Pero, ¿tenía sensibilidad literaria el amo de Roma [Augusto]?
Una respuesta afirmativa a esta pregunta resultaría rara desde la perspectiva contemporánea, acostumbrada a líderes políticos semianalfabetos. Pero entonces no lo era en absoluto. Desde muy antiguo el político romano (que durante siglos no fue un ente aparte del ciudadano o del militar) solía ser un hombre no sólo instruido sino además amante de las letras y de algún tipo de conocimiento (agricultura, astronomía, historia, lingüística…).
El viejo Catón, ejemplo máximo de romano duro, opuesto a las blanduras de la influencia helenística, cónsul en 195 a.C., censor inflexible, escribió un tratado sobre la agricultura y varios libros sobre historia, que no se han conservado; Cicerón, orador, escritor magnífico y divulgador de la filosofía griega, gobernó la república como cónsul y nunca estuvo apartado (mientras se lo permitieron) de los asuntos públicos; Marco Terencio Varrón, político que ocupó diversos cargos, militar en la guerra civil al lado de Pompeyo y luego perdonado y recuperado por César, fue un famoso lingüista (De lingua latina) y autor de tratados sobre agricultura (Rerum rusticarum).
Pero no hay duda de que el caso más vistoso es el del mismo Julio César. Mientras no daba respiro a su ambición política, mientras dirigía la guerra de las Galias o la civil que le enfrentó a Pompeyo, César no dejó de escribir. Y no sólo las famosas crónicas bélicas, que por sí solas lo sitúan entre los mejores prosistas latinos, sino también un tratado de gramática (De analogia) y por lo menos una tragedia (Edipo), que lamentablemente se han perdido.
Y esta compaginación, tan extraña para los modernos, entre actividad política y excelencia cultural se mantuvo, al menos como desideratum, a lo largo de toda la época imperial hasta llegar al emperador-filósofo Marco Aurelio. El mismo caso de Nerón, poeta y cantante frustrado, puede entenderse como una triste caricatura de aquella tendencia natural romana, sin olvidar que su consejero político durante años, Séneca, fue uno de los grandes escritores y filósofos de la época.
Bien, todo esto para decir que – a diferencia de lo que ocurre en nuestros tiempos – entre los romanos era normal que el máximo dirigente del estado tuviese sensibilidad literaria o artística y que, por lo tanto, es seguro que Augusto estaba en condiciones de apreciar la obra de Ovidio.
Eso de que los políticos-trepas actuales no representan a nadie es muy relativo. No han surgido de la nada, son fruto de nuestra sociedad. Por lo demás, muchas gracias por tus palabras de ánimo, Jaume.
Ciertamente los políticos no surgen de la nada, pero más que producto de nuestra sociedad pienso que son fruto de nuestra no-sociedad, o de una parte entre oscura y fofa de la misma. En todo caso esos políticos actuales (con honrosas excepciones, supongo) empuñan la bandera de la mediocridad, son adalides de la ignorancia y ejemplo de desvergüenza y prepotencia, cualidades que no ayudan a mejorar la sociedad que les encumbró, antes al contrario, la empeoran en mucho. En esa auténtica “nomenklatura” no queda ni rastro no ya de la Ética y la Moral que fundamentaron nuestro artificial pero eficaz y hasta brillante mundo civilizado, sino tampoco de la humildad de aprender. Dicho rastro hay que buscarlo en otros lugares, incluso en hogares sencillos.
Creo que el siglo I a C. no es un ejemplo de política “limpia” , aunque se puede justificar por tratarse de una época muy anterior a la democracia moderna, al siglo de las Luces o la declaración de los derechos del ciudadano. Hasta el virtuoso Catón (el de Útica) o Cicerón conocieron, y no pocas veces, el sabor del soborno, y no digamos Craso, Pompeyo o César. El carnicero segundo triunvirato fue la unión de dos grandes mediocres, Antonio y Lépido, y un jovenzuelo ambicioso, Octaviano, vuelto gobernante “maravilloso” cuando consolidó su poder, con un aparato propagandístico digno de Goebbels… Y sin embargo, cuando pienso en Cicerón, Craso, César, Terencio Varrón, Catulo, Sertorio, Ovidio, Augusto, Livia, incluso Catón, Catilina, Clodio, Pompeyo, Lúculo, y aún Mario, Cinna, Sila, etc, etc, de qué manera tan arrebatadora nublan con su talento a los Obama, Cameron, Rajoy, Zapatero, Mas, Wen Yiabao, Merkel, Barroso, Botín… (y no he puesto a los más grises) No es la pátina del tiempo, es algo objetivo, es ver cómo se expresan, como actúan… Y ahí volveríamos a lo que nos decías, insisto que con mucha razón: cuando los políticos no eran analfabetos. Un abrazo ¡y disculpa la excesiva extensión del comentario!
Siempre es un gusto leer tus reflexiones, Jaume, que se parecen tanto a las mías.
Totalmente de acuerdo con tu compración entre “políticos” actuales y los políticos antiguos, especialmente los más modernos en algunos sentidos, es decir los romanos (aunque sin olvidar a los griegos, y en según que épocas, babilonios, asirios, egipcios…) Cuando pienso en la desigual comparación que nos propones, siento como si me asomara a un abismo profundo y triste, dificil de superar, como si los siglos nos hubieran alejado -entre grandes mentiras de “progreso”- del talento, de la sensibilidad, de la sutileza… de lo más humano del ser humano. Pero inmediatamente me reanimo pues recuerdo que los políticos-trepas actuales no representan a nadie, no ya por poco democráticos, sino sobre todo porque no representan el talento, la sensibilidad y la cultura de los que sí disponen muchísimos ciudadanos. Un abrazo veraniego. Un gusto de blog