
      antoniopriante

      Gracias, Nicolás. Espero que hayas leído también la segunda parte (va a continuación, o clicando «Continúa», creo que no he resuelto bien la cuestión técnica), donde se resalta la actitud política, o cívica, de Machado, y su biografía, de triste final.

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