Por qué se escribe. Destino o libre albedrío (A.E.P. s.e. 4)

EGO.- Puedes estás seguro, Alter, que si un día te dedicas en serio a la literatura y alcanzas cierto nombre, algún entrevistador,  posiblemente más de uno, dejará caer la inevitable pregunta. «Usted ¿por qué escribe?» O quizá en forma finalista “usted ¿para qué escribe?”. Pero que caerá, seguro.

entrevista escritorALTER.- ¿Quieres decir que ya tengo que empezar a preparar la respuesta?

EGO. – No estaría de más. ¿A ver? Probemos. Tú ¿por qué escribes?

ALTER.- Un momento, un momento. No pretendas liarme. Aquí el escritor eres tú. Y seguro que ya tienes preparada la respuesta. Vamos, suéltala. Tú ¿por qué escribes? O si prefieres ¿para qué escribes?

EGO. – Te recuerdo que yo no soy el sujeto de todas las cuestiones que se plantean aquí. Esto no es una entrevista o reportaje sobre mi persona. Además, se trata de una pregunta que admite cualquier tipo de destinatario, siempre que sea escritor, naturalmente.

ALTER.- Pero las respuestas serán distintas, según el preguntado.

EGO.- ¿Y qué? El problema no está en las respuestas sino en la pregunta. Y es que preguntar a un escritor, de los de verdad, por qué escribe es como preguntar a un niño por qué juega.

ALTER.- ¿Quieres decir que se trata de algo natural, irracional, irreprimible? Pues yo recuerdo haber oído algunas respuestas con razonamientos bien argumentados y muy creíbles.

EGO.- Yo también. Pero tengo la impresión de que esas respuestas son en realidad justificaciones a posteriori de algo que, en sí mismo, ni tiene justificación ni tiene por qué tenerla.

ALTER.- Por ejemplo…

EGO. – Entre las más sensatas oídas o leídas en entrevistas: para crear mundos distintos, porque el real no es suficiente; para ser otro; para luchar contra la muerte; para satisfacer la propia vanidad… y así hasta las más pedestres e inverosímiles, como para hacerse famoso o para hacerse rico.

ALTER.- ¿Y qué tienen de malo esas respuestas? ¿No responden a lo que piensa el escritor en cuestión?

EGO.- Por supuesto, a lo que piensa como justificación o explicación de su actividad. Es lo que te decía antes. Y es que todas esas respuestas no nos informan sobre las razones o causas reales de que una persona se ponga a escribir manejando mundos más o menos reales o imaginarios.

ALTER.-¿Y sabes tú cuáles son esas razones o causas reales?

EGO.- Bueno, aquí hay que distinguir entre la causa eficiente y la final, aristotélicamente hablando. La causa final de la actividad literaria la puede elegir cada cual a su gusto, por ejemplo, entre las que antes he mencionado. Pero la causa eficiente, el porqué, nadie la conoce, ni el propio escritor interpelado, por mucho que pontifique sobre sí mismo, y ni siquiera el crítico o psicólogo que lo estudia; acabo de leer la opinión de un psicólogo sobre las razones de Kafka: escribía para contrariar a su padre. ¿Qué te parece? ¡Asunto zanjado!… ¿Sabes qué te digo? Que en realidad ningún escritor sabe por qué ni para qué escribe, y es que los impulsos básicos que dirigen la trayectoria vital de las personas permanecen siempre fuera del foco de la conciencia.

ALTER.- Me gusta esa frase. Traducida al lenguaje normal, quiere decir que uno no sabe por qué se dedica a escribir, que es su destino y punto, ¿no?

EGO.- Bueno, es otra manera de decirlo.

ALTER.- Ego, ¿tú crees en el destino?

EGO.- No me gusta nada esa manera de preguntar.

