La filosofía de Schopenhauer explicada a un perro VI

¿Y no hay manera de escapar de esta condena?… Veo que estás bien despierto ahora. Me alegro. Porque ahora viene la parte positiva −es una manera de hablar− del asunto, mucho más cierta y más real, eso sí, que todos los cielos y progresos que sólo existen en las mentes de los optimistas profesionales. Sí, hay manera de escapar de esa condena. Y no una, sino dos. La primera, aunque efectiva, es transitoria, temporal. La segunda, aunque rara y muy difícil, es total, definitiva.

cielo esLa primera es el arte. He dicho antes que la inteligencia humana es una creación de la voluntad para seguir existiendo. Y en la inmensa mayoría de los casos, a eso se reduce su papel. Los hombres utilizan el cerebro para dominar las fuerzas de la naturaleza como no lo podría hacer un simple animal, y para afirmar su yo frente a los otros hombres, con astucia, con engaño, es decir, para desenvolverse en la selva natural y social, en una palabra, para sobrevivir, porque ésta y no otra es la función del intelecto creado por la voluntad. Pero una vez creado, el intelecto −como toda creación viva− actúa con propia autonomía, y a veces se fija en cosas que no tienen relación con el interés de la voluntad. Cuando por primera vez el hombre levantó la vista de la tierra de sus afanes y, ajeno a todo interés vital, contempló el cielo estrellado, nació el sentimiento estético. Cuando por primera vez el hombre construyó un objeto, pintó una figura, tramó un relato, inventó una canción, sin ningún interés vital o práctico, nació el arte.

Pero ¿qué es el arte? El arte consiste en el conocimiento objetivo de una Idea que abarca toda una serie de casos particulares y concretos. Hay infinidad de personas ambiciosas o empujadas a la ambición: Shakespeare capta la Idea y la llama Macbeth. Hay algunas personas idealistas y puras en un mundo mezquino y perverso: Cervantes capta la Idea y la llama Quijote. Hay muchos jóvenes sensibles y desesperanzados en un mundo frío y hostil: Goethe capta la idea y la llama Werther. Si estos genios de la literatura, en vez de abandonarse a la contemplación intuitiva de la Idea, se hubieran guiado por las pulsiones de la voluntad, ni serían tales genios ni hubiesen producido otra cosa que vulgares panfletos.

Y es que el núcleo fundamental de una obra de arte es una intuición objetiva, y ésta exige el aquietamiento absoluto de la voluntad. Es entonces cuando el artista se convierte en sujeto puro de conocimiento, ajeno a las tormentas de la voluntad. Ya no hay lucha en su interior, porque la voluntad ha cesado y él y el objeto artístico son una y la misma cosa. Momentáneamente. El arte nos permite escapar de la horrible rueda de la voluntad pero sólo por unos momentos, mientras lo creamos, mientras lo disfrutamos. ¿Cuál será entonces la solución definitiva?…

¿La muerte? Me ha parecido oírte decir la muerte. No, no puede ser, alucinaciones mías… porque tú, Butz, no puedes tener el concepto de la muerte, como quedó muy claro, y a decir verdad, ni siquiera puedes hablar… Bien, en todo caso, la respuesta es no. La muerte no soluciona nada. Si la muerte cambiase algo fundamental, el universo ya no existiría. Porque, vamos a ver, ¿cuando morimos qué es lo que muere? El intelecto, la conciencia individual, esa lucecita que la voluntad produjo para iluminar la andadura del cuerpo (su propia andadura): al desintegrarse el cuerpo en sus materiales básicos se viene abajo todo el andamiaje sobre el que el intelecto se alzaba. Lo que desaparece con la muerte es el intelecto, la conciencia individual, pero no la voluntad una y eterna, que buscará nueva envoltura para seguir manifestándose. Y sin embargo, qué curioso, lo que en nosotros se siente horrorizado por la muerte no es el intelecto − nos hemos pasado millones de años sin él, se eclipsa con el sueño y con el síncope, sin que nada de esto nos importe−. No, lo que en nosotros siente horror a la muerte es precisamente lo que no puede morir, la voluntad, que, engañada por el intelecto, teme que ella pueda morir también, y siendo pura voluntad de vivir, se siente aterrorizada.

