Arte, fama, posteridad

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arte nerudaEGO. – … ¿sabes que es un buen tema para empezar? ¿Existe un plan o es todo azar? Tú te inclinas por lo primero, ¿no?

ALTER.- Me inclino, esa es la palabra. Pero, a decir verdad, no lo tengo nada claro. Y tú, ¿qué crees?

EGO.- Los escritores, los creadores no creemos; creamos.

ALTER.- Pero lo que creáis se basará en unas creencias…

EGO.- No, se basa en unas realidades: el mundo-objeto y el autor-sujeto. Si el autor sabe aplicar con la técnica adecuada todo su ser al mundo-objeto, del que él como persona también forma parte, surgirá la obra de arte, sin necesidad de ninguna creencia explícita.

ALTER.- ¿Piensas entonces que las creencias, la ideología, es perjudicial para la creación?

EGO.- Más que perjudicial, es superflua. Todos conocemos casos de auténticos genios, que han hecho gala de unas ideas políticas, sociales o filosóficas de lo más pintoresco, de lo más aberrante, si se las compara con su obra artística. ¿Qué sentido tiene decir que Goethe era un reaccionario (que, por cierto, no lo era tanto como dicen)? ¿O que Neruda era un comunista estalinista? Ambos son cimas de la poesía universal. Es como si la ideología surgiera de una pequeñita zona de la corteza cerebral, ajena por completo al profundo centro creador. Por eso digo que, para el auténtico artista, las creencias son superfluas.

ALTER.- Tengo la impresión de que reservas para el artista un estatuto especial, que no lo consideras una persona como las demás, que lo sitúas, por así decirlo, por encima del bien y del mal.

EGO.- En cuanto artista, sí; en cuanto persona, no.

ALTER.- Explícate. ¿Cómo se puede distinguir en un mismo individuo la persona del artista?

EGO.- Fácil. La persona es ese individuo, sujeto de deberes y derechos, que, como todo el mundo, debe someterse al imperio de la ley. El artista es ese mismo individuo, que, en cuanto productor de obras de arte, no debe estar sometido a ninguna ley externa; de sus obras sólo es responsable ante sí mismo y ante la posteridad.

ALTER,- ¿Sólo ante la posteridad? ¿Y sus contemporáneos?

EGO.- El juicio de los contemporáneos es siempre aproximado y provisional, cuando no francamente erróneo. El contemporáneo carece de los elementos necesarios para juzgar su propia época, sobre todo el arte de su época. No hace falta que te ponga ejemplos.

ALTER.- Sí, sí hace falta.

EGO.- ¿Te suenan los nombres de Pedro Mata, Vargas Vila o Blasco Ibáñez?

ALTER.- Este último sí.

EGO.- Es el que mejor ha aguantado. Pero ten en cuenta que, en su época, Blasco Ibáñez era considerado el número uno de la novelística hispánica y uno de los primeros de la mundial y, ahora, ya ves… Sí, Alter, créeme, el paso del tiempo acaba por colocar todo en su lugar.

ALTER.- Quieres decir que, de los grandes escritores de hoy…

EGO.- Sí, quiero decir que a la inmensa mayoría de esos «grandes escritores» de hoy les aguarda el mismo destino de los antes mencionados. Puedes estar seguro que, de aquí a unas décadas, nombres que ahora suenan como el no va más de la literatura resultarán tan exóticos como hoy los de Pedro Mata o Vargas Vila.

ALTER. – Y que, en cambio, otros hoy apenas conocidos empezarán a cotizar alto.

EGO.- Puedes estar seguro.

ALTER.- ¿Te atreverías a apostar por alguien?

EGO.- No, no olvides que yo también soy contemporáneo.

ALTER.- No sé…creo que exageras.

EGO.- ¿Que exagero?

ALTER.- Sí, en eso de la incapacidad de los contemporáneos para valorar las obras de su tiempo. Piensa que ha habido casos de escritores que alcanzaron el favor popular en su tiempo y que, luego, la posteridad los ha confirmado como auténticos genios.

EGO.- Sí, ha habido casos, seguramente. Quizás Cervantes…el Quijote fue en su tiempo un auténtico best-seller…Pero no, ese caso no cuenta.

