La máquina del doctor Kusev II

Como movido por un resorte, Aurelio se levantó de la butaca, salió de la salita, y en unos instantes regresó con una libreta en las manos. Se sentó, y la hojeó rápidamente.

 -Te veo nervioso – dijo Fernando – ¿Vas a leerme ahora el argumento de una novela?

-No te preocupes. Precisamente para no lastimar tu paciencia estoy buscando el resumen de mis investigaciones…aquí, aquí está. Félix e Irene, casados, unos cincuenta años. Él es ingeniero. Todos los días va en coche a la ciudad a trabajar, veinte kilómetros, ya sabes. Ella es pintora, bastante conocida. Apenas sale de casa. El viernes 18 por la tarde estuvieron en la casa del doctor Kusev. El lunes 21 a las siete y media de la mañana, él baja como de costumbre al garaje, pero en vez de dirigirse al coche, coge una escopeta de caza, la carga, sube a la habitación y dispara a bocajarro sobre la cabeza de Irene, que aún duerme. Prisca, sesenta y cinco años, vive con su padre Mauro, de noventa, pero muy bien conservado. Ella trabaja en la guardería del pueblo y acaba de jubilarse. El sábado 19 por la tarde Prisca va sola a casa del doctor Kusev. A las siete de la tarde del 21, lunes, propina un pudding de pastillas a su padre, que se queda frito. Enseguida llama a la policía y confiesa. Marcelo, cuarenta y cuatro años, dueño de la pastelería, el sábado 19 por la tarde visita al doctor Kusev. El martes 22 por la mañana aparece colgado de una viga del obrador. Fabián, sesenta y cinco años, granjero. El domingo 20 por la tarde visita al doctor Kusev. El miércoles 23 al mediodía, conduciendo en dirección contraria, se estrella contra un camión de cerdos… ¿Qué te parece?

– ¿Ya está? ¿Y el desaparecido?

– No tengo bastantes datos. Pero es igual. ¿No es suficiente?

– No has contestado a mi pregunta. ¿Cómo sabes que esas personas estuvieron ahí esos días?

– Fuentes diversas. Inés y Félix me lo dijeron personalmente, aquí mismo, dos días antes de la visita. Prisca dejó una nota para su padre. Marcelo, el pastelero, dejó dicho a la dependienta adónde iba. Fabián tenía el coche ante la casa de Kusev el domingo por la tarde, yo mismo lo vi en mi paseo diario.

Aurelio cerró la libreta. Respiró hondo como para calmar la agitación que había acompañado a sus palabras.

– Calma, Holmes, calma – dijo Fernando -, que no te va en ello la vida. Bien, ya tenemos probadas las visitas. Pero falta lo fundamental. En el caso de que haya una relación de causa-efecto entre lo que pasó en cada visita a Kusev y la tragedia correspondiente, ¿cómo puede saberse qué fue lo que pasó? Los asesinos están en la cárcel, sin que por cierto nadie de ellos haya mencionado el hecho de las visitas, ¿no? Los muertos no creo que hablen, y el doctor Kusev imagino que tampoco.

– O sí.

– Ah, vale, pues pregúntaselo. ¿Crees de verdad que Kusev estará dispuesto a ofrecerse como posible cómplice o instigador o inductor o desencadenante o lo que sea de todas esas muertes?

– Sí, si voy a verle…

– ¿Cómo dices? ¿A su casa?

– Mañana voy a visitarle, ya hemos quedado.

– ¡Tú estás loco!

– No, sólo observo, investigo…

– ¡Tú estás loco! Si eso lo dijera yo, que veo todo este embrollo…con cierto escepticismo, perdona que te lo diga, tendría un pase. Pero tú, precisamente tú, que estás convencido de que existe esa relación siniestra… ¿de verdad eres capaz?

– Mira, después de todas estas investigaciones – recorrió con el dedo las hojas de la libreta como un hábil jugador los naipes de una baraja -, después de las horas y horas que he ido observando, anotando, deduciendo, montando hipótesis, desmontándolas para montar otras nuevas, después de todo ese trabajo que me ha ocupado mes y medio sin descanso, después de todo eso, ¿crees que voy a detenerme ante el corazón del enigma?

– Supongo que tienes presente la posibilidad de…malas consecuencias para ti.

– Yo no correré ningún peligro.

– Ah, tú no, y los demás sí. ¿Cómo es eso? ¿Tan especial te crees?

– Especial no, prevenido. Aquellas personas no sabían que se exponían a algo terrible. Yo lo sé, y no caeré en ninguna trampa.

– Quieres decir que no aceptarás ni un café…

– Ni un vaso de agua. Tengo pensada una gastritis, con alguna visita al baño incluida…ya ves, más territorio para investigar.

– En fin, tú mismo – Fernando consultó el reloj -. Me he de ir. Ya me comunicarás el resultado de tus pesquisas. Mejor por correo.

– Sí, a distancia, no te preocupes. (continúa)

(De Fantasías a la manera de Hoffmann)

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