El nacimiento

Es fácil escribir sobre la muerte. (Yo mismo lo he hecho una y otra vez en las páginas de este blog, si bien con ese tono superficial y aparentemente frívolo con que las buenas maneras aconsejan tratar las cosas profundas y radicalmente serias.) Y se dansa de la mortcomprende. La muerte la tenemos siempre ante nosotros; de jóvenes, bastante lejos, o eso creemos, y a medida que cumplimos años, cada vez más cerca. Pero ahí está. Y la tememos. Porque, por lo que parece (nadie nos pudo contar la experiencia), supone la destrucción, la extinción total de lo que somos.

Se explica entonces que tantas personas de toda condición piensen una y otra vez en ello y se hagan preguntas y hasta se inventen respuestas en un intento, bastante inútil, de calmar la ansiedad.

Así que he decidido cambiar de objeto y pensar y escribir no sobre la muerte, que parece que es el final, sino sobre el nacimiento, que se supone que es el principio.

Y lo primero que veo es que he de adentrarme en un territorio muy poco transitado. Comparadas con las innumerables reflexiones que ha generado la muerte, las dedicadas al nacimiento son casi inexistentes. Y no me refiero a los aspectos puramente científicos, físicos, sino a los metafísicos, que son los que de verdad importan, como en el caso de la muerte.

Yo mismo no solía pensar en ello. Mientras era solo padre, el nacimiento y crecimiento del nuevo ser que era mi hijo lo asumía como algo tan natural que apenas atraía mi atención. Al ascender a la condición de abuelo, debido quizá a la posición más distanciada, empecé a asombrarme del fenómeno y de todos sus detalles.

Un ser inexistente de pronto accede a la existencia perfectamente pertrechado con todos los atributos de la especie. Y no se me diga que ya existía en sus padres, pues el argumento decae cuando uno se pregunta dónde estaba ese nuevo ser cuando sus padres aún no existían. Y dónde los padres cuando los abuelos aún no habían nacido, se podría añadir.

O sea, que la cosa tiene todos los indicios de una creación ex novo, de una aparición desde la nada. Se me dirá que eso no es cierto, que no es desde la nada sino desde la semilla de los padres que surge el nuevo ser. Y lo acepto. Pero solo en parte, porque lo que importa en ese individuo, lo que le caracteriza como tal, es absolutamente nuevo: el carácter personal, único e intransferible, que le constituye e identifica como persona humana diferente y separada de las demás.

Ese carácter personal e intransferible opera desde el primer momento de la existencia, y es perfectamente observable a los pocos meses entre dos hermanos tratados de forma idéntica, por ejemplo. Observable al menos para el abuelo, siempre más distanciado que los padres.

Hace ya tiempo que los científicos establecieron que el mundo se encamina a su fin, que en virtud de lo que dispone el segundo principio de la termodinámica, todo sistema tiende al desorden, a la desintegración, o sea, que al final todo quedará
reducido a un sucio montón de polvo.

Pero otros científicos llegaron y observaron que en el fenómeno que es la vida no se cumple ese principio, sino que siempre hay algo que está naciendo y complejizándose y organizándose sin tregua (pensemos en el desarrollo físico, en la adquisición del idioma y en el acopio de conocimientos y aptitudes, asombrosos en relación al tiempo empleado por el niño de meses). Neguentropía frente a entropía, dicen.

Pero, ¿qué significa todo eso?

Me gustaría saberlo.

4 comentarios

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4 Respuestas a “El nacimiento

  1. Ayer me disponía a pasar un día tranquilo, sin proyectos, sin prisas, sin nietos. ¡perfecto! Se me ocurre entrar en tu página y, como siempre, leo y absorbo y pienso y, por si fuera poco, terminas con un estimulante ¿qué significa todo eso?.
    Muy bien, se acabó la pereza intelectual.
    Ya me gustaría tener un atisbo de respuesta original y a la vez, sensata pero solamente se me ocurren obviedades.
    Creo que, como siempre, el escollo para entender o ver un poco «más allá» está en las limitaciones que nos impone nuestro propio pensamiento antropocéntrico.
    Por ejemplo, ante una gran extinción, de esas que presumiblemente acabaría con casi el 100% de la vida en la tierra, en realidad sobrevivirían más de un 80% de las especies vivas. El problema radica en que estas especies son desconocidas, ni siquiera las catalogamos como tales, y por tanto, decimos que la vida terminaría. Y sin duda así sería para nosotros, pues se trata de la nuestra, la única que realmente nos importa en nuestro minúsculo microcosmos.
    Porqué ¿acaso podemos imaginar siquiera, volver a ser energía cósmica y reaparecer en otros mundos del Universo, a millones de años luz, en otras extrañas estructuras sin saber si tendremos una especie de alma que nos permita entender, sentir, crear, esperar….
    Nacimiento y muerte, o, simplemente cambio.
    La gran pregunta supongo que continua siendo: la misma ¿Hay una causa superior origen de este infinito proceso, y si es así, cual es la finalidad de este caos organizado?
    Y sí, tienes razón, tendemos a reflexionar mayoritariamente sobre la muerte, será por la turbadora incógnita que nunca resolveremos. En cambio en el nacimiento sucede lo contrario. De la vulnerabilidad inicial pronto tenemos un ser cuya principal característica es su facilidad para aprender y por grandes que sean los misterios de sus genes, no nos inquietan demasiado, porque podemos ejercer un control, y enseñarle y manipularle si es preciso, pues este nuevo ser y solamente él es nuestra única esperanza de futuro.

    • antoniopriante
      antoniopriante

      Me temo, Eugenia, que nunca sabremos lo que de verdad nos importa. Podemos plantear todas las preguntas…sobre cuestiones que no tienen respuesta. Y si la tienen es casi seguro que no la conoceremos.

  2. «Es larga la vida si de ella sabes hacer un buen empleo» (Séneca).
    La maxima barroca del «tempus fugit» no refleja un criterio pesimista,es una especulación intelectual,en el sentido que la reflexión tanatológica lleva a estimar mejor el valor del tiempo y de lo que tenemos por fundamental en la vida.

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