ALTER.- ¿Cómo que no cuenta? Eso es hacer trampa.

EGO.- No cuenta, porque lo de Cervantes y el Quijote es la historia de un malentendido. El lector de la época se equivocó, como siempre, pero de otra manera. Tomó el Quijote como una novela cómica y se rió de lo lindo…eso es todo. Tuvieron que llegar los románticos alemanes para que se descubriera lo que de verdad es el Quijote, es decir, tuvo que llegar la posteridad para que la obra quedara situada en el lugar debido.

ALTER.- ¿Y Goethe? ¿Qué me dices de Goethe? ¿Tampoco cuenta?

EGO.- De acuerdo, ése sí es un caso, y un caso excepcional o, si quieres, el más significativo de los casos excepcionales que pueda haber. Pero el mérito no estuvo en el público, sino en el autor. Con su Werther, que es la obra que le dio fama inmediata en toda Europa, el genio de Goethe consiguió conectar de una manera tan profunda y eficaz con las tendencias apenas expresadas de la época que forzosamente el público contemporáneo se le tuvo que rendir, el mismo público, por cierto, que, borrado el nombre del autor, no hubiera sabido apreciar el noventa por ciento del resto de la obra de Goethe, incluida, por supuesto, la segunda parte de Fausto.

ALTER.- De todos modos, yo creo que los escritores, incluidos los grandes, han escrito siempre para su tiempo. Lo de la posteridad lo verían, sobre todo los románticos, como un último recurso: «si no me comprende el presente, ya me comprenderá y glorificará el futuro», o algo así.

EGO.- Por supuesto. Todo escritor escribe para sus contemporáneos y aspira a ser reconocido por ellos. Y, como muy bien dices, lo de la gloria del futuro es una especie de consuelo que está al alcance de cualquiera.

ALTER.- Pero estábamos en que, según tú, el artista en cuanto tal se sitúa sobre el común de los mortales, porque su obra no debe someterse a ninguna ley. Pero yo me pregunto ¿por qué este privilegio? Todos los profesionales han de ajustar su actividad a unas normas, ¿por qué no el escritor? ¿Acaso no hay lecturas que destilan veneno y lecturas que pueden hacer que se desmorone todo el edificio de una personalidad?

EGO.- Gran poder otorgas a la literatura…Pero la verdad es que has tocado un tema muy delicado ¿Es el artista responsable del bien o el mal, individual o social, que pueden seguirse de sus obras? Primero de todo hay que aclarar que el arte, al menos en literatura, es sustancialmente ficción. De manera que la persona que no sepa distinguir la ficción de la realidad está totalmente incapacitada para el disfrute del arte. Una persona normal, desde los seis o siete años de edad, sabe distinguir la realidad de la ficción…aunque te sorprenderías de la cantidad de personas anormales que circulan por ahí: es frecuente el caso de que el actor intérprete del «malo» en una serie televisiva sea insultado y hasta agredido por la calle. Ante esto, el arte no tiene nada que hacer ni que decir. Ya no se trata de si una obra puede o no dañar a esas personas. Están dañadas del todo; no vale la pena tenerlas en cuenta.

ALTER.- Siempre ha existido esa clase de gente, no sé si primaria o enferma mental. Son como el loco don Quijote, cuando arremete contra los muñecos de un guiñol porque los toma por personas reales. Pero yo me refería…