ALTER.- Perdona, maestro, he hecho una pregunta como otra cualquiera, educadamente…

EGO.- Disculpa, no va contigo la cosa, sino en general. Me molesta esa manera de preguntar, porque es generadora de confusión. ¿Crees en el destino? ¿Crees en el amor? ¿Crees en la inspiración? ¿Crees en la política? ¿Acaso estamos obligados a contestar con un sí o un no? El destino, el amor, la inspiración, la política, la libertad, la amistad, la educación, la ciencia, el arte, la experiencia, ¿son artículos de fe, son códigos cerrados que hay que aceptar o rechazar de una vez por todas? No he visto mayor absurdo. Y sin embargo, son muchos los que, de buenas a primeras, se apuntan a un sí o a un no sin distingos ni matices.

ALTER.- De acuerdo. De todos modos, me gustaría oír tu opinión sobre el tema que te he propuesto tan groseramente. O sea, si tienes algo que decir sobre eso que se comenta por ahí de que hay una fuerza llamada destino, que guía inexorablemente nuestra vida o sobre eso otro de que no existe tal fuerza y que todo depende de la libre decisión de cada cual.

EGO.- Como circunloquio te ha salido bastante forzado y poco elegante, pero, bueno, aprecio el esfuerzo. Para los antiguos griegos y romanos el destino era una evidencia. No se puede afirmar que “creían” en él: lo tenían ahí. Como no se puede decir que uno cree en el sol. Séneca resume perfectamente esta actitud al hacer suya una sentencia de uno de los antiguos sabios griegos: ducunt volentem fata, nolentem trahunt, el destino conduce al que quiere y arrastra al que no quiere. En la Edad Media, con el cristianismo, el destino desapareció del horizonte y sus funciones pasaron a ser ejercidas, en parte, por el Dios único. Y digo en parte, porque los teólogos elaboraron un extraño y difícil equilibrio entre la Providencia Divina y el libre albedrío. Más adelante, con la modernidad, se fue insistiendo en la soberana e indeterminada libertad del individuo, tendencia que culminó en el delirio existencialista. Pero, al mismo tiempo, los descubrimientos de la ciencia, al ponerlo todo bajo el mecanismo de la causalidad, abrían la sospecha de si el ser humano no sería un elemento más de la naturaleza sujeto a causas (que él llama motivos) y efectos y, por lo tanto, que todo estaría ya escrito en el código genético con que cada cual se presenta al mundo, de manera que, dadas unas circunstancias concretas y el carácter congénito del individuo, éste no podría tomar otra decisión que la que toma.

ALTER.- Entonces, del libre albedrío, nada de nada.

EGO.- Bueno, siempre hay esperanza para el que la desea. Y así muchos pensadores han encontrado en la física cuántica un nuevo apoyo para reforzar la postura antideterminista, pues el baile incontrolado, imprevisible, de las partículas elementales, el principio de incertidumbre o indeterminación y todo eso corrobora, según ellos, la libertad radical con que se mueve el universo y la conciencia humana.

ALTER.- A ver, a ver si he entendido algo… Libertad radical con que se mueve… pero eso supondría la imposibilidad de establecer leyes y por lo tanto del conocimiento científico.

EGO. – En efecto. Einstein, con su enorme sentido común lo vio muy claro: Dios no juega a los dados.

ALTER.- Ego, no te molestes, pero la conclusión que yo saco de todo esto es que, para ti, bajo una u otra forma, el destino existe.

EGO.- ¿Existe? ¿Qué significa “existe” cuando hablamos de ideas o conceptos? En este campo existe todo lo que se percibe como existente.

ALTER.- Como también el libre albedrío, entonces. Para sus defensores.

EGO.- Por supuesto. El problema que tengo con el concepto de libre albedrío es que no sé qué entienden exactamente por tal sus defensores. ¿El poder de tomar decisiones con desconexión total de lo que constituye el animal humano, desde la carga genética hasta el ambiente en que nace y vive? Eso es algo imposible, a no ser que nos refiramos a alguna especie de ser angélico. Y es curioso que, incluso los más acérrimos defensores del libre albedrío prescinden de su doctrina cuando se trata de enjuiciar a los demás. Por ejemplo, saben muy bien que, en una situación determinada, el individuo tal, dado su carácter, historia y todo lo que conocemos de él, actuará de una forma concreta y no de otra. Solo él, el que enjuicia, se cree capaz de decidir con libertad absoluta…

ALTER.- Como un ser angélico.

EGO.- Sí, como un angelito.

