Petronio y Séneca

-… esa amistad que apenas hemos tenido tiempo de cultivar.
– Es cierto lo que dices – afirmó Séneca -, y lamentable. Pero has de reconocer que tu género de vida no ofrece muchas ocasiones para el encuentro.
– No creo que mi género de vida sea muy diferente del tuyo. Hasta hace poco solo se distinguían en el par de horas que solías llevarme de ventaja en retirarte a dormir.
– Sabes que no es verdad, Petronio. Y permíteme que te diga una cosa: lo que menos soporto de ti es tu debilidad por la frase ingeniosa. Siempre has preferido una frase brillante a la verdad.
– En sociedad sí, porque en sociedad una frase brillante es un valor seguro, mientras que la verdad… no se sabe lo qué es. Además, no recuerdo haber dicho ahora ninguna frase brillante.
– Siempre me has caído bien, Petronio, no lo puedo negar. Pero nunca he creído que seas en realidad lo que aparentas. Tengo la impresión de que llevas una máscara de felicidad que oculta una realidad secreta y terrible.
– No lo creas, amigo. Es verdad que todos los días, cuando me levanto, me compongo lo mejor que puedo mi máscara de felicidad. Pero detrás no hay nada terrible, sino más bien vulgar y cotidiano, te lo aseguro.
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– La vida no tiene más sabor que el que le da la virtud, y la virtud es la mejor preparación para la muerte. Además, nadie saborea la vida en el sentido vulgar de la palabra. Los hombres consumen su existencia preparando un mañana de felicidad que continuamente se aleja en el horizonte. Pierden la vida en los preparativos de la vida. Todos. Salvo, tal vez, Petronio.
– Te agradezco el cumplido – dijo Petronio -, y te ruego que me disculpes por el tono de mis palabras de antes. Es absurdo que, habiendo tantas cosas que nos unen, tengamos que discutir sobre lo que nos separa.
– Tienes razón – afirmó Séneca -. Creo que los dos coincidimos en el diagnóstico de la enfermedad, solo discrepamos en cuanto al remedio.
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– Me hace muy feliz oirte hablar así – dijo Petronio -. Veo que los años no han perjudicado en nada tu profundidad ni tu agudeza.
– Si la mente no deja de ejercitarse, los años no pueden nada contra ella. Quizá al final, al final de todo, la memoria empiece a resquebrajarse y las ideas a confundirse. Hay que estar muy atento para prevenir ese momento, y hay que tomar una decisión valiente antes de que llegue. El hombre, el verdadero hombre ha de estar siempre al gobierno de su existencia, ha de ser el artífice, no el esclavo de su vida, desde que empieza a razonar hasta que muere. Y si la muerte que le prepara la fortuna no le agrada, es muy libre de procurarse otra.
– Ese sí que es un territorio que compartimos – dijo Petronio -, el hombre, artífice de la propia vida. ………………………………………………………………..

(De Conversaciones con Petronio)

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