Goethe conoce a Schopenhauer

Goethe había de comparecer: yo no podía faltar. Esta vez ya no sería una mera sombra para él, una de tantas figuras borrosas y prescindibles. Hacía un mes que le había enviado mi tesis doctoral,[…] … el caso es que yo sabía que Goethe había leído mi trabajo Sobre la cuádruple raíz del principio de razón suficiente… «¿La cuádruple raíz? Parece algo para boticarios, ¿no?», comentario de mi señora madre ante el ejemplar que le pongo bajo las narices. Y yo: «Tenga por muy cierto, señora mía, que todavía será leído cuando de sus escritos no quede ni rastro». Y ella: «Cuando de mis escritos no quede ni rastro de los tuyos estará por venderse toda la edición». Y de alguna manera los dos acertamos…

Tras el cristal de la ventana de la habitación observo la tarde desapacible de otoño, los tristes movimientos de la gente común de la ciudad, asolada por la enfermedad y la miseria, consecuencias palpables del paso reciente de la guerra. No hace un mes que Napoleón ha sido derrotado en Leipzig;  tengo la certeza de cuál es el tema de conversación de los invitados ya presentes. Una epidemia más horrible y pertinaz que la del tifus se va extendiendo por todo el país: el patriotismo alemán. Cuando entre en la sala el gran hombre los prudentes bajarán la voz o cambiarán de tema. Todo el mundo lo sabe. El gran hombre está por encima de todas las patrias y, si admiró a Napoleón en su gloria, no lo admirará menos en la derrota. Abro un poco la puerta para poder captar el momento… ya está, ya entra en la casa. Aguardo un poco, unos minutos, un poco más. El corazón late con fuerza. ¿Cómo habré de abordarle? Impensable la mediación de la anfitriona. ¿Y si apenas me atiende? ¿Y si, después de todo, no ha leído mi obra? ¿Y si no le ha interesado? ¿Y si sigo siendo para él una sombra prescindible? Salgo, desciendo por la escalera, avanzo por el breve pasillo, el corazón golpea con fuerza, abro la puerta…Veo ahora mismo la escena con la viveza y precisión propias de los recuerdos de los grandes momentos de la vida. […]… en el sofá del fondo varias personas hablan de un asunto sin duda muy grave −la patria soñada, supongo−, en las butacas del centro la anfitriona y dos señoras contemplan y comentan unos grabados con el arqueamiento de cejas propio de la gente entendida. No le veo, no le veo… Ah, sí, allá está, precisamente ante su mesita, la que solía utilizar, no me acordaba, para enfrascarse en sus dibujos cuando no se sentía especialmente sociable, y está hablando con Majer, qué suerte, precisamente con Majer, la única amistad interesante que he hecho desde mi llegada a Weimar. Nada de raro tendrá que me acerque, ayer mismo dejamos interrumpido un tema apasionante. Pero estoy inmóvil, de pie, en el centro de la sala. He de moverme, he de tomar alguna dirección, no puedo seguir así un segundo más. Miro a Majer, él me mira y sonríe, Goethe también me mira, pero no sonríe, se levanta, avanza unos pasos, unos pasos en dirección a mí, que estoy de pie, inmóvil en el centro de la sala.

−Así que usted es el doctor Schopenhauer la voz de Goethe se alza sobre el rumor general y todas las miradas convergen en nosotros. Le felicito, −y dirigiéndose a la concurrencia− he aquí una de las cabezas mejor organizadas que he conocido. −El cuerpo de Goethe me impide ver la expresión de mi madre−. Me ha interesado su obra, sí señor, me ha interesado mucho.

−Gracias, Excelencia, estaba seguro que sabría apreciar lo que tiene de bueno.

−Tiene mucho de bueno, pero lo que en especial me ha interesado es el tratamiento que hace de la intuición como forma de conocimiento. Véngase, siéntese con nosotros, precisamente Majer me estaba comentando…

Un poco de conversación, un poco de música, un poco de pastas y té y se acaba, para los demás, una de tantas veladas. Para mí, no, para mí no acaba nada, para mí se inicia el camino de la gloria basada en la dedicación total, en el esfuerzo continuo y en la comunicación ininterrumpida con los más grandes, pensaba.

(De El silencio de Goethe o la última noche de Arthur Schopenhauer)

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