Petronio, la vida como juego I

Uno de los escritores más enigmáticos de la historia de la literatura es sin duda Petronio. Nada de él sabemos con seguridad. Ni el nombre (¿Petronio Arbiter? ¿Gayo Petronio Níger? ¿Tito Petronio Níger?); ni si es en realidad autor de la obra que se le atribuye; ni si su personalidad y biografía son las referidas por Tácito a un político y cortesano de Nerón, al que, por cierto, el historiador no menciona como autor de la famosa obra… Lo único que está claro es que esa famosa obra que se le atribuye (pero, ¿a quién?) es absolutamente genial y yo diría que única en la literatura universal.

Nos ha llegado con el título de Satiricón, sobre cuyo significado hay diversas teorías. Pero este pequeño problema, junto con los antes aludidos sobre la identidad del autor y la época de composición, no son nada comparados con el que el que en realidad más puede perturbar al lector. Y es que la obra no está completa. Solo se han conservado satiricon-librovarios fragmentos breves y uno de extensión considerable en el que se narra la famosa cena de Trimalción.

La acción – de lo que se conserva – se inicia en una “ciudad griega” del sur de Italia, quizá Nápoles. Encolpio, joven por lo que se ve instruido y, por lo que enseguida se verá, loco por su amante pero víctima de un maleficio divino que está anulando su virilidad, discute acaloradamente de literatura y educación con el profesor de retórica Agamenón, cuando de pronto comprueba que su amigo Ascilto ha desaparecido, sin duda con su amadísimo joven Gitón. Loco de celos, va en busca de los dos.


Después de unas escenas de encuentro, celos, disputas y reconciliación, vemos a los tres en el mercado donde, tras recuperar una prenda preciosa por su contenido, son conducidos por una doncella a la casa de Quartila, sacerdotisa, parece, de Príapo, que los somete a continuos y agotadores abusos sexuales…

Estando en los baños, son invitados a la cena que ofrece Trimalción en su mansión de liberto rico, grotescamente decorada con recargados adornos, en compañía de numerosos invitados, también libertos y nuevos ricos como el anfitrión. Empiezan a aparecer platos con los manjares más diversos, disfrazados de las más curiosas maneras; se reparten regalos valiosos; hay una pantomima en la que se cazan los animales que se han de comer; del techo caen sofisticados obsequios; no faltan los homeristas y músicos en general… Trimalción, como anfitrión, domina la escena; grosero e ignorante, se las da de persona culta, al igual que muchos de los comensales. Ascilto no puede contener la risa y los comentarios sarcásticos acerca del espectáculo, lo que le vale el ataque furioso de uno de los comensales, Hermerote, quien a su modo, vulgar e incoherente, expresa las razones de la rabia que le produce la actitud de Ascilto y Encolpio: la de unos jóvenes instruidos y de buena familia que se creen por encima de los que han tenido que salir adelante por el propio esfuerzo. La escena culmina con la parodia de los funerales de Trimalción, durante la cual los gritos y aullidos de pesar provocan la aparición de los vigilantes del fuego (bomberos), que lo dejan todo perdido de agua.

En la confusión los tres amigos (Encolpio, Ascilto y Gitón) se escapan, y enseguida vuelven a los celos y las disputas. Encolpio se va solo, y conoce a un nuevo e interesante personaje, Eumolpo, quien, tras un vehemente discurso sobre la actual situación de las artes, le recita su poema sobre la destrucción de Troya, lo que le vale una lluvia de piedras de los presentes. Reaparece Gitón, y de nuevo las escenas de celos. Finalmente, los tres se embarcan en un nave que…

Y así se van encadenando las fases de una historia, que la condición fragmentaria del texto priva de algo parecido a un final.

La mayoría de los eruditos sitúan la composición de la obra en los años 60 del siglo I, bajo Nerón. Y el relato ofrece, en efecto, un cuadro totalmente fresco y desinhibido de ciertos sectores de la sociedad de la época. La originalidad – sobre todo teniendo en cuenta la época – es absoluta, aunque beba a veces de las fuentes de la antigua narrativa helenística. Para empezar, constituye la primera obra que puede calificarse de “novela” de acuerdo con los criterios modernos. También la primera que se puede encuadrar en el género picaresco, en cuanto relato realista y satírico de las aventuras de un joven desclasado (está narrado en primera persona por el protagonista Encolpio), de mirada irónica y algo distanciada.

Las virtudes de la obra son varias y de distinta naturaleza: la lengua en que en que está escrita es un latín perfecto en las palabras del narrador (joven culto) y llena de coloquialismos y vulgarismos cuando hablan ciertos personajes, hasta el extremo de que el texto se considera una fuente valiosa para el conocimiento del latín vulgar, comparable a los grafiti de Pompeya; la presentación de los personajes se consigue sin ninguna descripción, solo por sus actitudes y palabras; los cuentos que se insertan – narrados por diversos personajes – son un alarde de psicología (La matrona de Éfeso) y de fino humor, con hilarante final en el caso de El muchacho de Pérgamo; en muchos aspectos constituye una sátira o denuncia del estado de la literatura, la educación y la cultura en general, incluyendo un largo fragmento en verso en el que se parodia a Lucano. En fin, que uno no acabaría de enumerar las maravillas de la obra. (Continúa

[De Los libros de mi vida. Lista B]    [Ver Conversaciones con Petronio]

2 comentarios

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2 Respuestas a “Petronio, la vida como juego I

  1. Fascinante, sin duda. A mí, personalmente, leer textos tan antiguos me produce una extraña (o no) sensación de vértigo. Cómo esos autores tan vivos entonces escribieron sobre su realidad, su mundo, que para ellos era lo único que existía, y ahora no son recordados por relativamente casi nadie y lo serán todavía menos a medida que pase el tiempo. Tengo la sensación, cuando me asomo a sus páginas, de estar mirando una estrella a años luz de nosotros, que ya está muerta y sin embargo vemos su luz. Algo así. Por eso leo muy poco estos clásicos (y quizá debería hacerlo).

    • antoniopriante
      antoniopriante

      Pero la virtud principal de los clásicos es que, si te acercas a ellos, enseguida notas que están vivos, cosa que no ocurre con casi todos los otros, es decir, con los efímeros. Claro que, si no te acercas…

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