(De Alter, Ego y el plan)

4 comentarios

Archivado bajo Opus meum

4 Respuestas a “Por qué se escribe. Destino o libre albedrío (A.E.P. s.e. 4)

  1. El libre albedrío ¿una ilusión…o una desilusión?. Depende.

  2. Soy consciente que no siempre transmito con claridad ni, desde luego, con sensibilidad, mis opiniones a tus comentarios y a los consiguientes planteamientos filosóficos que siempre aparecen como tu mejor señal de identidad. Me pregunto si no sería mejor, más discreto, más elegante, permanecer calladita y escuchar (leer) y aprender y interiorizar la esencia de estas divagaciones como si ya formaran parte de mi propio pensamiento. No obstante me resisto, pues la exquisita discreción nunca ha sido una cualidad mía por mucho que la admire, y me cuesta permanecer en silencio cuando un tema me interesa (será ese ego histriónico y narcisista del que me cuesta desprender).
    Sea como sea, quería decirte que en aquella tertulia de literatura en la que participaste fugazmente pero dejando hondo recuerdo, este mes, vamos a comentar «El balcón en invierno» de Luis Landero. En el primer capítulo, el autor se plantea con maravillosa lucidez, y en un estado entre semi ansioso y depresivo, el porqué escribir, hasta cuando, a quien le interesa, donde está «la vida» si en la ficción de sus novelas o en el mundo exterior tan ajeno a él. Es un capítulo precioso y a mi se me ha ocurrido, en un alarde de cara dura, recurrir a los múltiples textos que tienes publicados sobre este tema, principalmente en «Alter, Ego y el Plan» aunque con la noble intención de mencionarte a cada paso. Aunque mucho mejor sería contar contigo in person.
    Acabo de leer el capítulo de Mundo, demonio y Fausto y no me deja entrar en comentarios (ves, no tengo remedio), pero si que he podido entrar en el enlace y … en ello estoy….

    • antoniopriante
      antoniopriante

      Cada cual ha de dar lo suyo, Eugenia. Si lo tuyo es no ser calladita, no te calles. Lo primero que se agradece a los que no se callan es que no digan tonterías. En tu caso no hay problema. Debe de ser interesante el capítulo del libro de Landero que mencionas, procuraré leerlo. Y aún quedan días para pensar en lo de la tertulia…

  3. El ejercicio de libre elección o de toma de decisiones de forma absolutamente desvinculada de cualquier condicionante, parece imposible. Seria un ejercicio de creación surgido de la nada y eso creo que no nos corresponde a los humanos.
    Somos un cuerpo que, hasta el momento, depende de una serie de funciones e intercambios con el exterior para continuar existiendo (aún teniendo en cuenta el concepto «existir»). Además somos una mente compleja con un entramado de ideas que se tuercen y retuercen formando nuevas ideas debido a la intromisión de estimulos que asimismo nos modifican desde el exterior; Además, en base a nuestra memoria genética, social, y quizá más importante aún, a nuestra memoria vivencial, forjamos una realidad subjetiva que nos induce a relacionarnos, a sentir, pensar, decidir de determinada manera. Asi pués, aunque cada uno es único e irrepetible, a la vez, somos el resultado de un cúmulo de causas que convierten nuestro libre albedrío en algo menos libre.
    Seria interesante saber como se comportaría un grupo de humanos de diferentes procedencias, aislados individual y sensorialmente desde su nacimiento a los que, pasados los años, les abrieran las compuertas de sus encierros. Actuaría cada uno de forma diferente?. Sucumbirían todos? Serian incapaces de asumir una realidad externa o algunos empezarian a adaptarse?. No se, me parece una historia surrealista y macabra que no me gusta ni siquiera imaginar. Lo de jugar al Dr. Frankenstein lo dejamos para las pelis, yo prefiero quedarme con las preguntas, las dudas, las conversaciones con amigos….eso sí es esencialmente humano, el hallar respuestas finales y absolutas, ni sabemos, ni podemos ni creo que realmente existan, y menos como tu dices en forma de dicotomía, más que en las mentes algo infantiles.

Responder a antonioprianteCancelar respuesta