No hay en la vida ninguna situación tan mala que no pueda empeorar. El año 1811 no se presentó con buenas perspectivas. Por una serie de coincidencias, sus buenos amigos y amigas desaparecieron del horizonte, la revista berlinesa dio los últimos estertores a manos de la censura, la necesidad de sobrevivir le impulsó a mendigar la readmisión en el ejército, pero, antes de que ésta y otras súplicas similares encaminadas a obtener un empleo tuviesen respuesta, lo peor abrió sus negras fauces.
En septiembre visitó a su familia en Frankfurt del Oder. Allí tuvo que oir de sus dos hermanas lo que no quería decirse a sí mismo: eres un fracasado, Heinrich, no sirves para nada; has desaprovechado todas las oportunidades que has tenido de prosperar en el ejército o en la administración, y total, ¿para qué? Tus escritos no interesan a nadie; no tienes sentido de la responsabilidad, ni contigo ni con tu familia; has conseguido que nos avergoncemos de ti, Heinrich, eres un inútil, un fracasado.
Llamar a una persona, a cualquier persona, “inútil” o “fracasado” siempre es un crimen. Pero
Entonces fue dando forma a la vaga idea que, ya hacía tiempo, le andaba rondando: acabar con todo, terminar. Pero no quería partir sólo. Al final, encontró lo que buscaba: un alma sensible y también desesperada. Se llamaba Henriette Vogel, estaba casada, no era bella y
Cuenta Adam Müller que, a la mañana siguiente, salieron a dar un paseo y se hicieron servir unas tazas de café al lado mismo del lago. Poco después se oyeron unas detonaciones. Kleist había disparado a Henriette en el pecho, y después a sí mismo en la boca.
No estaban enamorados. No fue un suicidio romántico en el sentido trivial del término. Y quizá tampoco en su sentido propio. Eran criaturas condenadas, a las que la vida negaba el derecho de continuar. Desahuciadas. Ella, por la enfermedad del cuerpo; él, por la enfermedad del alma, pero sobre todo, por la infinita mediocridad que gobierna el mundo.
Kleist murió en tiempos de Napoleon. Napoleon podía ser muchas cosas, pero de mediocre no tenia nada.
Cierto, de mediocre no tenía nada, y el mundo no se lo perdonó. De todos modos, en política más vale un mediocre que un iluminado.
Y sí, naturalmente, mediocritas imperatrix mundi! No en el sentido horaciano, claro, que es más afín al schopenhaueriano. A propósito: nunca me ha terminado de cerrar el ensalzamiento de la compasión, por un lado, y la visión aristocrática de la sociedad por el otro.
No veo la contradicción. Piensa que la compasión siempre se ejerce desde arriba del compadecido.
Tienes razón, Antonio, ya que de lo contrario, podría decirse que no habría ocasión de la compasión. Una vuelta de tuerca adicional merece el cristianismo apiadándose de los poderosos de la tierra, aunque finalmente termina siendo más de lo mismo. Nietzsche entendía este fenómeno como «inversión de valores».
En realidad, yo me refería a que Schopenhauer proclama la compasión como fundamento de la moral y, dentro de su misma filosofía —dejando de lado ya su vida privada— trata bastante mal a la turba ignorante y a los que, según su criterio, son menos dotados intelectualmente.
Siempre es un rudo cuando alguien te dice que no sirves para una mi####
El epitafio de von Kleist es la perfecta continuidad del tema precedente:
«Vivió, cantó y sufrió
en tiempos más turbios y difíciles;
buscó aquí la muerte
y encontró inmortalidad.»
Borges refiere que a Juan Crisóstomo Lafinur «le tocaron, como a todos los hombres, malos tiempos en que vivir.» (Otras inquisiciones, «Nueva refutación del tiempo», nota preliminar).
Hay seres, extraños seres supuestamente humanos, perfectamente enfundados en su tiempo y orondos en este se desenvuelven. A Schopenhauer le podía mas la rabia por la mediocridad circundante – creo q ni hacer bien las digestiones del chucrut le permitía- q la compasión vedanta.