El hecho de que, llegada cierta edad y acumulada cierta cantidad de obra, por pequeña que sea, como es el caso, uno deje de escribir novelas es dramático. Porque supone la destrucción de la parte más visible y pública de la identidad. Uno ya no es un novelista. En todo caso, será un ex novelista.
De pequeño, yo quería ser poeta. Y lo intenté. Desde los once años, creo, hasta los dieciocho, y luego un breve intento hacia los cuarenta. Pero no había manera. No había manera de alcanzar “la gracia que no quiso darme el cielo”. Así que tuve que renunciar a escribir poesía.
Pero no a escribir. Escribiría mis pensamientos e impresiones (ahí está el Diario, iniciado precisamente a los dieciocho) y, por qué no, historias, relatos de ficción, es decir, novelas.
Y de nuevo me encontré con un gran obstáculo. Y es que
Por circunstancias que no vienen al caso, me fijé en dos personajes de la antigüedad, amigos entre sí y poetas. Ahí estaban las crónicas que hablaban de ellos, ahí las cartas auténticas en qué se confesaban y autorretrataban. ¿Qué más quería? Tenía los personajes, tenía la historia, casi tenía el ambiente; solo faltaba poner lo mío: escribir simplemente. Y así lo hice.
A continuación tomé otro personaje, y de sus confesiones poéticas obtuve vida y pasiones. Y escribí otra novela. Y así hasta ocho en total, novelados en siete obras.
Pero desde hace unos años ya no novelo las vivencias de otro ser humano, de uno de esos en los que siempre me fijaba: famoso por su empeño artístico o intelectual y muerto y enterrado desde hacía por lo menos siglo y medio. ¿Por qué?
Durante este tiempo, algunos nombres me ha rondado por la mente. Tomaba uno, averiguaba un poco de su biografía, de su obra, si apenas la conocía, y lo dejaba. Quizá no tenía el suficiente interés novelístico para mí.
Pero hace poco se me presentó una figura ciertamente excepcional. Y además, original, pues sería la primera vez que una mujer ocuparía el lugar central en una de mis novelas. Tenía todos los atractivos imaginables para mí, además de
Investigué. Leí todo lo que pude de ella y sobre ella. Establecí la cronología y una constelación de notas sobre hechos y sobre amigos y conocidos, todos en la primera línea de la cultura y de la sociedad.
Y cuando ya me disponía a iniciar la fase de escritura, una nube de cansancio y de dudas se cernió sobre mí.
¿Para qué? ¿Para qué todo ese esfuerzo de desentrañar, intuir, construir toda una personalidad y su mundo, como había venido haciendo? ¿Para demostrarme lo bien que puedo hacerlo? ¿Para demostrárselo a cuatro lectores amigos o bien dispuestos? ¿Para recibir la limosna de un fugaz elogio de la crítica?¿Valía la pena?
Una pereza infinita envolvía todos mis miembros. Estaba claro que no iba a escribir esa novela.
Pienso que ya no escribiré ninguna más.
Pues es una pena, aunque te comprenda. Tus personajes tienen vida y mucho de ti, no sólo porque están muy estudiados y documentados, sino porque te has metido en su piel sin abandonar tu forma de percibir la realidad. En tus escritos, no sólo en tus novelas siempre se aprende.
No quiero filosofar sobre tu decisión, Antonio, de no volver a escribir una novela. Sólo deseo decirte que lo lamento mucho porque leer tus novelas ha sido uno de los placeres más extraordinarios que me han sucedido. ¡Qué lastima que nadie se atreva a publicar “La alta fantasía”! No sabe el mundo de la literatura lo que se pierde.
Tampoco hay para tanto, Jesús. De todos modos, gracias por tus palabras.
Me desconciertas. No se si este artículo es un llamamiento intencionado a tus seguidores habituales intentando provocar una reacción, que a su vez ejerza en tí una función catalizadora, o, simplemente es la confesión de un estado de ánimo propio de una persona depresiva o que simplemente empieza a sucumbir ante los poderosos y tristes efectos de la vejez. Posiblemente es la fusión de ambas. .
Sea como sea, no me importa decirte que me encantaría conocer tu versión novelada de esa mujer Inteligente, generosa, artista, luchadora (un poco megalómana y desequilibrada, quizá). Y es un comentario sincero, sin ánimo de animar, pues yo, de natural pesimista, aunque alegre, soy bastante incapaz de sacar a los demás de sus baches. Bastante tengo yo con mantenerme a flote.
Hoy he estado en unos grandes almacenes (no era propiamente una librería), he rebuscado entre lo expuesto y no he encontrado un solo título, un solo autor que me inspire la confianza que requiero para ilusionarme y fantasear con el momento en que, allá sobre las doce de la noche, en mi confortable cama, bajo las dos lamparitas de tenue luz que iluminan la portada del libro, se produzca el tránsito esperado; el olvido de mi misma y la transportación a esos otros mundos y vivencias que por unas horas van a constituir mi propia vida.
Las personas que sois capaces de conseguir estos efectos mágicos, no deberíais nunca preguntaros “y total, para qué….”
Todo es muy sencillo, Eugenia. Las fuerzas se pierden con la edad y hay que saber economizarlas. El esfuerzo, el empuje que antes se daba gratuitamente ahora hay que ponderarlo, hay que considerar si compensa el resultado. Y nada tiene que ver la depresión (nunca he sido depresivo), solo un poco la vejez, creo. Lo normal.
Creo que comprendo lo que dices que te sucede. En cierta forma hay algunas similitudes; quizá las mínimas para creer que puede entender lo que te sucede; aunque no tengo ninguna forma de comprobarlo, y esto es para mí una incógnita que me fastidia… Llegada a cierta edad me puse a pensar que no tenía ningún interés personal en hacerme entender, ni en describir lo que pensaba, soñaba, preveía o imaginaba. Lo que sea sucederá y lo que no ¿para qué darle forma? Reflexionaba, en paralelo, que quizá este estado tenga que ver con la disminución de la energía vital; y me parecía probable ya que cuando uno quiere expresarse no se pregunta para qué, ni a quién servirá. Se hace y punto. Pero puede haber otras explicaciones alternativas. Siempre las hay. En cierta forma callarse puede ser un buen producto del que ha hablado mucho. Los caminos del Señor son muy enrevesados para nuestra limitada comprensión humana.
Tú lo has dicho, Brigantinus, disminución de la energía vital, y cuando uno no ha ido nunca sobrado de ella…
Celebro, tristemente, que coincidamos en el diagnóstico. Siempre es bueno “tener de sobra” en las cosas buenas, claro. Pero “tener de menos” no es en si mismo malo, ya que en la austeridad se descubren nuevas formas de vida. En cierto modo el organismo inteligente… siempre sabe consolarse 😉
Siempre que tengas algo que decir,seguirás escribiendo
porque tu estás dotado para hacerlo.
A mi también me gustaría escribir,porque tengo mucho por decir
pero no sé como hacerlo.
Muy fácil, Norberto. Le preguntaron a un gran escritor cómo lo hacía para escribir de aquella manera, y respondió: poniendo una palabra detrás de otra. ( En realidad esto es de una novela francesa de los años sesenta, no recuerdo el autor, el título “Los pianos mecánicos”. Una frase tonta, que me quedó grabada).