En esta zona del mundo donde vivo y desde donde escribo no existe ser más denostado que el político. Hay casi unanimidad en atribuirle las peores cualidades y atributos que puede ostentar un ser humano. Es aprovechado,
Uno de los motivos mas suaves que se han esgrimido para su descalificación es que “cualquiera puede ser político”; que no se les exige ninguna preparación, ningún estudio reglado para ejercer su función. Cierto. Pero esto, más que como un argumento en contra, podría considerarse como un dato a favor.
No se enseña a ser padre, ni a ser hijo, ni a ser esposo o esposa, ni a ser amante, ni a ser amigo, ni a ser santo. Ni siquiera a ser escritor (pese a las escuelas de escritura, donde te pueden enseñar algunas técnicas, pero no a ser escritor, cosa que nadie enseñó a Cervantes ni a Kafka ni a ninguno de los grandes). No se enseña ninguna de las cosas importantes que en la vida se puede ser o hacer.
Y con esto no quiero decir que dedicarse a la política sea de lo más importante. Aunque quizá lo es. Eso al menos creían los antiguos romanos, quienes consideraban que la gestión de la res publica era la actividad más digna a la que podía dedicarse el ciudadano…hasta que, cansados de la política, se echaron en brazos de aquellos formidables apolíticos apellidados César, quienes sin duda pensaban como Franco (“haga como yo, no se meta en política”).
Con esto no pretendo exculpar a los políticos (los malos, claro, suponiendo que los haya buenos a los ojos de la sociedad) de sus lacras manifiestas; sino solo apuntar que el hecho de que no hayan de obtener el correspondiente título no es algo negativo. Por el contrario, los aproxima al padre, a la madre, al amigo que vela por nosotros.
Y es que, como dejó escrito alguien que, según Borges, casi siempre tenía razón (yo eliminaría el “casi”), “la educación es una cosa admirable, pero es bueno recordar de vez en cuando que nada que valga la pena saber puede ser enseñado”.