Así que la muerte no resuelve nada −y el suicidio es un error estúpido−, porque la voluntad seguirá existiendo para tormento de todo lo viviente. ¿Entonces? Acabar con la voluntad, conseguir que se extinga la voluntad de vivir, esta es la clave. ¿Y cómo se consigue esto? Como lo han conseguido los ascetas hindúes y budistas y los místicos musulmanes y cristianos de todos los tiempos, comprendiendo que todo es uno bajo el velo ilusorio de Maya, bajo el tejido cerebral de la representación, que forja individuos y diferencias donde sólo hay un ser inmutable, indestructible y eterno, comprendiendo que no hay tú y yo −base de la auténtica moral−, que no hay hombre y mundo, como el artista Byron lo comprende cuando exclama

 Are not the mountains, waves and skies, a part

of me and of my soul as I of them?

 El hombre que, tras amargas luchas con su naturaleza, comprenda todo esto habrá vencido, y se convertirá en espíritu puro, en límpido espejo del universo. Ya nada le podrá agitar, pues habrá cortado los mil lazos con que la voluntad le ataba a la tierra y que bajo la forma de concupiscencia, de codicia o de cólera, le atormentaban sin cesar. Ese hombre, contento y tranquilo, mirará ya los espejismos terrenales que antes tanto le conmovían como uno mira los trajes de máscara desechados después de haber palpitado bajo ellos la noche de carnaval. A ese hombre la muerte ya no le espanta. Suprimida la voluntad de vivir, se ha liberado de todo tormento, y puede volver, plácidamente, al ser ignoto de donde nunca debió salir…

Bien, ¿qué te parece, Butz? Veo que has aguantado. Pero te advierto una cosa: esto que has oído −porque es innegable que lo has oído− es un resumen precipitado que da sólo un pálido reflejo de la brillante profundidad de mi filosofía. Pues has de saber que he pasado por alto temas tan fundamentales como el de la Idea (objetivación adecuada de la voluntad no sujeta a la representación), o como el fundamento de la moral, o como el problema de la libertad, o como mis reflexiones originales sobre el genio, la música, la justicia, el amor sexual, la locura y un abundante etcétera. Pero comprendo que no podía abusar más de ti −lo mismo le diría al supuesto lector del hipotético libro, ¡me contentaría con que respondiese como tú has respondido! Te has portado bien, Butz, muy bien, te felicito. Dame la patita. Ha sido un placer hablar contigo.         (FIN)

(De El silencio de Goethe o la última noche de Arthur Schopenhauer)

2 comentarios

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2 Respuestas a “La filosofía de Schopenhauer explicada a un perro VI

  1. Saludos,
    leyendo alguna cosa sobre Schopenhauer me he topado con «tu» blog. Muy agradable ;).
    Ahora bien, me sorprende que no encuentres fallos en el sistema filosófico de Schopenhauer; para empezar todo sistema siempre esconde sus errores, como todo edificio sus puntos débiles. Es ley de vida ;).
    De todos modos, cuando se lee filosofía, especialmente la filosofía moderna, hay que tener una cosa clara: el sistema filosófico que elabora un filósofo no demuestra nada, sólo sirve para justificar ciertas convicciones y ciertos prejuicios. Por ejemplo, el sistema cartesiano sólo sirve para justificar que la ciencia moderna no es ningún tipo de superstición más, sino que el mundo ha de ser tal y como nos lo muestran nuestras descripciones matemáticas. El sistema de Kant sólo sirve para justificar que el conocimiento definitivo de las cosas resulta imposible, sin embargo nada nos impediría conocer más y mejor las cosas del mundo; mientras tanto, el de Schopenhauer sirve para justificar que la vida tiene un sentido que la mayoría de la gente ignora y quiere ignorar: que aparezca el genio -Aquel que de golpe es capaz de captar la esencia de las cosas revelándonos sus secretos más íntimos.
    De todos modos Schopenhauer ya fue refutado precisamente por uno de sus mejores discípulos, Nietzsche, quien intentó vivir según esa ascética doctrina de la voluntad durante algunos años -hecho que demuestra hasta qué punto la penetró y la puso a prueba ¡Pues las filosofías hay que ponerlas a prueba! Todo lo demás no es más que charlatanería.
    No quiero ofender, pero, ¿no resulta un poco naif pensar que todo el mundo está siempre equivocado menos los genios? Schopenhauer es seductor, y me hace reír con sus invectivas, lo reconozco, pero en los puntos importantes me parece bastante ingenuo.
    Por cierto, tienes toda la razón cuando pones en duda la trillada idea de que Schopenhauer fue un pesimista. Freud o Heidegger fueron pesimistas. Pero Schopenhauer aún creía en la salvación; con razón fue un moralista más.

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