GARCILASO DE LA VEGA. El caballero y la muerte II

Garcilaso de la Vega nace en Toledo en 1501 en el seno de la familia Mendoza, poderosa en política, destacada en la cultura (había dado varios hombres de letras, como Íñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana) y adelantada del espíritu renacentista en Castilla.

carlos-v-ecuestreTuvo la educación que correspondía a su ambiente, y al espíritu de los tiempos, que dictaminaba, en palabras de Baldassarre Castiglione (Il cortigiano), que el buen cortesano había de dominar, además de la vida de sociedad, tanto las armas como las letras. Extraña pareja vista desde aquí y ahora.

En el conflicto que, a la llegada del emperador Carlos, enfrentó a algunos sectores de la ciudadanía castellana con el nuevo rey, Garcilaso se alineó sin dudarlo con la monarquía, a diferencia de su hermano Pedro, que luchó junto a los comuneros y que, tras la derrota, tuvo que exiliarse en Portugal, mientras rodaban las cabezas (y no en sentido metafórico) de los principales dirigentes rebeldes. Garcilaso, por su parte, pronto se ganó la confianza del emperador, a quien siempre sirvió lealmente.

En 1522 participó en la expedición militar a Rodas, organizada con el fin de salvar la isla del asedio turco, empresa que fracasó por falta de la esperada colaboración de Venecia. Iba también en la expedición el que sería su gran amigo de toda la vida, Juan Boscán.

Otra amistad íntima se inició dos año después, con ocasión de las acciones de Salvatierra y Fuenterrabía contra los franceses, con el entonces joven de dieciséis años Fernando Álvarez de Toledo, futuro Duque de Alba. Y no un duque de Alba cualquiera (si es que se puede hablar así) sino el tercero, aquél que había de sembrar el espanto en tierras de Flandes, donde todavía es terroríficamente recordado.

En 1525 casó con Elena de Zúñiga, dama de Leonor de Austria, hermana del emperador, que fue quien había decidido el matrimonio. Cosa normal entonces, cuando los únicos que podían decidir en estas cuestiones eran los más humildes. Más arriba de la escala social decidían los padres, siempre pensando en términos patrimoniales, y arriba de todo, los reyes. Y ya hemos visto que Garcilaso se movía por las alturas.

En 1526 asiste a la solemne boda entre el emperador-rey Carlos e Isabel de Portugal. Conoce ahí, o tal vez en Granada, donde a continuación se traslada toda la corte, a una dama de la reina, Isabel Freyre, quien, según los estudiosos, será el amor y musa inspiradora del poeta. Tres años después la dama se casa, lo que no hace sino igualar las situaciones de ambos y en el 33 o 34 muere de sobreparto. Y escribe el poeta, quizá en presencia, quizá en recuerdo de la vista del sepulcro:

Las lágrimas que en esta sepultura

se vierten hoy en día y se vertieron

recibe, aunque sin fruto allá te sean,

hasta que aquella eterna noche escura

me cierre aquestos ojos que te vieron,

dejándome con otros que te vean.

En 1529 emprende viaje a Italia con el rey y séquito para la ceremonia de coronación solemne de Carlos como emperador romano. Se detiene un mes en Zaragoza y tres en Barcelona, donde hace testamento, curioso documento en el que no olvida saldar pequeñas deudas contraídas tiempo atrás con individuos socialmente insignificantes. La ceremonia de la coronación imperial tiene lugar en Bolonia a principios de 1530.

Regresa a España y poco después marcha a Francia en una misión, parece que de espionaje, cerca de la corte de Francisco I. Por poco tiempo, porque en 1531 se halla de nuevo en la Península asistiendo en Portugal a la boda de un sobrino (hijo del hermano comunero), boda que se celebra contra la voluntad del emperador. Este acto, generoso y desprendido como muchos de los suyos, cuesta al poeta la pérdida (temporal) del favor real. Y se paga con un breve destierro en una isla del Danubio.

Gracias a la influencia del amigo Fernando, duque de Alba, el destierro en el Danubio se convierte en una muy feliz estancia en Nápoles al servicio del virrey y, como está claro, en la recuperación del favor real. Estancia que se prolongaría hasta 1535, interrumpida por dos viajes a España. En el primero (1533), como lugarteniente del virrey, para llevar una documentación al emperador, que se halla en Barcelona; ocasión que aprovecha para revisar con Boscán la traducción de éste al castellano de El cortesano, de Castiglione, y escribir el prólogo.

En Nápoles, Garcilaso está en su ambiente. Conoce y trata a las personalidades más destacadas del renacimiento literario, entre ellas Bernardo Tasso y el cardenal Pietro Bembo, y luce su genio propio en una corte que goza del esplendor cultural que se iniciara con el rey aragonés Alfonso V. Allá compone sus mejores y últimas obras (varios sonetos y canciones, las tres Églogas y las dos Elegías). También se enamora de por lo menos una bella napolitana, que pasa, innominada, a la historia de la literatura.

Pero su otro ambiente le reclama. A mediados de 1535 forma parte de la armada napolitana que se dirige al norte de África para unirse a las tropas españolas. En julio los atacantes toman La Goleta y a continuación entran en Túnez. El 25 de noviembre regresan triunfalmente a Nápoles.

No permanece allá mucho tiempo. El emperador le requiere para ciertas misiones diplomáticas en Florencia, Milán y Génova, donde finalmente se reincorpora a las tropas españolas. Nombrado maestre de campo con mando sobre tres mil hombres, tiene el cometido de contener y rechazar los intentos franceses de entrar en Italia.

En Provenza, junto a la población de Le Muy, se encuentra con una fortaleza cuyos defensores se niegan a abandonar. Sin pensarlo mucho – o más bien nada – y con unos pocos seguidores, intenta superar la muralla con la ayuda de una escala. Una gran piedra lanzada desde arriba rompe la escala y el escalador cae mal herido. Unos días después muere en Niza.

Tenía 35 años. Es sabido que los elegidos de los dioses mueren jóvenes. Y Garcilaso lo era. Al menos, de los dioses del Parnaso.

Pero, ¿por qué mueren pronto? ¿Por qué muere joven Garcilaso? ¿Quién dictó la sentencia? Por una parte, parece significativo que hiciera testamento a los 28 años; aunque quizá esto fuese normal en un soldado. O quizá la clave del enigma se halla contenida en algunos pasajes de su propia obra.

En cualquier caso, ante el desenlace final, resulta inevitable recordar aquellas palabras del personaje de Borges:

En el primer volumen de Parerga und paralipomena releí que todos los hechos que pueden ocurrirle a un hombre, desde el instante de su nacimiento hasta el de su muerte, han sido prefijados por él. Así, toda negligencia es deliberada, todo casual encuentro una cita, toda humillación una penitencia, todo fracaso una misteriosa victoria, toda muerte un suicidio”.

[De Los libros de mi vida. Lista B]

4 comentarios

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4 Respuestas a “GARCILASO DE LA VEGA. El caballero y la muerte II

  1. Da gusto leerte, Antonio. Conozco a Garcilaso, le he leído, aunque hace tiempo, y después de tus artículos dan ganas de volver a leerle, esta vez con más pasión si cabe. Gracias.

  2. Completísimo artículo Antonio (parte I y II, como siempre).
    ¡Ay si mis profesores del instituto hubieran hablado así, que gozosas hubieran sido mis clases de historia y de literatura!.

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