EGO.- A la responsabilidad del escritor por la influencia que pueda ejercer en sus lectores, digamos, normales. Para empezar has de tener en cuenta que esa presunta responsabilidad se da en todas las personas y en todos los ámbitos, y con frecuencia de forma más directa e inequívoca que en la literatura. Piensa en el amigo que aconseja a un amigo, en el juez que sentencia sobre tu vida y tus bienes, el político, el jefe de una secta o iglesia, el militar…Cuenta Goethe que un obispo le preguntó si no tenía remordimientos por los suicidios que había provocado la lectura de Werther, y que él le contestó que se sentía con el mismo derecho que el general que manda a tantos hombres a la muerte. Esto no era más que una boutade, por supuesto. En realidad Goethe pensaba, y así lo expresó en otro momento, que el que se suicidaba tras la lectura de Werther no era más que un enfermo que de todos modos se habría suicidado. Pero volvamos a los «normales» y prescindamos de una vez de paranoicos, suicidas vocacionales, etcétera. Una obra de arte siempre tiene efectos beneficiosos, y cuando digo siempre quiero decir siempre, y cuando digo obra de arte quiero decir obra de arte. No importa que el asunto sea triste, terrible o «negativo»; el efecto siempre será enriquecedor, ennoblecedor. Aún hoy no me explico la honda y agradable impresión que me produjo la lectura de La Cartuja de Parma, novela más bien melancólica y de final infeliz.

ALTER.- Eso mismo me ocurre con el cine. En ocasiones, muy raras por cierto, he visto alguna película de contenido francamente triste, desesperanzado y sin ningún mensaje positivo manifiesto, y sin embargo he salido de la sala emocionado, confortado y con un estado de ánimo rayano en la euforia.

EGO.- En esos casos, puedes estar seguro de que has contemplado una obra de arte. Porque la clave de la solución del problema consistente en saber qué es y qué no es una obra de arte nos la da la cita evangélica: «por sus frutos los conoceréis». No importa lo que pontifiquen los críticos o lo que imponga la moda. Si no se produce la catarsis, que es ese efecto de purificación espiritual que hemos apuntado, no hay obra de arte.

   (De Alter, Ego y el plan)

5 comentarios

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5 Respuestas a “Arte, fama, posteridad

  1. Muy interesante el dialogo. A mi, la única duda que me surge en esto del arte, la fama y la posteridad es ¿quién decide que es una obra de arte? ¿Cómo llega un libro, por ejemplo, a quedar bendecido con la inmortalidad para el resto de los días? ¿Puede un libro maravilloso quedar en el olvido porque a los arbitros de la gloria no les ha gustado o porque, simplemente no lo han leido?

  2. Respecto al arte, sí. Pero no con el artista. Éste no es más que un «medium». El mejor artista es el que mejor transmite la realidad. De tal forma que el espectador puede encontrar toda su pluralidad reflejada. El peor artista es el que influye con su ideología sobre la misma realidad, destacando unos aspectos y ocultando otros. El genio no crea libremente, deja pasar a través suyo la foto, o imagen, del mundo que observa.

    • antoniopriante
      antoniopriante

      Creo que estamos de acuerdo… siempre que coincidamos en lo que se entiende por «realidad».

    • Con todo el gran respeto siempre posible en el desacuerdo, me atrevo a afirmar que lo que dice usted es erróneo, al menos, parcialmente. No podemos separar al artista de la obra ni esperar una realidad fruto de ella como tal, pura y objetiva. Al artista, para hacer el arte del que usted habla, el que refleja su época y sus gentes, sus vicios y virtudes, el que dibuja la realidad, se le debe permitir el autorretrato aun inconsiente, y cualquier intento de evadir este hecho lo acercará más al oficio de historiador que al arte mismo, siendo que ni el historiador puede evitar poner parte de sí en la forma de escribir historia. Hacer arte es lo más humano y lo menos y más real; el arte se apoya en el engaño de los sentidos y, a su vez, en lo más verdadero: la esencia humana, la emoción, y no tanto la razón. Razonar excesivamente es un mal contemporáneo, tanto como el rechazo de lo propiamente irracional. Los sentidos florecen en el arte y son los que, de hecho, subyugan a la razón y no al contrario. La ralidad es corruptible y tan falsa como se nos muestra, ¿para qué tratar de representar lo imposible? Sólo se formará una ridícula y banal caricatura de lo inalcanzable. El artista retrata la realidad porque él le pertenece, él es lo real, y otros se ven representados en el arte porque la obra ajena la hacen propia, no porque ésta no tenga conexión con el creador. Nunca el buen artista podrá ser rebajado a un simple intermediario. El artista que siente su obra retrata una distorsión inevitable; el artista separado de su obra tan sólo un paraje frío y sin un sentido superior al anecdótico en lo que al arte se refiere.

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