Archivo mensual: julio 2012

Y usted, ¿por qué escribe? II

Se escribe para vivir muchas vidas. La tuya no es suficiente, decidida como está de principio a fin. Se escribe porque te sientes atrapado. Porque quieres ser otro. Porque quieres que te consideren y te aprecien. Porque necesitas que alguien te diga que eres bueno. Porque eres pobre. Porque te avergüenzas de tu casa. Porque no quieres tener el mismo trabajo que tu padre. Porque no tienes dinero para viajar. Para poder pagarte las mujeres que quieres, aquellas que desearías llevar al restaurante o a la ópera. Porque se lo quieres echar en cara a alguien, a los prepotentes, a los envidiosos.  

Son palabras que el escritor italiano Ernesto Ferrero pone en boca de su compatriota Salgari en la novela-biografía El último viaje del capitán Salgari, (trad. Elena Rodríguez). No dudo, es decir, estoy seguro, de que reflejan fielmente el pensamiento de Salgari sobre el asunto. Lo extraño, a mi entender, es que se formulen de una manera general, como si fueran de validez universal (”se escribe para”, en vez de “yo escribo para”). Y la verdad es que, si hay tantos tipos de escritores como de personas, también hay tantas razones por las que escribir como escritores.

En realidad la finalidad (el para qué) se la puede inventar cada cual a su gusto, como hace el personaje real-ficticio de la obra de Ferrero, pero la razón causal (el por qué) nadie la conoce, ni el propio escritor interpelado, por mucho que pontifique sobre sí mismo. Y es que los impulsos básicos que dirigen la trayectoria vital de cada cual permanecen siempre fuera del foco de la conciencia. El destino, se decía. Pues vale, por qué no, el destino.

Y el escritor verdadero ya no se interrogará ni se preocupará más. Y si alguien le sale al paso con la pregunta, siempre podrá responder : para no caerme.

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Y usted, ¿por qué escribe? I

En toda entrevista hecha por un periodista a un escritor existe el peligro, la amenaza, o como se lo quiera llamar, de que, de pronto, surja la pregunta: y usted, ¿por qué escribe? Los escritores veteranos, experimentados en el trato con los medios de comunicación, tiene siempre su respuesta preparada. Ingeniosa, obvia, inteligente, absurda, aguda, original, estándar o lo que sea, pero la tienen bien a punto. Solo han de tirar del cajón de las respuestas y ya está.

“Mire, señor periodista yo escribo por esto o por lo otro, para esto o para lo otro.” Y el periodista toma nota o deja que funcione la grabadora, sin fijarse mucho en las palabras del escritor, porque está pensando en la siguiente pregunta.

Pero imaginemos que el escritor es tan poco famoso que nunca ha sufrido la pregunta, es decir, que casi nunca ha sido entrevistado. El susto puede ser descomunal. “Y yo ¿por qué escribo?”, se pregunta mentalmente durante los escasos segundos anteriores al momento de  la respuesta. Y es posible que, en su nerviosismo, una gotas de sudor perlen su frente, como diría el escritor estándar.

“Y yo, ¿por qué escribo?”, piensa, “¡Qué pregunta tan absurda! Es como si a un niño le preguntasen por qué juega. O como si a un ciclista le preguntasen por qué pedalea. Para no caerme, contestaría el ciclista. Eso es, para no caerme.”

Y entonces, recuperada la calma, lanza la respuesta inspirada: “Escribo para no caerme”. Pero el periodista no advierte la inspiración, porque está pensando en la siguiente pregunta. (continuará)

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Acoso y derribo de Oscar Wilde

Y así, como el gobernante que, rodeado de aduladores, es incapaz de captar el sentir real del pueblo, Oscar Wilde, separado de la realidad por aquella camarilla de parásitos incensarios, no se daba cuenta del sentir público: sería el último en advertir con qué furia el odio, la malignidad y la envidia se estaban desencadenando contra él.

Pero, odio, ¿por qué?, podemos preguntarnos. Él solo era un artista, un escritor lúcido e imaginativo, un enamorado de la belleza y del mismo amor. Cierto que sus sarcasmos contra la clase alta, a la que sin embargo adoraba, podían concitarle alguna inquina. Pero no creo que esto fuese decisivo. Y menos cuando eran lanzados en un teatro, pues todo el mundo sabe que uno de los mayores goces del espectador teatral es sentirse insultado desde el escenario, como en su día explicitó Peter Handke con una obrita titulada directamente Insultos al público.

Entonces, ¿cuál era la razón de aquel odio, hasta entonces soterrado, que todos sus biógrafos no dejan de destacar? ¿El “vicio”? Pero Wilde no era ni mucho menos el único personaje público “vicioso”. Y sin embargo, nadie como él fue objeto de una campaña de acoso y derribo tan inmisericorde. ¿Entonces…? 

