E pluribus…unum?

Sospecho que somos varios. Primero fue solo una idea, una de esas ideas extravagantes que a veces se nos ocurren. Si fuese escritor, supongo que sería un tema para desarrollar en un cuento o una novela. Como no lo soy, su fin natural, como el de todas las ideas extravagantes, será el de ser olvidada por completo, entre los miles o millones de cosas absurdas que se nos ocurren a lo largo de la vida. Eso pensaba. Pero a medida que pasa el tiempo la idea no me abandona. Por el contrario, diría que va creciendo y que, en el día de hoy, ya ha alcanzado las dimensiones de una sospecha bien fundada. Sí, sospecho que somos varios.

Nunca he creído en psicólogos o psiquiatras, doctor, y usted perdone. Con esto quiero decir que mi preocupación ha llegado a tal nivel que me he visto impulsado, casi obligado a venir aquí. He hablado de “una idea”. No es exacto. En realidad, se trata de una sensación. No sabría cómo describírsela. Le he dicho que nunca he creído en psicólogos o psiquiatras, y esto era verdad y lo sigue siendo. Y le he dicho que me he visto impulsado, casi obligado a venir aquí, y esto no es exactamente así. Nadie me ha obligado, nadie me ha impulsado, no señor, no lo crea. He venido libre y voluntariamente, porque creo en los avances de las ciencias de la mente y en la competencia y honradez de sus servidores. ¿Se da cuenta, doctor, de lo que me ocurre? Yo quisiera explicárselo de una manera clara y razonada, pero no sé si será posible. Usted, que es tan sabio como todos los de su profesión, y perdone esa sonrisita que se me ha caído de los labios, sabrá sin duda atar cabos, construir el historial y establecer el diagnóstico. ¿Sabe que en mi juventud quise ser médico? Sí, y no está tan lejana mi juventud, tengo sólo cincuenta años. El problema es el cuerpo, ¿me entiende?, la materia putrescible. Me repugna la carne, sí, las vísceras, los jugos más o menos viscosos que recorren nuestro interior de arriba abajo. Porque el cuerpo humano puede ser hermoso, no hay duda, imagínese una mujer espléndida en lo mejor de su edad, o un hombre, por qué no, no crea que en estas cosas soy muy estrecho. Pero rasgue ese cuerpo, esa piel fina o levemente curtida por el sol y verá lo que le aguarda dentro. ¿Quién puede soportar eso? Yo no, por supuesto. ¡En mi vida se me ocurriría dedicarme a la medicina! Al menos, a la que trata la materia corporal directamente. Otra cosa son los psiquiatras, por ejemplo, que nunca se ensucian las manos. Tiran del cajón de los fármacos y, ale, esta pastillita para levantarse, ésta para dormir, ésta para estar bien despierto, ésta para tranquilizarse, esta otra para estar en forma, qué fácil, ¿no le parece? Y siempre inventando patologías nuevas en beneficio de la industria farmacéutica. Los psiquiatras son gente sin conciencia, se lo digo yo. ¿Que los puede haber honrados? Sí, claro, siempre puede haber gente honrada en cualquier parte, es posible que entre los guardianes de Auschwitz hubiese gente honrada, seguro, vamos. Al fin y al cabo, ¿en qué consiste la honradez? En hacer bien el propio trabajo y en no engañar a los demás. Esa ha sido siempre la norma de mi vida. Yo soy muy tímido, ya lo habrá observado, soy incapaz de insultar, de atacar o simplemente de plantar cara a nadie. Y creo que fue esto lo que decidió mi destino profesional. Yo quería ser sacerdote, le parecerá extraño, ¿no? ¿quién quiere ser sacerdote ahora? Pero yo sentía la voz de Dios dentro de mí. Lo malo era que la voz de mi padre se oía fuera y de forma nítida y contundente: déjate de tonterías, hijo, y dedícate a algo positivo. Como le he dicho, yo era incapaz de oponerme a nada, y mucho menos al mandato de mi padre. Y estudié económicas. Y allá, en la facultad, me vi rodeado de hijos de papá que querían ser empresarios. Todos empresarios o financieros, qué gracia, ¿no? Ellos también obedecían a sus padres, es decir, obedecían al plan del capitalismo internacional que necesita ir formando a sus peones, inculcándoles sus falsos valores junto con la ilusión de que van a ser algo importante. Imagínese, la mayoría acaban miserablemente explotados por el mismo sistema que les adula. Pero qué más da. Todo el mundo quiere ser engañado, pues engañemos a todo el mundo. Al fin y al cabo, nadie es inocente. Cada cual es responsable de su vida. Cada cual elige oscuramente su destino y luego ese destino le arrastra quizá contra su expresa voluntad. Yo, por ejemplo, saco esta pistola, ¡no se mueva!… ¡por favor! ¡le he dicho que no se mueva!, no sea que se me dispare antes de tiempo. Y ahora apunto a su cabeza, y ahora a la mía, y ahora a la suya y ahora a la mía, y ahora a la suya… Cincuenta por ciento de probabilidades, dirá. Pues, no, se equivoca. Yo no me voy a matar, ¡por Dios!, sería una carnicería, un genocidio, ya le he dicho que somos muchos. Voy a agujerear su cabecita de loco psiquiatra, sí señor. ¿Y sabe qué es lo mejor, sabe qué es lo más gracioso de todo esto? Que nunca se podrá saber quién de nosotros ha sido.

2 comentarios

Archivado bajo A veces estoy loco, Opus meum

2 Respuestas a “E pluribus…unum?

  1. Hola, Antonio, vinculo tu blog con el mío. Gracias.

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