Constance, esposa de Wilde

constance wildeHe mencionado a Constance, la esposa, y debía haberlo hecho con mayor frecuencia, porque en esta historia tiene un papel fundamental, incluso por sus ausencias y silencios. Y es que se ha de reconocer que el destino la situó en una posición imposible. Un biógrafo escribe: “Constance no fue capaz de entender a su marido, pero siempre se había mostrado bondadosa con él…” ¿Que Constance no fue capaz de entender a Oscar? Vayamos por partes.

Constance no pertenecía al tipo clásico de señora burguesa de la sociedad victoriana. Irlandesa como el marido, estaba más próxima a la suegra que a él en su sentimiento nacionalista; escribió cuentos infantiles – dicen que El gigante egoísta le debe tanto a ella como al famoso escritor -, participó en cierto movimiento estético para la renovación del gusto en la decoración y en el vestido; se interesó por los primeros movimientos feministas y por el incipiente socialismo fabiano, incluso es posible que influyera en la redacción del célebre ensayo de Wilde sobre el asunto… Quizá el biógrafo aludido estuviese pensando precisamente en esta actitud abierta y poco convencional de Constance para reprocharle que no entendiera, además, la particular deriva del marido. Pero es que la vida no funciona como las matemáticas, quiero decir, que en ella los mismos factores no siempre dan el mismo producto.

Se trata, como casi siempre, de imaginar. Una mujer – todo lo abierta y cultivada que se quiera – se enamora de un hombre maravilloso, apuesto, brillante, artista admirado por todos los públicos y estrella de la mejor sociedad; se casa con ese hombre, que además la ama y la obsequia con toda clase de atenciones; juntos fundan un hogar que es un modelo de elegancia y felicidad para todo Londres; tiene dos hijos, a los que él adora por encima de todo. Algo cambia después del nacimiento del segundo, es cierto, pero nada importante; él está cada vez más ausente, siempre con amigos – casi todos jóvenes – arriba y abajo. Pasa temporadas fuera del hogar; la pasión conyugal remite, suele ocurrir, pero el amor verdadero se mantiene, piensa… Y de pronto, ese hombre maravilloso es detenido, juzgado, esposado, expuesto a la vergüenza pública, encarcelado y proscrito para siempre de la sociedad, culpable de un “delito” que ni ella, ni probablemente ninguna mujer de aquella época y sociedad, podía entender. ¿Cómo pretender entonces que entienda al “delincuente”? Lo normal era que pensase que aquel hombre la había estado engañando toda la vida o que, de repente, se había convertido en un monstruo, y que cortase toda relación. Y, sin embargo, tal como reconoce el biógrafo, no dejó de mostrarse bondadosa con él.

Lo visitó en la cárcel para comunicarle personalmente la muerte de su madre, y así evitar que recibiese la triste noticia por los carceleros; instalada en Génova con sus hijos, le envió dinero periódica y puntualmente con la condición de que no volviese a ver a Bosie, y cuando se enteró del incumplimiento de la condición… siguió con los envíos, pero a través de Robert Ross, previo el compromiso de éste de no delatar la procedencia.

Constance murió al poco tiempo, a los cuarenta años, en Génova. Nadie es quién para juzgar su conducta, ni su capacidad de comprensión. Ahí están los hechos. 

 (De Ovidio y Wilde, dos vidas paralelas)

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