Intelectual devorado por la política I

Llamo aquí intelectual a aquella persona en la que prima la meditación sobre la ejecución, el pensamiento sobre la acción. Por lo general, estas personas suelen cultivar la filosofía o las ciencias sociales y sus aledaños, pero también la literatura o el periodismo. Y cuando meditan pensadorsobre la sociedad no solo la explican y la analizan, sino que además suelen proponer remedios. Lo malo – para ellas, se entiende – es cuando se lanzan a la arena para participar activamente en las lides políticas. Más que malo, mortal de necesidad. Tanto en el sentido figurado como – sobre todo en la antigüedad – en el literal.

Tengo una pequeña lista de ejemplos para demostrar o, mejor dicho, para mostrar – aquí no hay que demostrar nada – que el peor negocio que puede hacer un intelectual es meterse a político. Van desde la antigüedad romana hasta nuestros días. Y casualmente, o no,  algunos son protagonistas de novelas mías.

No se puede decir que Cicerón fuese un intelectual puro. Como buen romano de la época, aspiraba a participar en la gestión de la cosa pública. Y en ello empleó la vida, empezando por la abogacía y llegando a ostentar el consulado, especie de presidencia (dual) de la república. Pero siempre fue con la teoría por delante. Cierto que los vaivenes de la política real le obligaban de vez en cuando a inesperadas mudanzas, pero no menos cierto que nunca abdicó de su programa ideal, mientras que, a su alrededor, los verdaderos políticos seguían moviéndose no por ideas – pese a sus proclamas – sino por intereses. El caso es que los desaciertos prácticos de Cicerón no hicieron sino aumentar en los últimos años. Hasta el broche final, que consistió en apoyar al joven Octaviano (sobrino-nieto de Julio Cesar y futuro Augusto) frente a Antonio (ex-lugarteniente de César). La inesperada alianza entre los dos líderes hasta entonces enfrentados se llevó como prenda la cabeza de Cicerón. Literalmente, por supuesto.

Séneca era ya un intelectual de prestigio cuando Agripina  lo rescató de un destierro de desconocidas causas para ponerlo como preceptor de su hijo, el joven Nerón. Al principio la cosa fue muy bien. Y cuando el joven accedió al poder, todo el mundo estuvo encantado de que coincidiesen un maestro tan sabio con un muchacho tan prometedor. Pero el muchacho enseguida quiso dar por bueno el dicho moderno (“…el poder absoluto corrompe absolutamente”) y empezó a cometer barbaridades ante la perplejidad, se supone, del severo maestro. Y digo “se supone” porque Séneca, consejero de Nerón y, de hecho, una especie de primer ministro, parece que no pudo, no supo o no quiso contener las maldades de su pupilo y señor. Lo que sí está claro es que fracasó en su quehacer político, fracaso que le empujó a abandonar el cargo y poco después la vida, a instancias, en este caso, de su antiguo e ingrato discípulo.

Dante fue primero de todo y sobre todo un poeta. También un sabio, con sus interesantes aportaciones a la lingüística en De vulgari eloquentia, y finalmente un teórico de la política en De Monarchia. Pero en cierta etapa de su vida, como ciudadano de la república que era Florencia, quiso participar en la política. Partidario de la supremacía del poder civil sobre el eclesial y más o menos encuadrado en el partido de los llamados güelfos blancos, se opuso tanto a las pretensiones despóticas de los nobles locales como a las ambiciones anexionistas del Papa, poniendo su esperanza en un gobierno universal del emperador germánico (heredero del romano), que habría de garantizar las libertades de unos reinos y repúblicas autónomos.  Participó en el gobierno de Florencia, hasta que una maniobra conjunta de los enemigos antes citados lo descabalgó del poder y de la patria, y vivió desterrado el resto de su vida.

En los primeros tiempos del destierro, cuando aún tenía esperanzas, participó en la organización de las estrategias políticas y militares urdidas para derrocar al poder ilegítimo instalado en Florencia.  Fue entonces cuando hubo de sentir la misma amargura que sintiera Cicerón en compañía de los pompeyanos opuestos a César:  la experiencia de la compagnia malvagia e scempia (la compañía  malvada y estúpida), el triste descubrimiento de que, con frecuencia, lo peor no es el enemigo que tienes enfrente, sino el compañero que tienes al lado, movido por intereses bastardos y que, ante cualquier duda o matización tuya, está siempre dispuesto a espetarte: pero tú ¿de qué lado estás? No sé por qué, imagino que ésta debe de ser la verdadera cruz del intelectual honrado metido en política.(continúa 

3 comentarios

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3 Respuestas a “Intelectual devorado por la política I

  1. TdP

    Vaya, me ha sorprendido un poco el texto cuando comentas que Cicerón fue un intelectual (si bien no puro) y que, como tal, anticipó sus reflexiones ideales a su acción política. Lo digo porqué en su De amicitia (creo recordar), Cicerón reniega de los filósofos griegos precisamente por ser estrictamente teóricos, mientras ensalza a los generales romanos, en especial a Escipión el Grande, porque usaban sus teorías e inteligencia política para engrandecer Roma.

    El problema político de Cicerón no me parece que fuera su teoría. En condiciones normales podría haber triunfado en gran medida. Sin embargo se encontró con una fuerza de la naturaleza que no pudo superar en ningún ámbito (intelectual, político, militar, organizativo, etc): Julio César. Ni aún cuando éste último murió.

    En cualquier caso, no creo que la teoría, por sí misma, sea un problema. El problema son ciertas teorías, como las teorías metafísicas sobre la vida. ¿No estaba Cicerón de acuerdo con eso?

    Pd/ Por cierto, toda teoría es una creación artística del pensamiento… y también lo son las demostraciones (no entiendo qué problema tienes con las demostraciones que estés rajando continuamente de ellas 😉 )

    Saludos.

    • antoniopriante
      antoniopriante

      A ver, los hay que se manejan muy bien en la práctica, porque solo tienen en cuenta los datos de la realidad inmediata, y los hay que cuentan con un bagaje teórico que les dificulta moverse con destreza y eficacia. Entre los primeros, César; entre los segundos, Cicerón.

      • TdP

        Si César hubiera hecho caso de los datos de la realidad inmediata no hubiera cruzado el Rubicón, pues los datos decían que tenía todas las de perder.

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