Bien mirado, creo que es inútil que intentemos desentrañar el misterio antes de conocer, siquiera someramente, los datos de la historia. Quede de momento apuntada, como objeto de reflexión previa, una frase que el mismo Wilde escribió en El crítico como artista, es decir, en plena época de euforia vital y creadora, antes de que cualquier nube apuntase en el horizonte: “La sociedad con frecuencia perdona al delincuente; nunca perdona al soñador”. ¿También aquí, profeta inconsciente de sí mismo?

[De  Ovidio y Wilde, dos vidas paralelas]

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Larra íntimo II

Pero suicida, ¿por qué? La vieja polémica sigue hoy viva con sus dos líneas de argumentación enfrentadas: la cívica o política, que nos habla de su frustración y abatimiento ante la situación de España, y la romántica o novelesca, que pone el énfasis en el fracaso amoroso. Quizá ambas se equivoquen, quizás ambas no tengan en cuenta un factor previo a cualquier experiencia social o amorosa. Me refiero a un constante y arraigado sentimiento de vacío, que sólo una pasión poderosa podía vencer.

Existe, claro, la tentación de explicar este vacío como la consecuencia de determinados acontecimientos vitales: el fracaso político, el fracaso amoroso. Pero no hay que caer en la tentación. Las vicisitudes no marcan el carácter; es el carácter el que se expresa a través de las vicisitudes. Yo creo que, en Larra, el sentimiento de vacío no es consecuencia de ciertas experiencias vitales, sino, al contrario, el modo en que experimenta la vida es consecuencia de su sentimiento de vacío.

Si, como es cierto, todo hecho es efecto de una serie de causas, el suicidio de Larra hubo de tener forzosamente las suyas, puesto que nada es gratuito ni se produce ex novo en la naturaleza (incluida la naturaleza humana). Pero ocurre que los que buscan las causas de este tipo de hechos -los actos humanos- suelen olvidarse de la fundamental: el carácter del individuo. El carácter no como algo forjado por las circunstancias, el ambiente, la educación, no; el carácter de verdad, originario, congénito, eso que nada ni nadie puede cambiar, aunque pueda manifestarse de diferentes maneras según los motivos que las circunstancias ofrezcan.

En el carácter de Larra -como en el de cada cual- se hallaba esbozado su destino. Sólo unas circunstancias extremadamente favorables hubieran podido darle una forma menos trágica.

Pero esas circunstancias no se dieron. Al contrario. El gran amor que pudo salvarlo resultó ser un espejismo. Fue entonces cuando, sin pensarlo, Larra se abandonó a su destino. 

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Larra íntimo I

Hace poco más de un siglo la periodista Carmen de Burgos escribió:

En Fígaro [Larra] hay una fuerza que le mantiene siempre vivo y joven cerca de nosotros… Larra no envejece como los otros; Larra conserva su prestigio de escritor, su prestigio de hombre y hasta su prestigio de suicida. Es eternamente joven, eternamente original.

Quizá es lo que mejor conserva en estos momentos: su prestigio de suicida. Y se comprende. La España de hoy poco tiene que ver con la España de los años treinta del siglo XIX, así que lo que dijo el escritor, el periodista de actualidad, poco importa ya (por más que muchos insistan en colocarnos como sea su “vuelva usted mañana”). En cambio, la persona, el hombre aureolado por el fogonazo del disparo final, conserva todo su atractivo romántico. Pero ¿quién era esa persona? ¿Cómo era el hombre llamado Larra cuando no ejercía de corrosivo fustigador de los vicios públicos?

El carácter moral de este escritor consiste en ser excesivamente generoso, desprendido de todo interés, ambicioso de gloria, muy amante de su patria, cariñoso con sus padres, buen amigo, bastante enamorado, algo orgulloso, noble en sus maneras y porte, aficionado a la alta sociedad y muy estudioso.

Es posible que no haya descripción más ajustada y verdadera del carácter de Larra que la contenida en estas líneas escritas por su tío Eugenio. El joven Larra tenía en el hermano de su padre a un amigo y un confidente. Hubo entre los dos una especial relación de cariño, y el tío pudo escribir tan acertadamente del sobrino porque le quería, y querer bien a una persona es la única manera segura de conocerla. Siglo y medio después alguien podrá retratar a Larra como una especie de enano egoísta y acosador de mujeres, contradiciendo la clara imagen que nos dejó don Eugenio. No hay que tenerlo en cuenta. Son cosas que se cuecen al calor del prejuicio (feminista, en este caso) y la ignorancia.

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