Arte y poder

banquete-romano…las sociedades, por mucho que difieran entre sí, no pueden ser tan dispares como para no conservar determinadas constantes que en cierto modo las asemejan. Una de estas, que siempre se ha dado y siempre se dará – por lo menos en lo que se ha venido entendiendo como civilización occidental- consiste en la relación que se establece de hecho entre el artista y el poder. Y cuando digo “artista”, me refiero al creador y en especial al escritor-poeta. Y cuando digo “poder” me refiero a la instancia suprema – humana – que controla la actividad de los individuos, llámese príncipe, monarca (absoluto o no), comité revolucionario, dictador, presidente constitucional, etc.

Las relaciones entre el artista y el poder nunca han sido tranquilas. O el vasallaje o el enfrentamiento. En determinadas épocas y sociedades el artista era una especie de criado, un criado honorable que hacía su trabajo bajo la sombra o protección de los grandes; en otras sociedades más modernas también hay artistas que hacen de criados, pero fingiendo que son libres, es decir, de una manera nada honorable.

Cuando no es o no hace de criado, el artista es un verdadero incordio para el poder.Y no porque se lo proponga – los que se lo proponen no suelen llegar a la categoría de artista -, sino porque hay algo consustancial en la naturaleza del arte: molestar a quien no puede controlarlo como controla los demás aspectos de la vida social.

Está además el problema de la incomprensión. Y no me refiero al tópico romántico del artista “incomprendido”. Sino a la verdad empíricamente demostrada de que el ámbito del poder es incapaz de comprender lo que alienta en el ámbito del arte. Es verdad que en muchas ocasiones lo utiliza, y se viste con sus galas para deslumbrar al propio pueblo o al del vecino, porque tiene comprobado que el verdadero arte da prestigio y enaltece cualquier obra humana. Pero no lo comprende, es decir, no llega a entender en qué consiste esa extraña actividad, de la que, sin embargo, si es astuto, sabe muy bien aprovecharse.

Una cosa está clara: arte y poder han nacido para no entenderse. Cierto que, en ocasiones, van de la mano y hasta parece que se sonríen como discretos enamorados. Pero se trata de una apariencia falsa. En el fondo, el poder solo piensa en cómo utilizar al arte o, por lo menos, cómo controlarlo. Y éste solo aspira a desembarazarse de ese abrazo que aprieta hasta la asfixia, para poder desplegarse en plena libertad.

Este enfrentamiento radical tiene su explicación en la misma naturaleza y actividad de una y otra instancia.

La actividad del artista consiste en captar la realidad profunda de las cosas, materiales e inmateriales (las famosas Ideas), y reelaborarla de manera que, en forma de obra de arte, pueda ser recibida y disfrutada por las personas que necesitan algo más que lo que proporciona la vulgar visión utilitaria. Y es que, mediante el goce del arte, el individuo se olvida por unos momentos de que es un ser de necesidades para sentirse en un mundo de libertad en comunión con la esencia misma del universo.

La actividad del poderoso (sea hombre, sistema o monstruo), consiste por encima de todo en mantenerse en el poder, es decir, en ejercer, a ser posible indefinidamente, su dominio sobre personas y sociedades sin permitir el más leve respiro de lo que podría ponerlo en peligro. El poderoso todo lo supedita a esos fines. Para él el universo no tiene otra esencia ni otro sentido que el de permitir el despliegue de su poder, y los seres humanos no son más que piezas sin alma, oscuros peones de un juego despiadado.

Visto el panorama, lo normal es que la pugna sea continua, sin más descanso que las fases de aparente entendimiento mutuo a que antes he aludido. Y como en toda lucha, siempre hay uno que gana y otro que pierde. A corto plazo, vence siempre el poder (debido a su fuerza física, por supuesto), pero a la larga es la fuerza del arte lo que se impone, aunque por entonces el artista haya perdido toda materialidad corpórea. Victoria póstuma.

Entre la infinidad de casos que en la historia del arte y de la política pueden encontrarse, he elegido dos. Dos artistas cuyas vidas, separadas por diecinueve siglos, guardan similitudes sorprendentes. No así las sociedades respectivas, no así la clase de poder que en una y otra gobernaba. En la más antigua, una sola persona ostentaba el poder supremo; en la más reciente, ese poder, igualmente férreo y despiadado, lo detentaba la cúpula de la sociedad y se ejercía a través de una serie de gestores sabiamente coordinados. Pero la historia es la misma. Por eso se puede decir que las vidas de los dos artistas aludidos corren paralelas. Basta repasarlas para comprobarlo.

(De Ovidio y Wilde, dos vidas paralelas)

3 comentarios

Archivado bajo Opus meum

3 Respuestas a “Arte y poder

  1. nicolasfalconblog – En todas partes – En la imaginación están todos los viajes; en la literatura..., la dicha de vivirlos
    nicolasfalconblog

    Hola Antonio:

    Buen artículo nos brindas por estos lares. No me canso de aplaudirte por el buen trabajo.
    Un abrazo.

Deja un comentarioCancelar respuesta